CONTRATAPA
› Por Gary Vila Ortiz
¿Desde qué sitio escribo estas líneas? Desde mi escritorio, rodeado como siempre por los libros, los discos y todos esos objetos inútiles que colecciono. Que siempre coleccioné. Muchos de los más viejos aún los conservo, otros se han perdido irremediablemente. Escribo estas líneas escuchando la cuarta sinfonía de Dvorak, en un aparato de música que no anda nada bien. En algún momento podré cambiarlo, no por ahora. También están presentes las nostalgias, hoy no sé bien por qué, más fuertes que de costumbre.
Me voy ubicando para que se comprenda, si es que algún lector quiere hacerlo, el lugar y el estado de ánimo en que me encuentro al comenzar estas líneas que tratarán de explicar qué significa para mí ese mirar a los otros del título. Y los otros no son solamente aquellos que observé en el bar por la mañana sino también los autores de algunos libros que he leído a lo largo de la semana, los de la música que he escuchado, de ciertos films que miré por televisión. Es decir que los otros son todos esos seres humanos que me conmueven, que hacen que sienta la necesidad de escribir sobre ellos. Es cierto, pese a que me siento triste, que fumo como debe hacerlo todo individuo de 75 años que tiene asma, que tengo una taza de café a mano, y algunos pesos en el bolsillo, no más de quince o veinte y dos pesos, estando en lo que suelo llamar mi refugio, un ser privilegiado. Lo que quiero decir y no tan sólo insinuar: miro a los otros desde un lugar de privilegio. (Digo refugio, no madriguera, Kafka me dijo que las madrigueras eran muy vulnerables).
Como le decía alguna vez al Negro Ielpi mientras mirábamos los materiales de un libro que publicamos juntos y que fue Gilberto Krass quien tuvo la amabilidad de publicarlo, le decía al Negro, "son necesarias algunas precisiones". Dicho sea de paso, inevitablemente siempre me voy por las tangentes, hace unos días pude conseguir ese libro en una librería de esas que son las que llamábamos de viejo pero que ya no lo son, a tres pesos; el amigo de la librería me lo quiso regalar, lo que no acepté para tener constancia de su enorme valor. No me interesó demasiado ni por mí ni por el Negro, pero sentí cierta incertidumbre por Raymond Chandler y Philip Marlowe, a quienes el libro en cuestión estaba dedicado. Todo esto a cuento de las precisiones que deseaba hacer para este artículo. Entre las cosas que ando leyendo tengo algunos libros de John Berger, a quien tendría que haber descubierto antes pero que descubro recién ahora. John Berger, un escritor inglés nacido en 1926, nos ofrece una mirada de penetrante lucidez del mundo en muchas de sus realidades. Uno de sus libros se llama justamente "Mirar" y uno de sus artículos me provoca un gran bienestar. Se trata de unas hermosas líneas sobre Giacometti, acompañadas por una fotografía de Cartier Bresson. El bienestar me lo produce una coincidencia. Hace mucho, no recuerdo en qué año, pero con seguridad después del 69, escribí un poema dictado por dos fotografías, la de Giacometti que usa Berger en su comentario y una de Nabokov fotografiado mirando unos frascos con mariposas. Las fotografías estaban en el anuario de 1969 de "US.Camera", un número que descripto por Berger sería una inteligente observación de lo que había ocurrido en la década del sesenta. El poema se publicó en un diario, pero no puedo encontrarlo, aún cuando sé que debe estar en algunas de las cajas acumuladas con papeles, que ya tendría que dar por perdidos.
Ese "mirar" de Berger es notable. Si digo que me hubiera gustado conocer un análisis de ese número de "US.Camera" es porque las reflexiones de Berger sobre la fotografía son estupendas. Debemos ponerlo junto a los que han hecho, entre otros, Italo Calvino, Susan Sontag, Roland Barthes. Ese anuario muestra el mundo de los sesenta, con muchas de las cosas que fueron pasando y con fotografías de primera línea. Hay fotos de los asesinatos de Robert Kennedy y de Martin Luther King, ocurridos en 1968, de la guerra de Vietnam, desnudos de mujeres sumamente atractivos, animales, fotos que nos resultan curiosas y además, pero faltaría enumerar otras, las de personalidades como Giacometti y Nabokov. Hay de Marlene Dietrich, un homenaje a Edward Steichen, de Salvador Dalí, una bellísima de Marianne Moore, una conmovedora de Carson McCullers, otra, terrible, del examen por tres individuos del cadáver del Che Guevara y esa tristemente famosa foto del asesinato de un miembro del Vietcong por parte de un brigadier general de Vietnam del Sur, quien dispara su revólver sobre la cabeza del guerrillero que tiene las manos atadas. También las célebres series de Eadweard Muybridge, una sobre la mujer que va a acostarse y otra sobre la secuencia de un jinete galopando con su caballo. La de la mujer data de 1885 y la del jinete de 1878. Muybridge había nacido en 1830 y murió en 1904. (La del jinete y su caballo creo que fue utilizada para la tapa de un disco dedicado a Philip Glass).
