Dom 05.12.2010
rosario

CONTRATAPA

Los dueños de las letras

› Por Gary Vila Ortiz

¿Tienen dueño las letras? Creo que sí. Al menos en cierto sentido, el que le daba George Steiner hablando luego de un film sobre "El proceso" de Kafka. Al terminar el estupendo comentario decía que él no tenía duda alguna que el dueño de la letra "K" era Kafka. Eso me hizo pensar en el mundo del pensamiento en general, y encontrar a los dueños de las otras letras o al menos de alguna de ellas. Y esto sin necesidad de seguir el orden alfabético sino otro orden, el arbitrario con que las letras me iban llegando a la memoria.

Pienso en la letra "T", que me es particularmente simpática y me llega una avalancha de nombres, pero sé bien que debo elegir uno y pienso si eso será posible, ya que la elección es lo que esos protagonistas significan para mí y no el interés que le ha otorgado la historia. Dos pintores cuyas obras son motivo de un placer constante, Toulouse Lautrec y Antoni Tápies; un director de cine inolvidable, Truffaut; un poeta como Dylan Thomas, y otros escritores como Tristan Tzara, Tolstoi y Mark Twain, que llegó a la Tierra traído por el cometa Haley y que se fue cuando él volvió a pasar setenta y cinco años después, hacia 1910; un músico muy poco conocido, sir Michael Tippett y un político extraordinario asesinado en México durante su exilio, Trostki. ¿A quién elegir? ¿Puede hacerme el favor el lector de hacer su propia elección?

Algo parecido me pasa con la "W". No, en realidad esa letra supera mis posibilidades de elección. No puedo otorgarle dueño alguno, pues los nombres que convoca mi memoria (dicho sea de paso en una desapacible noche de insomnio) son demasiados y con todos tengo deudas de carácter afectivo y de ninguna manera crítico. Es decir, en cada caso, se aproximan, por las calles laterales, personas o sucesos que tienen relación con quienes van llegando. Si se trata de cine, tanto en el caso de Orson Welles y Billy Wilder, no puedo dejar de pensar las veces que les obligaba a mis hijos a ver, en el ya viejo video, el "Citizen Kane". En el caso de Wilder se trataba de "Sunset Boulevard". Y mientras cito a estos dos directores, llega a mí la singular figura de Win Wenders. Si Welles representó un cambio en la manera de hacer cine cuando nos ofreció "El Ciudadano", Wenders tuvo su propio sentido de lo que podemos entender como vanguardia. En cuanto a las artes del espacio en general, tenemos nada menos que a Andy Warhol y a James Whistler. Podemos discutir hasta el cansancio de filosofía tratando de comprender a Ludwig Wittgensgtein. Y en literatura y poesía, podemos demorarnos hasta reencontrar los libros que leímos con devoción y que supimos subrayar y apartar, aquellos con lo cual nos sentíamos identificados: H.G.Wells, del primero, autor de novelas que Borges estudió con tanta sabiduría como el segundo, preocupado por el destino de una sociedad absolutamente desorientada. Walt Whitman, y pensar en uno de los lectores más apasionados que tuvo en Rosario, Guillermo Ibáñez. Oscar Wilde y su vida torturada por la sociedad victoriana y autor de cuentos que serán lectura para siempre, hasta que desaparezcan los nombres de los autores. Tennesse Williams, y su teatro y la poesía que hacía surgir, misteriosamente, de las cosas más crueles. Virginia Woolf, Thorton Wilder de quien hablamos durante años con una persona que los amaba tanto como nosotros. William Carlos Williams, el poeta que no puede dejar de leerse y Edmund Wilson, el apasionado y desapasionado crítico, la mejor introducción para llegar hasta Scott Fitzgerald. La música que acompañaría este párrafo sería la de Kurt Weill y la de Anton Webern, que nos trae el recuerdo del entrañable Ernesto Epstein. ¿Y cómo olvidar lo que significó la obra de ese arquitecto genial que fue Frank Lloyd Wright?.

Hay días, semanas enteras, a veces algunos meses, que la vejez hace que se busquen los refugios que nos resultan más fáciles encontrar. La vejez es como la crisis de suspensión de alguna droga, pero lo que se suspende es el diálogo con la vida y sobre todo esa necesidad imperiosa de no aceptar las reglas y sentir la obsesión de lo presuntamente prohibido. Pero la vida pasa frente a nuestras narices y ni tan siquiera podemos tocarla. A lo mejor sonreírle como si lo hiciéramos desde otro mundo. Entonces, las letras del abecedario, del completo abecedario que conocimos de jóvenes, con todas sus letras, es, en estos días el refugio para escapar, un poco, de la realidad que nos molesta, que no nos gusta para nada, que dejamos de lado tal vez porque no hay otro remedio. Uno sabe que el viaje tiene una duración variable que no sabemos cuál es pero que en algún momento terminará, si es que ya no ha terminado y no nos hemos dado cuenta. Todo se desdibuja y quedamos secos o con apenas con la memoria de lo que sabemos que conocimos bastante bien. O que creímos conocer tan bien. Y a lo mejor sólo caminamos por las orillas. Si hay algo que la vejez permite observar son los variables grados del abandono que van marcando las distintas estaciones en que el inexistente tren se detiene para darnos algún respiro. Es que la vejez crea una distancia con aquello que amamos, o con aquello que encontramos por pura casualidad, una chica embarazada, comiendo una torta negra en la mesa de un bar.

