CONTRATAPA
› Por Leandro Arteaga
El momento tuvo algo de único, de ánimo de no querer terminar. "Andá al piano", le dice Charly García a Fito Páez, y Fito obedece. "No lo ensayamos", advierte, mientras nos prepara para un tema "que sabemos todos y que tiene que ver con mis inicios". Nito Mestre presta también su voz y comienza entonces Canción para mi muerte. El escenario se volvió una declaración de cariño. Tanto del músico hacia el público, como de los músicos hacia Charly.
El afecto se mantuvo a lo largo de toda la noche del sábado, libre ya de las amenazas de las lluvias tempranas, en ese ámbito propicio para la música que significa el Hipódromo del Parque Independencia. La situación referida, quizá, haya sido uno de los pasajes más bellos. No sólo por lo que significa Sui Generis -allí, desde el escenario, luego también de interpretar Cuando ya me empiece a queda solo sino por las ganas del músico de prolongar la noche (fueron cuatro bises) y de agradecer.
Porque el cuidado de los músicos en escena daban cuenta de una ronda que es sostén para Charly y, sobre todo, garantía para su música. Todos alrededor de él, y él que digita y que se deja compensar de forma mansa donde allí todavía no puede. Por eso los teclados de Fabián Vön Quintiero -discípulo ya graduado , quien a la manera pirata de Jack Sparrow sostiene un timón simétrico, desde el otro costado del escenario, dando balance y adorno al piano de García. Los dedos de Charly, mientras tanto, que ya no mamporrean las teclas como acostumbrara, sino que ahora acarician.
Lo mismo desde las guitarras, en un dueto de amistad compartida y espejada entre Kiuje Hayashida y Carlos García López -otro graduado con honores . El eje escénico, allá en lo alto, dado por la batería de Tonio Peña Silva y, uno a cada lado, el bajo de Carlos González y la sensualidad loca de Hilda Lizarazu: voz que corre en todas direcciones, que baila y que canta y que el público adora.
Todos pendientes de los movimientos ralentizados de Charly -los músicos, el público , de sus pasos justos y medidos entre el piano y el micrófono a mitad de escenario. Se cuelan también algunos pasos de baile. Como si fuese un pasajero en trance, consciente de que lo es, de que la pasó mal. "Me olvidé la letra de mi propia canción, qué va a ser...", se confiesa tímido. Le acercan la hoja y Fito puede entonces dar música al piano con Desarma y sangra.
"¿Cuántos de ustedes han visto a Serú Girán?", pregunta Charly a la multitud y advierte: "este tema tiene que ver con lo que me está pasando". Interpreta entonces Llorando en el Espejo pero nunca nos dice el título porque tampoco lo canta igual: "No hay señales en tus ojos y estoy mirando en el espejo y no puedo ver", de nuevo la misma timidez, la misma confesión, la mucha sinceridad.
Charly paseó su música por entre los laberintos de los discos Rock & Roll (Yo), Clics Modernos, Piano Bar, Cómo conseguir chicas, Tango, Influencia, Yendo de la cama al living. A propósito de este álbum, escucharlo recuperar el tema Canción de dos por tres, tan único como aquel disco; o cantar como siempre, para siempre, esa línea magnífica que No soy un Extraño todavía permite desde los ecos de Clics Modernos: "Desprejuiciados son los que vendrán, y los que están ya no me importan más".
Los temas de García siguen un derrotero nunca igual, de letras siempre resemantizadas, acordes de maneras insospechadas con sus nuevos contextos de época. Lo que permite pensar otro de los rasgos de la noche, el del público de edades diferentes, con ganas de escuchar y de ver a uno de los músicos fundamentales.
Sobre el bis final, Charly sostiene unas notas en el piano y absolutamente nadie, sea en el escenario o en el público, sabe qué es lo que va a venir. Sorprende entonces con Mr. Jones, de Sui Generis, y la alegría de Nito Mestre se nota: salta y se apura por cantar el tema. Increíblemente, Charly es capaz de analogar la ansiedad de los que escuchan con la de quienes están junto con él.
Observarlo a Charly García hacer lo que le gusta es bellísimo. Sus zapatos negros y lustrados resaltan de brillo. El traje le calza perfecto mientras disimula, de paso, un abdomen algo prominente (parece mentira). Charly respira la música, y el aire compartido del lugar termina por contagiar. Ése fue, por encima de cualquier otro aspecto, el rasgo distintivo de la noche.
Es así como está Charly. Lleno de ganas y de sinceridad y de música para tocar y componer y volver a regalar. Fue un encuentro de alegrías el del sábado. Los comentarios luego del show lo señalaban y prometían. Aún cuando el público le demande a Charly siempre más -ese más sin fin, a alguien que tanto ha dado , ese mismo público se sabe ahora parte fundamental de este nuevo rumbo para el músico, maestro de orquesta que gusta ahora de dirigirse al público marcando notas de solfeo.
Charly tocó mucho y muy bien. La banda suena estupendo. Pero lo que persiste, como nota mayor y todavía mejor, es el afecto. Su andar casi frágil se sostiene desde el orden de la lista de temas, gracias a su ejecución precisa, con las miradas cómplices de Lizarazu o desde la guitarra y teclados del Negro García López y el Zorrito Vön Quintiero, más la base sólida del trío chileno.
Música salida del alma, se notaba.
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