Martes, 14 de marzo de 2006 | Hoy
Por Eugenio Previgliano
Silencio, viento, palomas. Claves medio ocultas en la espesura. La sra Casas de Gómez falleció en 1972, me acuerdo ahora como me acordé antes. El menor de sus hijos murió después y también lo sepultaron en un panteón destacado, cerca de la puerta de la calle Ovidio Lagos: yo lo conocí en vida y ahora me encuentro con ese recuerdo; capaz que haya tenido veintitrés años en 1977 que fue el año en que murió en un improbable pero cierto accidente. Tus compañeros dice la placa que no es de bronce sino de metal plateado llevaremos tu memoria eternamente en nosotros. No la firma el hermano que yo sé que vive en México, en un rancho cerca del Popocatepl desde donde se ven las fumarolas permanentemente vivas.
Silencio, viento, palomas, porque es Viernes y son las cinco de la tarde. Lepoldo Lagos, periodista, legislador y otras cosas que no recuerdo: Stat Jus nos recuerda la paz cementeril.
Se sigue siendo ingeniero aún después de muerto si se ha sido alguna vez Luis Laporte. Es fácil de reconocer el mármol travertino igual al del Monumento a la Bandera en el material que levanta su túmulo de prócer. También se es ingeniero de muerto si se ha sido Ramón Araya, propulsor de la primera legislación sobre la profesión
Nos espera aquí, se dice del difunto. El ángel es tal vez lo que llama la atención del caminante y la atención se presta a la estela que informa de esa espera del difunto; certera, para otra vida, dice la placa. Esto no es vida, me parece a mí.
En la revolución de 1880 dice que luchó uno de los que descansan aquí, su placa. Miro el apellido, se emparenta con alguno de los míos. De Alem me contaron que estuvo preso en La Redonda, la cárcel de la calle Zeballos y Ricchieri, pero el que me lo contó también estuvo preso en la misma cárcel: no sé si creerles.
A los difuntos se le dedican cosas, "te dedican tus hijos este homenaje", parece que la dedicatoria fuera un gesto, un signo, una cifra del esfuerzo tras esa vida "de luchador incansable" que dicen varias lápidas ahí en El Salvador, en especial de los patrones. Curioso y bastante falso: tumbas de patrones italianos que hablan en una placa de bronce de la alta estima y agradecimiento de obreros y empleados. ¿no habrá sido un negrero el luchador incansable? ¿padre ejemplar y esposo amantísimo?
Clase tercera, porque hay clases entre las tumbas, y la nuestra es de esas, clase tercera, serie tercera, número 214. Esta sí me espera, entre tanta reflexión me siento en un banco que no podría ser más que de piedra, duro: también yo que vivo en Rosario desde que me acuerdo tengo una tumba con unos difuntos. Hay ahí unos pinos donde anidan ciertas palomas y otros pájaros, yo quisiera ahora que estoy sentado ver a una lechuza que mientras venía caminando escuchaba chistar, pero no puedo apartar la mirada de mi tumba. La lápida falta y se puede ver, entre la argamasa ya seca, unos ladrillos que obturan el sepulcro de la familia. Tener esta sepultura del siglo XIX en casa pienso marca que la familia es realmente antigua en Rosario, otras familias tuvieron un esplendoroso monumento funerario en el sector más antiguo del cementerio y hoy lo ostentan unos muertos de los años noventa del siglo XX. La apariencia de nuestra tumba, en cambio, no difiere de lo que fue la morada en vida de los que allí reposan, rodeados de apellidos conocidos los muertos eternamente vagan en el cementerio esperando la hora del té, como en vida, como en la guia social: en la misma época vivieron, sufrieron, gozaron, disfrutaron, enfermaron, en el mismo barrio de muertos los muertos reposan
La difusa materialidad de las tumbas me marea, angelitos de yeso, obras maestras de Lucio Fontana, estatuaria venida de Siena, de Lombardía, de Florencia y siempre de Génova; epitafios poliglóticos: a nuestro querido padre, ses enfants; teledirigidas: in the beloved memory of John Foster Connors, who died in Rosario in 1920 at the age of 19, recitadas por telégrafo a la oficina de arte funerario ubicada en un lugar.remoto llamado Rosario, como la heroína de Rostros Olvidados, película que años después (pero ya hace muchos años de esto) haría Libertad Lamarque.
Retratos, como el de la srta Leopoldina, muerta a la edad de 21 años en 1917 y enterrada cerca de mis parientes: yo no creo que ya muerta le hayan tomado ese retrato donde aparece sentada, pálida, delgada, con un collar larguísimo y una sonrisa antes de poca salud que delicada, pero no habrá ya en este mundo de muertos nada mejor para ese retrato que seguir preservando la imagen, sonriente pero agonizante, de la muchacha núbil, ya madura que se vé ahí en el retrato, nuestra vecina de muertitos.
Antes me termina pareciendo la muerte ocupaba un lugar más importante en la vida. Hasta 1976, según me informan, fue feriado el Primero de Noviembre; depués ya no, parece que hubieran querido degradarlo, ponerlo a la altura de un día cualquiera, desaparecerlo.
Julián Vivos, decía la lápida, en un huecograbado pintado de negro; es a la ese final que le han despintado: me hace reír. Pero la risa tiene limite, termina.
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