CONTRATAPA
› Por Adrián Abonizio
¿Quién pude asegurar o desmentir que lo que escribo fue verdad o dejó de ser algo digno de ser contado? No tengo interés en la mentira sólo si es por alimento: justifico el engaño cuando hay que comer. He sido rufián, sobreviviente, llamémosle como quieran, pero nunca un mentiroso. Estoy acá por asesino, se sabe. Que no es otra cosa que engañar a la vida firmando con sangre ajena un contrato vil. Con la historia no se juega, no sé si soy claro. Porque ahora que no hay testigos y yo me pongo a hablar de bellaquerías sobre el Peluquero, el Gordo Troilo, acusándolo de ser mala persona, estaría muy mal porque él se encuentra ausente. Sé que nadie me puede refutar. Además, me protegen estos muros de cafúa. Blanqueándome al sol de los domingos sin visitas, en las ochavas del patio, fumando a veces, sin hablar con nadie. Mis amigos tumberos están ya afuera. Convivo con una generación de gatos peligrosos con cero en honor. Por eso me rajo de ellos, invoco a la Virgencita que siempre me protegió y pido algún cuaderno donde vengo anotando todo lo que me pasa por la cabeza, que créanme, no para nunca. Fue un lunes, me acuerdo bien porque la peluquería abría igual El Gordo Troilo siempre fue medio carnero y el revuelo por el "regalito" en la puerta fue grande. La tarde anterior se había jugado el Clásico y Central digámoslo, con un gol de ellos en offside había perdido con los leprosos. Ellos, algunos hijos de puta del Bar La Capilla dejaron por la noche paradito en la persiana cerrada un cajón de muertos pintarrajeado con los sagrados colores auriazules. Cuando lo vi me lancé para sacarlo, pero la hija, una piba imponente, hermosa, se me puso adelante y sonriéndome dijo que no hacía falta moverlo y que ya lo cargarían en el auto del marido para llevárselo. Pero se cagaban de risa. Todos, ellos, la familia de él y hasta el mismo Gordo Troilo que parecía tomarlo como una joda. ¡Joda la puta que te parió! Yo estaba pálido, con ganas de asesinar a alguien. Me pararon cuando iba para La Capilla, llevaba el bufoso; por eso, como sabían fue que me pararon y me llevaron en el Siam Di Tella de Tito con el Tuerto al volante hasta el centro a tomar algo con unas minas. Yo estaba con los ojos en sangre. Esperaba el lunes para hablar con el Gordo a ver como se la devolvíamos. Pasó esa noche yo meta oír la radio Colonia como quien escucha llover cuando aclaró y empezó a sonar el pito de la fábrica me preparé a salir hacia la pelu. A las ocho en punto, cuando el Gordo empezó con el trac trac de la cadena le caí. ¿Eh, tan temprano? ¿Te caíste de la cama?, me susurró. Y se sonreía el pelotudo ¿Podés creer que se sonreía?. Haceme barba y americana, le dije. Encendió la radio en el dial del noticiero y empezó a silbar. Yo lo espié por el espejo: son veinte años de conocerse y no lo podía entender. Che,Troilo ¿Te chupaste de mañana, no? ¿Como estás tan feliz con lo que te hicieron? ¿Eso? Una jodita, che. Hay que resignarse, es lunes y hay que yugarla. ¿Pero lo que pasó ayer no te parece una cagada?. Ah, si, lo tengo ahí en el patio, vení, asomate... ¡Que macanudos estos leprosos! Y me llevó enjabonado como estaba a ver lo que ya sabía. El ataúd pintado desprolijamente con nuestros colores. Nos quedamos en silencio. ¿Que te parece? ¿Lo pongo en exposición, no? Se deben haber gastado una fortuna ¡Que fenómeno! ¡Que macanudos! Yo escupí la crema en una baldosa adentro de la pelu y no sé como fue que me salió lo que le dije. Sacalo ya mismo, Gordo. ¡Si no sacás vos lo saco yo y lo quemo en tu puerta! Habían entrado ya dos clientes.Yo me miré al espejo y me ví: enrojecido, con la crema colgando y Troilo como una señora enjuagándose las manos, sonriéndose por mi bronca. ¿Quien puede decir que lo que escribo fue verdad o mentira? Los testigos, pelotudo, me dijo el abogado. Ellos, los que estaban ahí y vieron todo. Me saqué la bata, pateé los frascos, chapé el cajón y lo tiré al medio de la calle, arrastrando la cortinita esa que parece hecha con colas de gatos muertos. De paso, tumbé el sillón, arrancando el toallero. Pero que el ataúd voló hasta ahí es la verdad, es lo único que puedo recordar: lo demás, es como una droga, una ensoñación que me persigue desde que estoy acá, hace diez años y solo, porque hay que decirlo siempre fui solo, solamente soy de Central y punto. Lo demás, era el yugo, los amigos, el billar, una circunstancia toda. Lo que nunca soporté fueron los cagones, los que dejan humillar y se divierten mientras le violan a sus hijos. Porque el cajón puto ese y el Gordo Troilo carialegre como una broma de escolar, me nublaron la memoria. Nada más recuerdo. Que salieron a la calle los clientes, que el Gordo me agarró del pelo y que me pegó en la nuca con su puño cerrado de chancha maricona con el anillo de sello y que yo manoteé la navaja, de todo eso ni me acuerdo, se los juro, perdí ese momento en estos diez años y nunca lo recuperé. Me blanqueo al sol, hablo con los guardias, soy el más manso y me resguardo de estos pendejitos que no me joden ni se meten conmigo porque saben mi historia.
Esta historia desde adentro, puede ser mentira o verdad, usted decide. Mi abogado jura que me pude hacer pasar por loco pero por pudor no quise. Que no me acuerdo del todo es una cosa, que me haga el fesa, el olvidadizo, cuando yo mismo sé que a los colores no hay que faltarle el respeto ni mancharlos con la escupida ajena y que todo se paga con sangre. Troilo, fiambre, con su cara de Ollie, el del Gordo y el Flaco, en la manos un clavel son una estampa que no vi pero dicen que provoqué ya debe estar reseco y yo mal que mal estoy vivo. Pero yo no me acuerdo un soto, lo único que sé que dentro de un mes salgo por buena conducta y va a ser en un día de sol amarillo con el cielo azul detrás, van a ver, van a ver que la Virgencita me va ayudar con ese paisaje. Ya van ver. Y lo primero que voy a hacer es llevarle flores y buscar a los puntos del jonca uno por uno. En donde me contaron lo metió al Gordo la familia para ahorrarse de comprar uno limpio.
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