Lun 15.11.2010
rosario

CONTRATAPA

Irreversible

› Por Natalia Massei

Plano velado

Por la rendija de la puerta entreabierta, se perciben sombras imprecisas. Afuera, la luz es más intensa y ejerce un efecto de ocultamiento sobre lo que sucede en el interior de la habitación apenas iluminada. El campo visual del observador se reduce a una línea vertical de quince centímetros de ancho. Ella y él aparecen de manera intermitente y parcial, casi sombras: un brazo, un perfil, medio cuerpo, una mano que aprieta un antebrazo. Los objetos son más difíciles de identificar, manchas borrosas. Algo que ha sido lanzado por el aire atraviesa el espacio visible. Un instante, un destello. Las voces son también discontinuas: gritos y susurros se alternan.

Irreversible

Ella se zambulle en el bolso, mete un sweater, un manojo de bombachas. Él le desvía el brazo con violencia. Varias prendas caen al piso.

¿Dónde carajo vas?

Hablá más bajo, Lucas duerme.

Pide perdón, pero ella no lo escucha, recoge la ropa del suelo y la guarda en el bolso. Él se acerca y la abraza por la espalda, la rodea y apoya la cabeza sobre su hombro. Siente su perfume. Pide perdón otra vez. Ella no se detiene. El la arroja sobre la cama. Pretende besarla en la boca, pero ella lo esquiva. El le besa el cuello con ternura. Le acaricia las caderas. Ella no cede. Lo aleja con fuerza. Se tira al piso y se incorpora en un solo movimiento.

Dejame ir.

Hablemos, por favor.

Cierra el bolso y se dirige a la puerta. Él la detiene y le arranca el bolso de las manos.

¿Adónde vas a ir con este bolso de mierda?

Ella retrocede y toma el velador encendido.

¿Qué vas a hacer con eso? No me hagás reír.

El mango de hierro del aparato le quema un poco la palma de la mano, lo aprieta más fuerte. El se acerca. Ella lanza un golpe al aire como previniéndole que no siga. El avanza. Un haz de luz dibuja una trayectoria efímera entre los dos cuerpos. De repente la habitación queda completamente a oscuras. Se oye un golpe contundente y luego otro: un cuerpo que se desploma sobre el piso. Silencio y tropiezos. El sale de la habitación y cierra la puerta.

Lucas... ¿qué hacés acá? Andá, cambiate que te preparo la leche.

Secuela

El día que murió mamá le reventé un ojo al chueco Pereyra. En ese momento, todavía no sabía que ella había muerto. Me lo dijeron a la tarde, cuando regresé de la escuela. Si le hubiera reventado los dos quizás le habría hecho un favor. Hay cosas que es mejor no ver. Fue un arrebato, no pude calcular las consecuencias. Pereyra me venía jorobando desde hacía varios meses. Que tenía ojos de sapo me decía. La semana anterior me había metido un sapo muerto en la mochila. Mi mamá lo había descubierto a la noche por el tufo que emanaba del bolso.

La onomatopeya repetida al oído, mientras la maestra no veía, me volvió loco. Croac. Croac. Estallé. Le clavé el lápiz en medio del iris. No sé de dónde saqué la fuerza. Gritaba como un condenado. Y sangraba muchísimo. Lo dejé medio ciego con un sin fin de cirugías, post operatorios, tratamientos de por vida y, lo peor de todo, el esfuerzo y la esperanza de mantener sano el ojo que todavía servía. Le cagué la vida. Pobre Pereyra.

Ese también fue el día en que vi por última vez a mi padre. Esa mañana, mamá y él habían discutido a los gritos. Algo pude ver y escuchar a través de la puerta entreabierta. Pero no recuerdo nada con claridad. Excepto el momento en que la habitación quedó a oscuras. Todo terminó con un apagón y un golpe sin eco que aún hoy retumba dentro de mí. Me quedó esa negrura grabada en el iris como la mancha blanca en el ojo del chueco. Infinito punto ciego. Después de un silencio breve mi padre salió de la habitación con el rostro desfigurado y cerró la puerta de inmediato. Me preparó el desayuno y me llevó al colegio. Nos despedimos como todos los días. Antes de bajarme del auto me detuve un segundo y lo miré a los ojos. Entonces lo vi, él también llevaba esa marca en las pupilas. Dilatadas, a pesar de la luz, ya inmersas en su propia noche perpetua.

natalia massei

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