CONTRATAPA
› Por Por Bea Suárez
Pasa el río picante por la primavera. No sabe de mí.
No sabe que estoy en un frasco con él. Que el frasco era de Nescafé.
(Paraná es más linda que Etna, que Pilcomayo, que Arroyo Pavón).
El río y yo. Mezclados totalmente con un resto de aroma, la aspereza que dejó el polvo negro antes de ser revuelto por una cucharita que preparó un cortado con agua, que fue a su vez extraída de él.
Habito el frasco sin sed.
(Támesis es más fea, hay menos agua en: Támesis que en Paraná. Nilo podría hacerle frente, pero la a repetida de Paraná, una vez acentuada, lleva olas consigo, gusto a ananá, mañana, macana, Maracaná).
Irresuelta en la maraña ciudadana busco lo menos cáustico para rodearme y mantenerme en pie. Como molusco sin casa encuentro el frasco, me rompo cual parietal, entro, lo lleno de Paraná y vivo ahí. Viviré ahí por un tiempo.
El frasco es chico, el corazón también.
El río me da su chocolate, alivia de piñas, dictámenes injustos de la sociedad impalpable; he desistido de calles y tragedias, la conjunción de avenidas, transeúntes, bibliotecas rosarinas.
En este frasco no hay surtidores ni peluquerías, hojas con tenazas, etcétera.
Solos, agua y mi nombre, mi apellido disuelto, como en un balón que Dios hubiera calentado por tubos de ensayo en mecheros Bunsen.
No ceno, no almuerzo, no insulto.
(Gualeguay resbala más que Paraná, la ge es suave al paladar, es una letra para comer. La u, un pájaro).
Hay un matiz de unidad en este frasco, no le temo a las elecciones ni a los concejales que prometen, denuncian o cantan, no le temo a nada. Sólo que la esperanza está mojada en medio litro de mí.
Afuera relampaguea el mundo, mi aislamiento es voluntario, es un bombero voluntario, respiro porque el aire es gratis, veo borroso porque quedó café; el río, además, pierde en una arteria.
Niña de campo, hija de la dialéctica universal, la realidad histórica y otros versos. En el frasco soy nieta mía, pariente solo mía. No me molestan la historia, el futuro, el quedirán. Mujeres beligerantes, hombres intrépidos, pendejos malcriados.
Frasco donde no crecer.
Y el río más inmenso del mundo, más tropical, más volador, pasa cerca con ramajes intimistas y comunión de barcos. Pasa además, fúnebre de mala ecología, de pescarle chiquitos y no poder desistir.
Dura es la vida de los frascos, nacen para morir y ser molidos, nacen para desintegrarse y luego no servir, con casi hombres, terminan en tierra, entre negatividad y ruptura. Incomunicados.
Atascada en uno, en el tobillo de Rosario, soy mujer pequeña y pienso, contorsionando ideas me metí en un frasco donde nada resbala o salta.
Veo los chalecitos de Alberdi, las inmensas torres de los inmensos ricos, patios de atrás.
Hay un silencio claro por las noches que me invita a salir y no lo hago.
Sé que el agua y yo terminaremos en el tacho, luego en los containers flamantes verdes, y quizás después en el basural de Soldini o Puente Gallego.
Conozco finales de Nescafé con leche, de quien quiere proliferar pero posee destino en otra parte.
A Rosario se la nota amplia desde adentro, grande, inmensa. Se la ve creativa y enceguecedora de tanta luz, de tanto hervor de discusiones.
El frasco es una casa, una jaula, una ofrenda.
Ahí estaré hasta que pase el canasto de manzanas, el olvido, la prenda.
Ahí estaré hasta que venga el aire.
El aire, es decir el poema.
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