CONTRATAPA
› Por Ariel Zappa
Silencio. El más puro y soterrado silencio. No es hora de apabullar la bocanada final con palabras. Dejá la boca abierta, la lengua caída, los pómulos pesados como piedras. Agachá la cabeza. Que el fuego nos consuma mansamente, de a poco. Hemos tallado la piedra del agobio como nunca nadie antes.
Ya es tarde, mi amor, muy tarde...
Las arañas han hecho nido y eso no se consigue en una sola noche. Si nada se mueve en derredor, avanzan. No deben presentir ni el hálito de un ángel (si es que los ángeles a esta hora y por estos lugares aún se atreven). Al mínimo pestañeo se ponen en guardia. Y esperan, alertas, que se aleje la acechanza. Hasta que en el último pliegue de su sombra, no se perciba más nada y lo único que quede en pie sea la ceniza de un recuerdo. Entonces, guardan el veneno, repliegan las argucias. Tejen, traman, y se zambullen sin más, al hábito ancestral de las telarañas y sus abismos.
Esos espacios tan nuestros... los abismos. De hace tanto. Y músculos quietos que huelen a zozobra.
Y no vale llorar. Por mucho menos que eso, dicen que dios hizo desaparecer dos ciudades. (De acuerdo, no fue tan así. Pero decime la verdad, ¿no hubiera estado bueno escapar del patetismo?)
Ni siquiera se nos ocurrió mirar al techo u otro rincón oscuro donde inhumar el alba. Es lógico, estamos abocados a lo nuestro. Los ciegos, como vos y yo, amamos hasta el hartazgo compartir la pesadilla porque así es como se diseca el amor.
Nublada, eso dijo: hoy estoy nublada. Acá en el suelo, en el piso. A la altura de los pies. Un celaje brumoso que lo único que requiere para ser visto es eso: cerrar los ojos. No es indispensable perderse, pero convengamos que tiene un halo voluptuoso que te gana.
Que tejan las arañas. Dejémoslas tranquilas. Ya habrá tiempo de hablar de esto. Hoy, ya no soy para nadie: y cuando digo nadie, también digo estertor, poder, revancha y semilla.
Te preguntarás y me preguntarás, ¿cómo se llega hasta aquí?: tragando el humo, respirando hondo, tosiendo de a ratos. Supongo que para nacer, ha de haber antes un tiempo muerto donde se desangre el calendario para volver siendo nada.
Alertas, eso sí, al sendero que decidan las arañas.
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