rosario

Lunes, 12 de octubre de 2009

CONTRATAPA

Como bicho bolita

 Por Sonia Catela

Aprieta en su mano los tres billetes de dos pesos como si trasladara millones, (aprieta millones) y bajo pena de muerte, "que no te los quiten ni los pierdas porque me las pagás", patada en alto, Tito le tira encima los billetes que pesan igual que piedras y ella los acuña en la palma y los estruja aunque se obstina en negarse al trámite: "Mamá dice que soy burra y no entiendo el dinero... Mejor mandálo a Guille"; se resiste pero no por eso, por lo otro: el pelotón de fusilamiento que ya divisa en la cuadra siguiente y difícilmente pueda sortear. Cuando se cruce con los de la Tribu la arrastrarán al baldío, la harán demorar por lo menos tres cuartos de hora y según cómo quede, ilesa o machucada, podrá o no cumplir con el mandado de Tito.

Los de la Tribu la han rebautizado Pelota. Pelota. Todavía no la vieron, mejor guarda la plata para que no se la saquen; la entierra en la boca de la zapatilla y la ajusta dentro de la media cruzándole encima el cordón, aunque más seguro todavía sería metérsela en la bombacha, pero ¿cómo hacer en una verdulería repleta de curiosos para sacarse los pesos de ahí, si es que llega a la verdulería?

Debió repetir palabra por palabra, como el padrenuestro, el comando de ir y traerle al hermano esto y esto, ¿pero, seguro que se consigue en la verdulería? "Repetí lo que te dije a ver si entendiste. ¿Entendiste? Corré o te llevo a las patadas" y la empujó contra el armario. Desde el kiosko distingue claramente a cada uno de los pibes de la Tribu, y ellos en la esquina de la otra cuadra también la ven; le mandan señales que los hacen notar: "apurate". Se asoma bajo la chapa pintada de rojo que hace de toldo del multi rubros, pide: "deme uno de esto y esto", la mujer se apantalla en la hoguera de los 56 de térmica, "ya no vendemos, se nos acabaron; los conseguís en la verdulería", "¿no le quedará alguno a don Rossi?"; la kioskera ventila el "no" ingiriendo bocanadas de llamas y curiosea: ¿cuántos años tenés vos?, "doce", dice; se agranda un par de cumpleaños y midiendo la otra cuadra calcula que deberá atravesar un frente de cien metros de turbulencia para llevarle esto y esto a Tito, sortear ese volcán alborotado que la urge: "apurate, Pelota". Los de la Tribu la remolcarán al baldío, la obligarán a lo que ella no quiere, bajo aviso: "del baldío, mejor no contés por ahí. aunque, bah, si querés batir, batí nomás, total..." Pero mejor no habla.

Cruza la calle, ya se distinguen cortadas a cuchillo las voces, se escabulle a la vereda de enfrente pero el grupo ha decidido en qué divertirse: ella.

En el baldío la hacen doblar entera, como un bicho bolita, cabeza apretada al vientre, los pies puestos sobre los hombros, no me sale, no puedo, y el Sargento (grado que se autoadjudica el Machi): "a que podés". La mayoría de las veces, antes de todo, la atan con una cuerda.

Cerca de una hora la van a tener, o más, según. Después, a aguantar las interpelaciones maternas: "¿sos retardada que demorás tanto en traer el kerosene de lo de doña Rufina?". O la bronca del hermano.

Se le abalanzan entre empujones; los muchachos del grupo la levantan y vitorean, ¿y si se le salen del zoquete los seis pesos del mandado?, "¿adónde estabas yendo, Pelota?" , "a la verdulería", "¿a qué?", "a comprar zanahorias?", "¿para quién?", "Para Tito", "Ah ¿pero tu hermano se llama Tito o Paco?" se solazan, la enfundan en el buzo del Sargento, (un rompevientos enorme) y la amarran con las mangas dejándole sólo la cabeza y las manos libres, "dale" le indica el Sargento a Morcillla,

"¿Qué hacés que tardás tanto para traer ir y venir de lo de doña Rufina, babieca?", "nada hago, mamá", los de la tribu la ponen en el suelo, arreglan las marcas del arco, la acomodan y empiezan a jugar. Sargento patea a Pelota, elude a Roña, a Chorito, se aproxima a la zona rival, avanza, esquiva a Morci, tira al centro, emboca a Pelota, tanto. Si se acuerdan, la hacen gritar "gol" cuando traspone algún arco. Si no, juegan en silencio. Cuando aprieta este calor, ningún vecino pasa por el baldío, demasiado pegado al basural. Ya van dos a cero. Si el Sargento se cansa, dará por terminado el partido. Suda mucho. Que se canse pronto, piensa Pelota rodando, ahí se acerca otra pateada, pierna lista para pegarle al centro; se tapa las orejas, los ojos. Pero es corner. Que se aburran de una vez. No se aburren. El arquero la arroja, Chorito zigzaguea, de un ángulo imposible la mete a Pelota en el arco rival y los que van perdiendo festejan el gol a todo pulmón; la diferencia se achica, el empate es ahora posible. Sacan los de Sargento, usan una táctica conservadora, Pelota rueda en pases cortos.

Cuando terminan cada partido, se agarran unos a otros de la cintura y cantan a "oé oé oé oh oh oh oh", el pie del Sargento sobre Pelota en el piso de la cancha. Sólo cuando acaban los cánticos, el Sargento se agacha y la desata.

Si siguen atrasando, y que "es penal", "callate ciego", la verdulería va a cerrar y ella entrará en la casa sin el paco de Tito.

Y se le va a armar.

...

(* Según cifras oficiales, el negocio del paco en la Argentina mueve más de 350 millones de dólares por año, con 85 000 adictos; una dosis cuesta 6 pesos, y se dan consumos de hasta veinte dosis diarias. Como se ve siempre se les puede sacar algo a los que nada tienen).

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