Sábado, 11 de diciembre de 2010 | Hoy
Por Por Miriam Cairo
¿Cubre el lado izquierdo?, dice Malone. ¿Del lugar de combate? ¿De su cuerpo? ¿De la historia? Ahora, Malone busca a una familia desaparecida, mientras deja en suspenso la mudanza. Va a mudarse con su mujer a otra ciudad, porque Malone es un típico héroe americano, capaz de abandonar a su amante para seguir a su esposa. La pobre cara de Malone no es feliz, porque en verdad le hace feliz ser héroe americano que salva a otras familias, ya que el intento de salvar la propia le deja un gesto de amargo pesar que lo hace todavía más heroico, más admirable, más americano.
Tal vez porque es rubia, o porque es hermosa, o porque cubre el lado izquierdo con una pistola y le salva la vida al héroe americano, la amante de Malone tiene un papel inquietante en la historia. Pero la esposa viste de manera tan neutral, es tan recta, tan llevadora de niños a la escuela, que merece la empatía de todas las americanas esposas. Ninguna de las dos sufren un increíble sentimiento de fragilidad que se transforma en dolor partiente, porque ninguna de las dos ha demostrado ser una lectora de ?El ombligo de los limbos?. Dime con qué libro andas y te diré quién eres.
Malone no dejará nunca una carta escrita para dar a entender el estrujamiento íntimo de su ser. Eso lo hará Artaud, pues Malone no sufre porque el espíritu no halle lugar en la vida o porque la vida no se encuentre en el espíritu. La vida de Malone se halla en una 9 milímetros. Malone no sufre el espíritu órgano, no sufre del espíritu traducción o del espíritu atemorizante de las cosas. Sólo Artaud puede dejar colgado el costado izquierdo para que lo mastique la vida.
Lo que mejora las cosas, es que sólo es un rumor, un contenido que el narrador pone en boca de Asuntos Internos, el hecho de que Malone haya tenido relaciones con la rubia que le cuida el costado izquierdo. Nadie pudo verlo. Ningún espectador se vio afectado. Malone en brazos de su amante es sólo un rumor. Ni siquiera es repetido por los compañeros del FBI. Nadie se mete en esos asuntos internos que son de Malone y la rubia con 9 milímetros.
Y por supuesto que el héroe americano salva a la familia americana que estaba desaparecida. La encuentra. Y la familia americana, con yate, millones, diabetes controlada, adolescente rebelde encauzada por causa y efecto de los malos neutralizados por los buenos, promete no disgustar más a su familia americana. Y Malone no sonríe porque no le es dado sonreír. No le es dado un momento en que se le caiga el gesto adusto. Por eso es preciso mantener oculto el amorío de Malone. Nadie quiere verlo feliz en el abrazo izquierdo. Hay que cuidar la sensibilidad del espectador de ?Without a trace? como el gobierno americano cuida la sensibilidad de los ciudadanos del mundo. Uno y otro narrador son los hermanos mayores de nosotros, sus hermanos menores. Hasta que un villano publica cosas horribles en Wikileaks, creyendo que los menores están un poco maduritos y a todo el mundo le da un escalofrío o una rosquillita en ano.
Una vez resuelto el caso, Malone no va al bar a tomar algo con amigos que le cubren el costado izquierdo, el derecho, el frente y las espaldas, porque Malone, en primer término, no es como Artaud que desnuda todos los estremecimientos acuciantes, todas las vacilaciones de su yo por venir. Artaud no pasaría el interrogatorio de Asuntos Internos. No sería incluido en el canon escolar para ?educar en valores? porque Artaud escribe para alterar a los hombres. Quiere escribir un libro como una puerta abierta que conduzca a lugares donde nadie hubiera consentido ir. Lugares a los que Malone no podría ir porque Malone es un héroe y tiene un témpano atragantado en la garganta. Artaud no cree que el lector sea su hermano impúber.
Después de resolver el caso Malone llega a su casa, corriendo, chorreando heroicidad, y encuentra a su esposa llorando. Malone no duda en sacarse el saco con un gesto todopoderoso y se sienta junto a la esposa mientras las niñas duermen porque Malone trabaja de héroe hasta muy tarde. Con la misma mano que empuña el arma acaricia el cabello de la esposa y la esposa, con un pañuelito blanco, secando lágrimas imaginarias, confiesa, serenamente, como una verdadera esposa americana, que está cansada de ese matrimonio. Que esperaba que él no se fuera con ella a Chicago.
Malone no tiene una gran pasión razonadora superpoblada de imaginación que arrastre a su yo como un puro abismo porque él no es Artaud. Los espectadores no le han visto en otra situación que no sea la pesadumbre. Sólo la rubia sabrá que en él resopla un viento carnal y sonoro. Que pequeñas raíces diminutas llenan ese viento como un enjambre de venas y que en su entrelazamiento fulgura. Sólo la rubia sabe que Malone es Artaud en el espacio sin forma penetrable, cósmico y crujiente, de su lado izquierdo.
Y la esposa se va a Chicago. Toma las valijas, despierta a las niñas cuando todavía es de noche y se va, para tristeza de Malone, quien va sumando motivos para que su cara sea cada vez más ceñuda. Pero el espectador modelo americano, no podrá ver en el futuro alguna escena del costado izquierdo de Malone desnudo. Ni siquiera ahora que Malone no es victimario sino víctima del abandono de su esposa. La esposa se va con el pelito armado y el trajecito a otra ciudad, a colgar el título de abogada y ser sumamente exitosa, pero a Malone se le seguirá ocultando el costado izquierdo porque el espectador no alcanza el rango de lector.
¿Estoy cansada de este matrimonio?, dijo la esposa de Malone. Cansada del héroe. Cansada de Malone que nunca faltó a su casa después de cada caso resuelto. Tal vez, la esposa esté cansada de la cara de Malone. La esposa con trajecito no es ninguna descocada. Es una mujer seria que se cansa. A los autores poco les importa el cansancio de la esposa de Malone porque ella no es una heroína americana. Tampoco les importa la rubia con la 9 milímetros si no sirve para hacer más vistosa la cara marmórea de Malone. Si a alguien Malone le parece un ser demasiado contenido, que lea Artaud, o si bien estas mujeres les resultan poco inquietantes, que mire la femme Nikita, pues, aunque inverosímil, resulta una exponente del género un poco más soportable que cualquiera de los ejemplares de Desperate Housewives.
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