Sábado, 6 de noviembre de 2010 | Hoy
Por Miriam Cairo
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Naturalmente, no se trata sólo de leer a Olga, sino de amar a Olga, de caer y emerger con Olga, de parir a Olga después de haber rodado toda la noche en la burbuja del instante.
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Qué extraño es no ser Olga cuando abro el libro, cuando tengo los dedos apretados, cuando nace una palabra y mueren otras, cuando se apaga la lámpara que enciende al mundo.
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¿Por qué no es ella la que se tarda tanto?
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Comprendo muy bien las emboscadas en algún lugar cómplice de la oscuridad o en el pecho roído de los otros. No soy terca pero no me conformo. El peligro no existe si el miedo no acecha. El aire no está suficientemente conmovido si Olga no respira.
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Ese objeto misterioso, con su pico de paloma real socavando la masa turbada del lenguaje, halla su cauce expresivo en un enjambre de metáforas. Con una de sus caras emite imágenes horizontales, con otra se ramifica como el tiempo, mientras que en el centro irradia una luz de lámpara en medio de la noche. Algo aún más extraño ocurre. En el centro de todas las posibilidades junta lo que está separado, repara lo que está destruido.
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En vano tu imagen no viene a mi encuentro, Olga. Desde lejos sé cuándo alguien no llega. Cuándo se evita lo posible. Y es ese no llegar lo que con tanta ansiedad espero.
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Qué extraño es no ser Olga cuando el perro lazarillo de Dios tropieza en el doble morrión abovedado del paraíso al correr tras la hembra que se marcha arrastrando los senos por el suelo.
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Sólo con vos es posible jugar estos juegos. ¿Quién más ha elegido las magias, el amor y el delirio? ¿Quién más pudo dibujar la aureola fresca y traslúcida de la luna? Tu dedo mezcla el azufre y el azafrán en una gota de agua dulce.
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Yo también corro a la velocidad de los deseos, Olga. Y me detengo con la inmovilidad de lo deseado. Yo también sé que el cuerpo es un abismo alimentado con la sal de la memoria.
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¿No es suficiente con que la noche restituya las criaturas de rocío que saqueó el viento, para comprender el procedimiento de la reparación? Pero estoy atenta, Olga, porque también sé que la noche puede caernos sobre el pecho como una cuchillada.
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Antes de toda experiencia, antes de toda deducción, incluso antes de que el espacio se estremeciera como un sexo saqueado por el viento, estabas vos, Olga, trocando los negros espejos de la noche. ¿Me has visto? Yo soy la viajera del tren que contempla el mundo desde una polvareda.
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Qué extraño es no ser Olga cuando los emisarios vienen a trocar cada cautivo ardiente por una sombra en vuelo. Qué extraño que esos versos no sean míos. Qué extraño y acongojado es no ser Olga en el enjambre de palabras.
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Esta especie de languidecimiento esencial, es tuyo, Olga, y es mío porque es tuyo. Yo tampoco sé si soy ser o soy palabra, pero cierro con tus ojos todas las cerraduras. Qué extraño es no ser Olga y seguir viviendo.
* "En donde la memoria es una torre en llamas", Olga Orozco.
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