CONTRATAPA
› Por Bea Suárez
Mi Dios es grande, enorme, gigante; mi Dios es bueno y torpe, no pide documentos para entrar en el cielo, tiene mocos, se enferma de modo irremediable.
Mi Dios.
Mi Dios es un pañuelo donde irnos a vivir sin distinción de pelo, de country, rancho o barrio, es heterogéneo, gay, negro, rubio, sucio, croto, judío, cristiano, pensativo, inútil.
Poseo un Dios inútil y no me avergüenzo.
Llega por la puerta o por la chimenea, descorre una cortina y me pesca en el baño, no le importa si ese día me aseé correctamente, si tengo bici o moto, perro, cuenta bancaria u hollín en el cerebro.
El no arranca de mí el sueño de la vida, ni apuesta a mi futuro como única cosa. No. Permite, conversa, sosega, los tics de gente muy nerviosa.
No usa gorros violeta ni disfraces oscuros, ni lleva cofia, ni bombardea, ni pide indultos. Miente sí. Pero no olvida. Comprende las razones carnales, lleva un fichero donde anota la enorme cantidad de polvos que nos faltan, cosa de vigilar que se cumplan pronto.
Mi Dios no sabe, reza, no tiene verdad revelada y precisa; se ríe de estar vivo conmigo y unos cuantos, me analiza y no espera atrás de un ataúd (ni en fuegos crematorios) quemarme los pecados como si fuesen pelos indeseables.
Yo tengo un Dios que ama sin fronteras azoradas por color o tamaño, un Dios de itinerario lento que camina las calles y a veces las Basílicas, pero no evacua a la mitad del mundo si llega la creciente, nos carga a todos en su bote aun al precio de navegar apretados.
Un Dios que choca y siente, que escupe e idealiza, y a la vez jerarquiza lo que más siento.
Y nunca me dice "soy tuyo" o "de todos" sino "soy de cualquiera", y nadie se lo agarra para sí, lo escritura, nadie lo banaliza ni habla en su nombre al pedo.
Un Dios desnudo, crudo, que a ratos lo cocino, y se deja comer, tomar, entrelazar sin crédito.
Yo tengo un Dios, señores, y no permito que una maleducada señora se lo lleve sin permiso adentro de un tapadito una noche común creyendo que es de ella, de mamá, de papá, de cuatro hijos, cuatro abuelos todos vivos y afiliados a Osde, un trabajo en la Bolsa, una casa de campo, una tía en Europa, un cheque, una hostia, una buena costumbre, un quedirán, un litro de agua mineral, una cobertura para incendios, una reserva por las dudas.
Mi Dios es grande, enorme, gigante. Tanto, que no se ve más que en éstas sagradas escrituras.
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