Viernes, 3 de julio de 2009 | Hoy
Por Bea Suárez
"Pues toda la vida, en fin, ellas morirían...
mas serenas, eso sí, frente al molino de las agonías sin límites,
porque sabían que otro canto, al cabo, iría ganando las tinieblas,
con menos quejas cada vez, en el contrapunto más libre cada vez..."
Juan L. Ortiz. "Las colinas"
Los virales son gente sencilla, asustada un poco más ahora, dulces de estar rendidos ante el discurso médico, el que domina y canta por los diarios, el que dictamina si debemos juntarnos o taparnos la boca de una buena vez.
El viral es un tipo juguetón y cagón, posee un grado de soledad interesante, puede tomar la vera del río y recorrerla desde Coronda hasta San Nicolás preguntándose "¿qué voy a hacer con mi vida?". Se enferma permanentemente de ninguna cosa, suplica a la ciencia y al inconsciente en igual medida, sufre por hijos y entenados, ha buscado estos días muchos frascos de alcohol en gel, robaría un Tamiflu por las dudas; le da vergüenza el barbijo, cierra la casa, clasifica amigos, tiende a dar la mano cosa que no se note su sucumbir permanente, pero evitará el shopping salvo que tenga que comprar algo para la conquista o tenga a su vez que dar la vida por un amor implícito.
El viral vive pensando en que podría no vivir, y esa situación ni siquiera le arde, no; suele contraer felicidad en lucecitas, pero mucho aire lo mata, mucha libertad lo vuelve adicto, muchas ilusiones le labran el alma hasta convertirla en lastimada.
El electoral, en cambio, pasa de largo la orilla, cae al Paraná helado, pide a un pescador que por favor lo alce, se seca con una arpillera y en su cerebro no cabe la posibilidad de contagio, un malestar, una angina.
Sigue la línea natural del canto, se cura con besos o flores o agua de un arroyo cualquiera. Tiene mirra en los ojos y ante cualquier catástrofe tendrá un cuarto oscuro para elegir salidas.
Son personas, no epidemias, tienen la lengua desleída de tanto pregonar un cambio posible para Rosario, descienden profundamente y andan en manga corta hasta que el invierno les trae sombra.
Un viral camina por al cuerda y mira hacia abajo, patalea y llora, un electoral se juega por sentimientos aún sabiendo que ha de perder en todas las mesas.
Al viral lo manejan los médicos, al electoral un atardecer perdido.
Tal vez sea yo hija de esa parejita, del éxtasis en coro, del alma lacustre de uno con la cajita de Aspirinetas del otro.
Pasamos de electorales a virales por orden del gobierno, nos manejan un poco la personalidad, devenimos anegadizos por pretender cosas no tan abruptas u hojeando la barranca del río con hambre de las dos cosas.
Hace poquito encontré a un viral, era una chica, se asustó tanto de pensarme en el otro laberinto que huyó como una cigüeña en medio de Melincué. Era viral pero hermosa, yo fui sutil ante el terror arrepentido.
Vi a un electoral tocando timbre al intendente, se desligaba de sí mismo en dulce ley, para preguntarle si la gripe podría prevenirse. Aflojame! Le decía Lifchitz, no puedo con todo, ni tampoco jugar al escondite con un virus.
Observé, caminando por Oroño, la cantidad equiparada de virales y electorales que caminaban esta madrugada, unos tapados con echarpes y gorros, otros riñiendo con vísceras en el pasto, gente viva con fiebre, gente seca de calle y perdón.
He visto la palabra anochecida por un viral que ha deseado apagarla, he intentado labrar un verbo como quien lo hace con oro.
Un viral me ha detenido en Crónica t.v., estoy dándole batalla con la Antología de Juanele Ortiz.
Es porque creo que todo va a pasar y quedará la gramillita de julio en el recuerdo, y flotarán niñas y prejuicios una vez. Y a la absoluta desesperación de los análisis clínicos podremos hacerle frente con el ardido amor por el poema.
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