Sáb 28.01.2006
rosario

CONTRATAPA

El cigarro de Groucho

› Por Gary Vila Ortiz

Apenas unos apuntes, algunas memorias, nostalgias como esos océanos que apenas conocemos. El Atlántico desde Punta del Este, pero pensado qué lindo sería no saber qué hay hacia su final mirando hacia el lado que se mire. Sabemos lo que hay, pero preferimos no saberlo. El Pacífico, desde una playa remota en el norte de Chile, imaginando que otra vez por allí anden los piratas.

El título recuerda uno de Italo Calvino, solamente le falta la palabra "puro", entre "cigarro" y "de". Esa página de Calvino nos hace pensar posiblemente por alguna astilla de vidrio de colores metida en los intersticios de mi cerebro si es que tengo tal cosa o de ella ha quedado solamente un poco, la suficiente para decir cosas como "te amo", "te añoro", "me gusta el té verde", "cada vez más me gusta el jazz de los años veinte" y de un salto Coltrane y compañía. Quiero una milanesa con huevo frito. No puedo. Entonces un buen vaso de whisky o de grapa. Me dicen, con prudencia, con límites, palabras que no existen en mi diccionario de vida pero sí con seguridad existirán en el diccionario de mi muerte.

He dejado sin terminar a quien me recuerda Calvino. Búster Keaton lo adivina: a Nicolás Olivari o a Leonardo Sciascia. ¿Por qué? No lo sé, pero no me interesa. Leo a Onetti y a García Márquez y recuerdo a Faulkner; leo a Severo Sarduy y pienso en Hemingway. Si leo a Borges no pienso en nadie. Lo mismo me pasa con Alejo Carpentier. Y más aún si me entrego a las páginas de Lezama Lima o de César Vallejo.

Pero hablamos del cigarro puro de Groucho Marx. Calvino dice que "ese uno" de los hermanos Marx se disfrazaba con los atributos externos del prestigio, del éxito, de la autoridad, del saber vivir; pero a renglón seguido Groucho mismo desnuda el mito del éxito, demostrando todo lo que de bellaco lleva consigo la afirmación social. Groucho -cigarro, mostacho, anteojos, caminar inclinado- juega con las cartas descubiertas, el desinterés de quien sabe que todas las victorias se convierten en humo.

Calvino, como Olivari o Sciascia, como Borges o Agamben, como Francisco Ayala o Alfonso Reyes, se interesan, y mucho, por el cine, pero no forman una parte demasiado extensa de su obra.

Ayala escribe sobre Greta Garbo: dice que la luz cruda de los quirófanos que son los estudios de cine se descubre en ella la presencia terrible de una fatalidad. "Es el demonio de la carne, el espíritu de la carne". Ella es la mujer fatal, pero continúa inocente, víctima. Nicolás Olivari habla de la voz de Greta Garbo. "Su inefable voz ruda y quieta y a veces tan ondulante, como un campo de amapolas movido por un cinturón de viento. Su inefable voz ríspida, percutida por el sarcasmo, y por un gran cansancio de vivir. Su inefable voz que arranca, como de una cuerda musical, de su clítoris hermafrodita".

Era porque su voz era lo que mencionaba Borges, al hablar del doblaje: podía afirmar que con él mismo actrices y actores se transformaban en monstruos. Cambiar la voz era cambiar una de sus esencias. En todo caso hubieran sido más creativos que el doblaje lo hicieran Nini Marshall y Pepe Iglesias "El Zorro". Las películas se transformarían de dramas a comedias, pero no habría monstruos deplorables.

Roberto Arlt solamente habla de la carta de un ingeniero, probablemente apócrifo, lo que no tiene mucha importancia, que la escribe diciendo que su mujer se quiere parecer a Greta Garbo. Y a la una de la madrugada le dice: "¿Sabés que yo tengo el mentón parecido a la Garbo?

Por mi parte me alegro que King Kong vuelva a la pantalla. La historia de ese inmenso mono enamorado perdidamente de pequeñas y bellas rubias, es una versión un tanto diferente de "La bella y la bestia" de Jean Cocteau. Esta última, es, diríamos, de un sofisticado erotismo. King Kong es de una insoportable tensión sexual. Sobre todo porque la realización del acto amoroso parece imposible, pero vaya a saber uno. También las rubias se apasionan por King Kong. La primera fue de 1933. El nombre del mono no fue dado a conocer. La rubia era Fray Gras. La segunda es de 1976. Otra vez el anonimato para el mono. Jessica Lange era la rubia, con más ternura que la Gras. La tercera insiste en no dar nombre al mono. La rubia es Naomi Watts. No he nombrado los directores, por ahora quiero solamente quedarme con el amor entre el mono y la rubia. Me recuerdan el metejón de aquella reina de Creta con el toro, del cual surgió el Minotauro, el de "La casa de Asterión", el mejor de los minotauros que podemos llegar a imaginar.

Dicho sea de paso, hay dos películas que tienen por protagonistas a Kingo Kong. En una se enfrenta a Godzilla. En la otra existe una Lady Kong, pero como no la vimos no sabemos si se trata de una mona de tamaño similar o de una rubia más alta. Podemos pasarlas por alto, no tienen demasiada o ninguna importancia. Son cosas que King Kong hizo porque andaba necesitando un poco de dinero.

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