Vie 26.11.2010
rosario

CONTRATAPA

SOBRENOMBRES

› Por Adrián Abonizio

El paisaje que evoco tiene construcciones bajas, aristocracia petulante en algunas casonas, pasillos de tierra, armazones en madera, chalecitos pintados al aceite, viviendas Anahí a medio hacer, levantadas en la esperanza de avanzar pero que nunca concluyeron de dibujarse y ahí andan, semirevocadas, como una factura impaga. Allí dentro viven los vecinos, algunos enemistados con la vida, otros saludadores. Unos nos quieren pero para otros somos inapreciados e invisibles y hay quienes nos odian. Para todos ellos, secretamente elaborabamos una criptografía de sobrenombres. Eran nuestro códice, el arma secreta de la burla y el poder: con el humor también se dominaba al territorio intangible que ellos, envarados y efectivos, lo tenían como propio. La Vieja Coquito tenía un culo de araña tejedora extraordinario; su esposo El Fantasma hacía mucho que habría de considerarlo propio imaginábamos rememorando empellones juveniles que nunca volverían. Era flaco, anteojos culos de botella y perdido en nebulosas cerebrales.

Los hermanos Cara de Auto jetas largas con bigotes aún extinguían su soltería sospechosa con mamá, una mujer insecto a la que sacaban a tomar el fresco de la tardecita. La Garrafa, doña de huesos bajos y gordos, vivía al lado escuchando música española: nuestra coincidencia y videncia nos alegró: se casó al fin, con el garrafero del barrio. Maguila, con sus manos callosas que le rozaban las rodillas salía de su cueva de lianas para darnos consejos ininteligibles sobre el arte de pegarle en los penales: era agradable, salvo por la babilla que habitaba en las comisuras de su labios permanentemente. Todo este micromundo ya narrado por mi antes es la módica afirmación que he tenido una vida distinta a ésta, donde nadie se pone motes crueles y certeros y se guardan las formas, como si fuesen elementos valiosos de peso incalculable y está muy mal visto el chascarrillo, la desenvuelta frase injuriosa que pinta de cuerpo entero un sujeto.

Hablo que estoy preso: he dado en convivir mi angurria por pasados de hambre me han conducido a estos estratos con gente de narices distinguidas que apenas se habla entre sí y mi esposa es la nave insignia de esta piara elegante que simula vivir, que odia todo lo que exhude, lo que vibre, lo que palpite. Un poco por pudor y otro por reserva no quiero anoticiarlos exactamente del sitio donde estoy, pero imagínense que el empleado que me abre la puerta y toma mi abrigo, habla dos idiomas; que las empleadas suman media docena y que hay una despensa bajo tierra como para abastecer a los famélicos del mundo sin pestañear.

Tres, cuatro autos para usar cuando uno prefiera, mobiliario umbroso con lámparas y cuadros con equinos que valen una fortuna me propician una caverna de lujo donde no entran ruidos, pobres ni enfermedades. Por todo esto es que en algunas sobretardes extraño aquella cuadra, con sus olores rústicos, los sobrenombres, mi felicidad de salvaje en crecimiento, mi flacura, mis amigos de clase baja. He dado el salto, que duda cabe, pero ¿hacia qué precipicio donde no termino de caer? El arma secreta de la burla y el poder, el anillo mágico de cuando uno era pibe,fue catapultado bien lejos y a cambio recibí comodidad, beneficios y esta alarma que empiezo a sentir sobre que la vida va perdiendo sentido absoluto. Pero no estoy entregado. A mi suegra la llamo La Mortaja Maquillada o Algebra: está llena de operaciones. O Biombo: solo sirve de estorbo. Mi suegro es Gold Silver, pero enano. De allí el mote: albañil pobre: no tiene ni un metro. O por su simpatía con el trago le puse "Naranja": se levanta, se chupa y se tira. O enero: no tiene un día fresco. !Ah, venganza infantil de mi vida atormentada de lujos! Estupidez ingeniosa que se redime con cada dicho.De mi esposa mejor ni hablar. Le llamo Botella vacía: no tiene nada del cuello para arriba. Tiene unos cuernos formidables y si se viera los arañones que va dejando en el techo a su paso se avergonzaría, pero es estúpida, tan sorda como sonriente. A su mamá quisiera verla como a la cerveza: fría, con la boca abierta y echando espuma para afuera y a su papá le sucede que sueña que está en un restaurant y que se despierta justo a tiempo para no pagar la cuenta. Avaro, mísero, peor vestido y mal acompañado. Fea familia de oro; fea casa de visores vigilantes, feas habitaciones de un millón de dólares. Esto es lo que construí, lo que hice de mi, me digo mientras veo el atardecer y repaso la lista de cuentas favorables engordadas con el trabajo ajeno. Me dejo para mi un apodo. Carnicería sin techo: la mosca me viene de arriba. Fea familia de solventes de quienes tomo revancha como cuando era pibe, allá por Echesortu, poniéndole motes, sobrenombres que yo solo elucubro y que con nadie ahora puedo compartir, salvo por los anónimos que le llegan y que tan asustados como perplejos los mantienen en pánico.

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