CONTRATAPA
› Por Irene Ocampo
Era el año 2000, y se acercaba diciembre. En esa época había comenzado a colaborar para el periódico Otras Voces, de Indeso Mujer y me pidieron que armara una cobertura sobre el tema del sida. Cuando acepté no sabía que esa producción especial me cambiaría la vida. Suele pasarnos esto a quienes escribimos periodismo: una nota, una entrevista puede significar un antes y un después en tu vida periodística y personal.
La reciente creación de la lista Rima me puso en contacto no sólo con otras mujeres, sino también con otras visiones, con otras formas de ver el mundo. Gané ojos, por decirlo de una forma sintética. Así que cuando me dispuse a investigar sobre el sida y el punto de vista desde las mujeres, gracias a las recomendaciones de Gabriela Adelstein, llegué a los textos de los disidentes. No sólo eso, llegué a encontrar el por qué a tantos padecimientos que sufríamos y veníamos sufriendo como parte del mundo que había quedado entrampada en la lógica del poder central. Esa lógica que había dispuesto, para su propio beneficio, enfrentar la pobreza endémica de esta parte del mundo, Africa, América latina, países del continente asiático, con los nefastos SAP (Structural adjustament plan, por sus siglas en inglés), o en castellano, planes de ajuste estructural. Y para colmo de males, la cosa no era reciente, había surgido y comenzado a implementarse casi cuando yo había llegado a este mundo. Los primeros SAP según lo que pude investigar en esa época comenzaron a implementarse a comienzos de la década de los 70 del siglo pasado. Los primeros SAP se probaron en Africa, con varias naciones africanas que fueron sumidas en una pobreza y una sumisión bochornosa, luego esos planes pasaron a nuestra América latina, luego de que se derrocaran los gobiernos democráticos y asumieran las dictaduras militares. Nada era aleatorio, todo obedecía a una lógica macabra: el capitalismo de mercado, la explotación de los recursos que toda esta franja del planeta podía proveer a muy bajos costos, a los que desde siempre habían necesitado más materias primas.
Leyendo los materiales que había encontrado y que ligaban la horrorosa crisis sanitaria a la que los países africanos se estaban enfrentando, y que no era otra cosa que una clara consecuencia de décadas de políticas públicas casi inexistentes, crecía en mí la necesidad de enfrentar esa realidad. El sida, que ya en esa época se sabía, tenía cara de mujer y pobre, las más pobres de entre los pobres, no conseguiría alivios ni atenciones, por esa misma razón. Tal vez, a lo sumo la posibilidad de que los grandes laboratorios tuvieran con quienes experimentar nuevas vacunas, con quienes no podían negarse a recibir tales drogas. (Hace poco la película El jardinero fiel retrató con mucha crudeza este sistema endemoniado, que sigue vigente en muchos países y a propósito de otras enfermedades).
Acá no teníamos sida, pero teníamos la enfermedad de la pobreza. Vivíamos una inmensa mayoría con menos de un dolar diario. Mi realidad personal era que recibía ayuda de familares para poder subsistir. El desempleo alcanzó niveles escandalosos. Y llegó el 2001. Luego del dolor por la masacre que se llevó la vida de jóvenes, mujeres, laburantes y activistas, como el Pocho Leprati acá, seguí esperando que llegara un corte a tanto sufrimiento. Es así, la esperanza es lo último que se pierde, dice muy bien el dicho popular. Se fue Duhalde, y llegó un tipo del sur. Un gobernador que venía enfrentando como podía las políticas de Menem y Cavallo, aún siendo beneficiado por algunas de esas políticas. Un patagónico, un pingüino le decían ya quienes vieron que caminaba con sus propios zapatos. Y el tipo dijo en un momento: acá no necesitamos más sus políticas económicas recetadas, acá tenemos con qué arreglarnos. Lo que muchos ya decían -y yo también pensaba-, que había que hacer para poder zafar de la maquinaria del capitalismo más salvaje, el tipo lo dijo. Y además de decirlo, lo hizo efectivo, lo más que pudo. Y claro, se ganó unos cuantos odios, y creo yo, muchos amores. Ese tipo, Néstor Kirchner, se fue de este mundo el 27 de octubre. Para mí que octubre se los lleva, porque el 22 de otro año, se fue esa persona que nos ayudaba a parar la olla cuando no teníamos ni laburo ni changas con las cuales ir zafando con mi pareja. Era su mamá y yo la quise a Nydia como si hubiese sido la mía.
Este 27 fue un día raro, el día del censo, y el de su muerte. Yo quedé shockeada. Podría repetir tantas cosas que se dijeron sobre su gestión como Presidente. Lo que más me interesa resaltar es que su partida nos dejó una gran tristeza. pero también la alegría de saber que hizo todo lo que pudo y que se aseguró de que quienes son más jóvenes y son hijos de esos dolores de los que hablé antes, puedan encontrar en la participación, ya sea ciudadana, política, comunitaria, una respuesta. Así que no quería dejar de decirlo: gracias Néstor.
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