Lunes, 11 de octubre de 2010 | Hoy
Por Jorge Isaías
Con Justito Pezzino hemos hablado largamente a través del "éter", como ironizaba un viejo amigo de mi pueblo. Era la metáfora con la cual trasladaba el sentido y uno, ya sabía que quería referirse al teléfono.
Hablamos de aquel tiempo que hemos compartido, medio siglo atrás, y que se me hace como una pequeña moneda que comienza a brillar -primero tenuemente y luego con todo su esplendor cuando se le echa la sinrazón caprichosa del recuerdo infantil.
Tiene -como yo esa matriz de la primera decena de nuestras vidas, trasegando -no digamos las calles del pueblo que sería exagerar sino las acotadas calles polvorientas del barrio "El Jazmín", con sus patios profundos, sus paraísos y el ruido de los gorriones cuando iban a dormir sobre sus ramas. Ese barrio que era tal vez poca cosa si se lo mira desde sus casas o se lo mide por la humildad de sus gentes, pero tenía una energía que deviene mito en las juventudes del pueblo y todos quieran tener que ver con él. Quise decir con ello que no todos puedan, porque a nosotros como dice el "Tigre" Compañy se nos nota el origen cuando nos ven caminar.
Esa calle que moría justamente en el campo Terré que luego compró el "gordo" Compañy, padre justamente del nombrado unos renglones arriba y que en sus calles transversales, una iba hacia Maldonado y se bifurcaba al "Camino del diablo", la otra moría en el cañaveral de don Juan Peralta y la otra, vecina a la cancha de Huracán remataba en el caserón, de don Valentín Spizzo, de solemne memoria entre los varones que en mi pueblo han sido.
De pronto, todo esto que acá es una descripción somera pero que tiene su verdadera y auténtica y profundísima razón de ser, fue recorrida en nuestra conversación -única en cincuenta y dos años que hemos tenido mi amigo Justito Pezzino y yo .
Y de pronto, a boca de jarro me pregunta:
¿Y qué fue de Eduardo Rodríguez?
Pronto, de memorioso reflejo viene a mi mente un muchachón de cara redonda, y digo:
¿Al que llamaban "Pileta"?
Sí, efectivamente, "Pileta Bonifachini" le decían. Porque era el apellido de los abuelos con los cuales vivía. El padre, me informa Justito, era empleado de la estancia Maldonado, de la familia Lynnen y colijo hoy que "Pileta" habría sido confiado a sus abuelos ya que hizo la primaria en la Nacional Nº 156, junto a Gladys, mi prima y el mismísimo Justo. La Nº 156 -aclaro se llamaba también "Provincia de Salta" y, era mi escuela querida.
En ese edificio que está casi intacto -salvo los techos nuevos y los baños y la construcción de una cocina hoy funciona el Jardín Infantes "Garabato", dependencia del ministerio provincial. Mi escuela fue hace años fusionada con "la fiscal", como se conocía a la Nº 212, provincial histórica y la institución educativa más antigua de mi pueblo.
Entonces Eduardo Rodríguez, el popular "Pileta" por su proximidad vecinal con el barrio "El Jazmín" no era raro que se mezclara en un picado con nosotros, en la mítica cortada de don Angel Pichichello.
Una sola anécdota diáfana tengo de él, que relaté a mi hermano hace poco y que paso a referir.
Cuando yo no tenía edad para mandados, mi madre no teniendo con quién dejarme, ya que mi padre estaba en el trabajo, me llevaba a todos lados. Un día, una mañana, creo, estábamos en el almacén del "Cholo" Belluschi y allí estaba "Pileta" cumpliendo con un mandado que seguramente le habría confiado su abuela. Como fue atendido antes, salió. Yo había dejado mi "caballito" de caña apoyado en el marco de la puerta pero del lado exterior.
Cuando "Pileta" salió tuve una intuición y lo seguí. Se apropió del corcel, lo montó y partió raudo ante mi estupefacción que rápido se transformó en grito y llantos. Mi madre habrá pensado que me degollaban y salió corriendo a la vereda donde ya "Pileta" cabalgaba próximo a la casa del "Patón" Gúbero y si doblaba en la esquina de los Godoy ya sería imposible alcanzarlo. Mi madre le pegó un grito y él, "Pileta" abrió las piernas, dejó caer la caña y huyó doblando la esquina citada hacia la casa de los Bonifachini, dos cuadras más hacia el este.
Andá a buscar tu "caballo" dijo mi madre.
Y yo corrí entre los mocos y las lágrimas protegido por su mirada y mi alegría por recuperar mi "pingo" que había dejado en la puerta de lo que yo suponía un "salón" del oeste o una pulpería como un abrojo prendido en la pampa.
Ahora deberé inquirirle a Eda Bonifachini que habita todavía la casa familiar para saber de Eduardo, de su tal vez primo o sobrino, aquel muchachito que, saliendo de la escuela primaria emigró como tantos en busca de un futuro que el pueblo no supo garantizarle nunca a la juventud.
Hace sesenta o cincuenta o cuarenta años era así.
Como es ahora, que doblamos el codo del siglo y ya entramos campantes en el XXI que sólo recoge una fracción de tareas rurales bajo el cielo más bello del mundo donde alguna vez cantaron todos los pájaros.
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