Alguien nos pregunta si no tenemos letras con listas más pequeñas, y poder decir con seguridad lo mismo que hicimos con Kafka. Pensamos en la "CH", pero no hay un único nombre. Son varios también. Podríamos decir, bueno pensemos tan sólo en Raymond Chandler. Pero ¿qué hacer con Chaplin, con Chabrol? ¿Y con Chesterton? ¿Y con Chopin y Chaicovsky? ¿Y Churchill? ¿Y Chéjov? ¿Y los policiales de Agatha Christie? Otra vez vuelvo a pedir la ayuda del lector. Pero el mismo que me interrumpió antes, un amigo que hace mucho que no veo, y que si bien me sorprende verlo, aquí parado frente al lugar donde estoy escribiendo, me dice que él agregaría otros nombres, pero que me pregunta si en realidad estoy escribiendo de las letras o en realidad hablo de la vejez.

La pregunta es razonable, y tiene razón, habló de las dos cosas porque se comenzaron a superponer memorias y no tuve otro alternativa que hacerlo. Me doy cuenta que ahora me he corrido a la mesa, he dejado de escribir (aunque en ese otro ahora siga escribiendo) y en la mesa, los dos sentados, estamos tomando café y yo trato de explicarle al amigo que quiero entrañablemente y que no puedo recordar, cosa curiosa ¿no", el nombre. Sí, le estoy explicando. Mirá, le digo, estoy escuchando música en los "cassettes" que los años han ido acumulando y pongo uno de los tantos programas de jazz que he ido haciendo a lo largo de los años. Este comienza con un diálogo con un amigo muy querido que debe andar escondido vaya a saber dónde y por qué, y sentí tanta emoción que me dije, es la vejez. La mía, no la de mi amigo. Cuando levanto la vista del café, mi otro amigo, el de las interrupciones, ya no está, pero no me llama la atención y vuelvo a las letras.

Y, a esas letras que siento que en algún momento algún sabio académico tratará de hacerlas desaparecer, como se hizo con la "Ñ", me pregunto por la "X". Pero tengo que llegar al diccionario, para encontrarme con Xolotl, una diosa mexicana que supo guiar a su pueblo, los chachamecas, cuando entraron al valle de México: y la "Y", que me ofrece a Yeats, ese poema que tanto ama Eduardo D'Anna, y que ha sabido traducir tan bien, a Marguerite Yourcenar que hizo lo posible para mantenernos con los ojos abiertos, a Yupanqui, que cantó nuestras más profundas raíces, a Narciso Yepes, el genial guitarrista español y a un político que muchos argentinos aún no han sabido comprender, Hipólito Yrigoyen. La "Z" nos ofrece menos nombres, pero todos inolvidables. El de Emiliano Zapata, ese revolucionario mexicano perseguido en vida y olvidado por muchos; a Zenón de Elea, discípulo de Parménides y a Emile Zola, ese que se animó a escribir su "J Accuse"!, un texto que pocos se animarían a escribir hoy en día.

Pero me he quedado pensando en la letra "K" y en Kafka. El mundo sigue siendo suyo porque parece una copia de sus ficciones, pero hay que agregar que tiene una muy buena compañía, que no debemos olvidar. Los pintores Klee, Frida Kahlo, Kandinsky, Kokoschka, Gustav Klimt. Un poeta como John Keats, un escritor (alguien que fue juzgado por sus ideas más que por los formidables cuentos que escribió) Kipling; dos pensadores irremplazables, Soren Kierkegaard y Kroptokin; directores de cine como Akira Kurosawa y Stanley Kubrick; un novelista como Milan Kundera; tres actores por lo que tenemos particular simpatía, Boris Karlof, Gene Kelly y Grace Kelly; un director de orquesta alemán que supo oponerse con valor al nazismo, Otto Klemperer; ese científico, Kinsey, que con sus estudios revolucionó la vida sexual en los Estados Unidos, o mejor dicho hizo conocer lo que pasaba en realidad en esa vida sexual. Y por último esos tres hombres que un corto período dieron su vida por lo que pensaban y después que fueron asesinado la historia pasó sobre ellos: Kennedy, el presidente, su hermano y Martin Luther King. Hay gente joven que hoy ignora esos nombres y otros que los conocen pero no tienen la menor idea de cuáles eran sus ideales.

De esa materia tan frágil se encuentran hechos los ideales del siglo XX que en este siglo parecen estar al borde de la desaparición.

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