Lunes, 17 de mayo de 2010 | Hoy
Por Sonia Catela
"Ya empiezan las vacaciones de invierno", Chari moquea, los virus la tienen mal y yo rendida molida clase toda la tarde una salud inmunda de hierro.
"Sí, vacaciones sin plata". La estufa de la sala encendida conforta, se está bien, afuera no; afuera hacen frío e inflación híper; las mujeres miran calladas los paquetes de fideos sin comprar, la carne inmóvil, colgada de los ganchos (gracias, José Alfredo) y a esta hora vuelve otro soldado vencido en las Malvinas y denuncia su historia.
"Era doña Pepa, avisa que el avión que lo trae a Octavio ya llegó; vayamos", "Ay, sí". Ay.
Afuera soplan unas broncas de más de cincuenta kilómetros por hora, con ráfagas huracanadas, pero aquí dentro todavía hay la seguridad de un café cuando llega julio y un torrontés cuando las margaritas florecen en el patio entre el humo de los asados. Volvió Octavio.
Julia piensa ojalá no me contagie, si me engripo... lo peor es enfermarse en vacaciones y Octavio cuenta que allá vivía permanentemente mojado, empapado, "pobre nene", "¿y las cosas que te mandábamos?" No le llegaron, pobre nene.
Caminando la cuadrita hacia la casa del combatiente abren un paquete de chocolate con almendras, se convidan y no quiero comprar más chocolates porque pienso que si encuentro en él una carta para un soldado que nunca lo recibió, me muero, nos estafaron en todo, "está rico, ¿no?"
Octavio brinda por el retorno con su familia, los amigos, cuenta el hambre que padeció, los retorcijones por el agua barrosa, el guiso escaso y el frío siempre, Clarita siente náuseas no sé cómo voy a hacer, lo quiero pero no sé cómo voy a hacer, el héroe está aquí, el héroe relata lo helado que vivió, el silbido de los chumbazos (horrible) y el miedo pero ahora por suerte todo eso pasó Otavito y estás de nuevo con nosotros, por suerte, y quizá la miran a Clarita la novia, pobre piensan, habrás sufrido mucho dicen, Clarita imagina la que se le viene encima y se levanta: voy al baño, no me siento bien, es la emoción por el héroe que regresó, afirma doña Pepa, pero la que tiene que hacerlo con el héroe es ella, no los demás; Octavio pide el artículo que publicó Julia en el periódico local y recita: "Me siento orgullosa de haber sido profesora tuya" relee emocionado la misma frase, la mejor, un verdadero golpe bajo emocional se autocondena Julia, no debí escribirla aunque sienta eso, quisiera estar en otro lugar ¿qué les hicimos a estos chicos?, los primos aplauden, don Agustín sirve más sidra. Le cabecea a su mujer cuando Octavio abraza a Clarita, "hasta el casorio no paran", se alboroza, llena las copas y a Clarita se le derrama sobre el mantel "alegría alegría" pero la que tiene que hacerlo con el héroe es ella, "déjenlos a los tortolitos que tendrán mucho que charlar" y los tortolitos se aíslan en la sala mientras en el comedor se pasan fotografías, se descorcha otra botella no importa el frío hay que celebrar y doña Pepa lagrimea, "ya me conocen, soy una floja; pero qué suerte tuvimos, Dios nos devolvió al nene sano y salvo", Octavio le pone la mano sobre la nuca a Clarita, corre los dedos sobre su rodilla, hombro, cabeza, "tres meses sin tenerte" la enlaza, no hay caso, Octavio está aquí presente de la cintura para arriba, de la mitad de los muslos para abajo, nada, "cómo te extrañé, acariciame", el soldado baja, la palpa "pero ¿qué tenés ahí?", Clarita se retrae, "ando con eso", ella también lo echó de menos y todo iba a ser igual que antes hasta que el avión y el tren lo fueron trayendo y dejó en el aeropuerto sólo un pedazo de él, "por lo menos dejame que te toque, tocame", y aunque sea una perra lo mismo va a hacer lo que va a hacer, "Pensalo bien, Clarita, aguantar a un mutilado por el resto de tu vida, sos demasiado joven", y su madre entre sollozos la abrazaba y con sus palabras la empujaba lejos, hacia otro camino, "no seas arisca, después de tantos meses", es la emoción que la oprime a Clarita, dice Doña Pepa, ¿vieron la banda de música esperando a tu hijo, Agustín?, el pibe, qué pibe nos salió, empujándola hacia otro, Román y hacia allí se dirigirá aunque sea una porquería, porque la que tiene que hacerlo con el héroe soy yo, Octavio se mueve, rebusca en el bolsillo: "tengo algo que mostrarte, mi vida", otro beso que no consuma y saca la cajita de terciopelo que se dispone a abrir, que relumbrará con su alianza de oro, que va a contener una casa hogareña con una cama matrimonial y la silla de ruedas de él al lado del colchón donde van a hacerlo, y es a ella a la que le toca, no a otra; se deja poner la alianza, se espanta los restos del beso que él alcanza a colocarle, los ahuyenta como arañas, se desase, "yo...", "la emoción la venció" se conmueve la madre de Octavito cuando Clarita sale corriendo por la puerta del frente a puro llanto, "soy una basura" se saca la alianza ¿y ahora cómo hará para devolvérsela? se lo pedirá a Titina, ella no pisa más por ahí, sin siquiera animarse a decírselo, y don Agustín empuja la silla de Otavito hasta la mesa, "venga, hombre, usted que ahora es un héroe de guerra cuéntenos de sus hazañas"; "ponele una frazada al nene, Agustín"; doña Pepa saca una manta con que cubrirle el cuerpo y no se enfríe, Octavio guarda la cajita de terciopelo en el bolsillo, hay que darle tiempo a Clarita, "qué les hicimos a estos chicos", le pregunta Julia a Chari, "ayer les poníamos amonestaciones por mala conducta y ahora miralos..." Ahora qué. Afuera corre el viento helado del 82; cómo, cómo olvidar este invierno.
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