Se pregunta Berger qué hacía las veces de la fotografías antes de la invención de la cámara fotográfica. Uno espera, sigue diciendo Berger, que se diría el grabado, la pintura, el dibujo. Pero la respuesta más reveladora sería la memoria. Es entonces cuando pienso si para los argentinos las fotografías han reemplazado a la memoria en el sentido que le da Berger. Creo que al mirar a los otros nos parece intuir que no solamente hemos perdido la memoria de muchas cosas sino también las posibles fotografías de las mismas. Y además que muchas fotografías que deberían haber sido tomadas no lo fueron, por una imposibilidad real o porque no se las permitió tomar.
Aún cuando siento una verdadera pasión por la fotografía no sé tomarlas. Es decir, puedo apretar lo que haya que apretar en una máquina que alguien me presta para que le tome una foto, pero no tengo cámara y de tenerla sería para hacer un trabajo que ignoro si podré hacerlo. En general miro a los otros con afecto, pero esa mirada tiene el límite que tiene que tener el ojo que mira. El otro límite es mi memoria. No me gustan las fotografías "artísticas" sino las otras que podríamos llamar documentales. Por ejemplo, las mencionadas de Giacometti y Nabokov lo son y permiten observar a esos artistas en dos momentos particulares de sus vidas.
Me permito mirar a los otros siempre y cuando experimente, ante todo, una de las formas del amor. Mirar, de otra manera, como ajenos a lo que miramos, me parece algo parecido a lo que considero el peor de los pecados, la soberbia. Hay que mirar siempre, aún cuando lo que observamos nos produzca rechazo, con una aceptación plena de nuestro espíritu. Berger es un ejemplo en tal sentido, un ejemplo que no puede pasarse por alto. Si queremos observar y además escribir sobre eso, tenemos la obligación (acepte el lector la exageración) leer a Berger para sumarla, claro está, a las otras lecturas que nos permiten hacerlo. Nunca debemos ser aquellos que todo lo anotan prolijamente, es decir, los que miran desde el más profundo desprecio por la condición humana. Los nazis, ejemplo máximo en este sentido, llegaron hasta lograr "entender" que el amor en la situación que ellos ponían a otros seres humanos era imposible. En un experimento que es difícil calificar (el nazismo destruyó además de nuestro concepto de la justicia y del amor, el lenguaje: las palabras dejaron de significar lo que alguna vez significaron); por eso decir que ese experimento que hicieron fue abominable o infame no alcanza, como no alcanzaron los juicios de Nurenberg. Pero lo hicieron y dejaron constancia de eso. Posiblemente lo hicieron pensando que la barbarie que implantaron iba a durar los mil años que querían para ella. Esa barbarie no duró, pero hay otras también feroces aunque ninguna rozó ni la superficie del nazismo.
Mirar debe ser ante todo un acto de amor, que probablemente dure mucho menos que una fotografía, pero una fotografía si bien puede ser tomada desde un compromiso afectivo con lo que se mira a través de la cámara, no siempre es un compromiso amoroso, una de las formas de amar o de tratar de sentir lo que han experimentado esos otros. O lo que aún siguen experimentando. Existe un inventario fotográfico de los horrores, como decía Susan Sontag, eso que ella califica de "epifanía negativa". Berger apunta con razón que las fotografías son reliquias del pasado, huellas de lo que ha sucedido. Los vivos, sin embargo (expresa Berger) no han asumido ese pasado y de esa manera las fotografías adquirirían un contexto vivo. "Es posible que la fotografía sea una profecía de una memoria social y política todavía por alcanzar".
Estaba escribiendo sobre mí mirar, limitado en el espacio y en el tiempo. Me comprometo en ese mirar y hasta el momento es mi memoria la que hace las veces de la cámara. Miro dentro de los límites en que es posible mi mirar. Creo que a los argentinos, que no saben asumir su pasado, a menos que lo asuman como una mentira, habría que reemplazarles la memoria por fotografías que a lo mejor le hacen entender de qué se trata esto que somos y eso otro que queremos ser. Pero tenemos (los argentinos todos) una enorme facilidad para trampearnos y la mirada hacia los otros, desde que las recuerdo, no siempre han sido miradas del amor sino de diferentes formas del odio. Es una lástima que la fotografía, aún las más precisas, pueden hacernos reflexionar sobre esos temas, pero no pueden fotografiarse. Los resultados del amor y del odio pueden verse en las fotografías, pero las miradas del amor o del odio, del desprecio o de la indiferencia son inmunes a todas las cámaras, si bien aquellos como Berger, Sontag, Barthes o Calvino, puedan revelarnos su esencia.
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