rosario

Domingo, 19 de diciembre de 2010

CONTRATAPA

Los indiferentes

 Por Gary Vila Ortiz

Mi concepción de quienes son indiferentes data de hace tantos años que debo hace un esfuerzo para recordarlos. Pero todavía mi memoria puede hacer ese esfuerzo. Y llego a mis primeros años de estudiante de Medicina y Derecho, a la lectura de Camus y de Sartre. Fue por ese tiempo en que sentí la molesta, irritante, presencia de los indiferentes. No de aquellos que tienen la suficiente cantidad de dinero que le permite alejarse de la realidad y que otros hagan el trabajo por ellos. Esa clase de individuo sigue existiendo y creo que cada vez son más. Por cierto, hay que desdeñarlos. Aún cuando en algunos casos representan un verdadero peligro. Hablo de otros indiferentes que acaso sean un poco menos repelentes. O pensándolo mejor, más repelentes. Porque ellos utilizan en la medida que pueden las reglas del sistema y son como ajenos a todo lo que pasa. No se necesita ser un Rafael Barrett o un Paul Nizam para estar junto a esos que se comprometen de manera absoluta y pagan el precio que saben deben pagar. Es suficiente un poco menos, lo digo porque en algún momento me he sentido tentado por la indiferencia. No es necesario dejarse vencer por el miedo o pensar qué nada vale la pena y entonces plegarse a esos que no hacen nada. Siempre hay algo que puede valer la pena hacer, no para dejarnos con la conciencia tranquila, sino porque hacer, resulta, en algo al menos, positivo. Aquel militar que fue nombrado defensor de oficio de Severino Di Giovanni, lo hizo con tanta entereza, que lo retiraron del cargo, a Di Giovanni lo condenaron a muerte y pocos años después a ese oficial lo asesinaron en un camino de la provincia de Santa Fe, la nuestra, creo.

El sentir que uno no puede permanecer indiferente no nace solamente si uno es una persona de acción. Puede nacer de la observación atenta de lo que pasa y analizando los hechos de la manera más amplia posible, uno puede llegar a pensar que la indiferencia es un crimen. Un crimen que no queremos cometer y que alguna vez quizá hayamos cometido. En el periodismo, en muchos casos, el tratar de ser objetivo es una forma de complicidad de hechos terribles. A los periodistas les cuesta reconocer que en algunos casos lo han sido, en ciertas oportunidades por un precio, en otras por necesidades de otro tipo, y otras por haber permanecido indiferentes, con una actitud semejante al qué me importa, acompañado por una buena dosis de miedo.

¿Alguna vez yo he actuado de esa forma no deseada?. Lamentablemente debo contestar que sí, pero debo aclarar que jamás fue por una razón económica. Hubo otras razones, incluso las que podría definir como ideológicas. Pero volvamos a esa especie de indiferencia que rige hoy en día aún cuando tantos parecen interesarse profundamente de ese acontecer: Lo que está pasando en algunas zonas de Buenos Aires, en donde se han reanudado ciertas formas de violencia de la cual no teníamos noticias hace tiempo, son tratadas de una manera en todos los medios, pero ninguno parece alarmarse lo suficiente para indicar los peligros que esa violencia puede significar en el futuro.

Incluso en varias de las informaciones se puede notar, y sin demasiada inteligencia, una dosis considerable de mala fe, que por cierto será recompensada por el que se beneficie de la misma, entre ellos algunos de esos indiferentes que podrían estar en la lista.

Por otra parte asusta que sobre todo, paralelamente a lo que pasa, muchos de los deleznables productos de la televisión argentina de hoy, siguen lo más campantes, como si nada ocurriera. Por ejemplo, el comienzo de Gran Hermano, que ya desde el vamos muestra que tendrá características que superarán lo que ya hemos visto en otras ocasiones. Y con seguridad que la audiencia será numerosa y hasta podrán forman parte de la misma muchos de aquellos que están clamando por viviendas decorosas para vivir. Por cierto que no pretenderán el lujo que mostraron las instalaciones de Gran Hermano, cuyo costo, sea el que haya sido, es una ofensa a la realidad que muestra el país en otros aspectos pero llama la atención el sólo hecho que puedan verlo sin sentir náusea alguna.

La indiferencia consiste en no ver en eso una monstruosa contradicción con lo que nos está ocurriendo, y dejar que las cosas pasen y si se resuelven que se resuelvan solas. Esto acentúa algo que también consideramos grave: La soberbia y la pequeña cuota de poder que les toca a los conductores de esos programas, salvo contadísimas excepciones. Cuando hablan lo hacen como si estuvieran predicando con una sabiduría que solamente ellos se han aplicado a sí mismos. Pontifican, quieren hacer suponer que nos están dando ejemplos válidos para la sociedad y lo que hacen es todo lo contrario: Acentúan de la manera que pueden el querer demostrar que lo que ellos muestran es válido, que esa distracción mucho más que frívola es más importante que la angustia de quienes quieren encontrar no una habitación de lujo con inmensas camas sino un par de paredes cubiertas por algunos techos de lata.

Lo grave es que habrá muchos que harán cola para ver esos programas y supondrán que sus "predicadores de pacotilla" tienen razón. Pero debemos suponer que quienes lleguen a pensar así, lo hacen porque el mecanismo que usan no es justamente el pensamiento. Todos los seres humanos son iguales, todos (dicen) tienen las mismas posibilidades, pero el esfuerzo que se viene haciendo para deformarlos es muy grande y seríamos unos ilusos si pensáramos que no han logrado éxito.

Cuando se trata de este tipo de comentarios los empiezo antes y los días los van modificando ¡y de qué manera! Sin embargo esos cambios no son los esenciales, aquellos que necesitaríamos. Son máscaras que se le ponen a la realidad que nadie quiere observar de la manera debida. Esto me hace recordar, casi de refilón, y porque el libro está donde puedo alcanzarlo con más facilidad, a una recopilación de ensayos de Severo Sarduy uno de ellos dedicado a Lezama Lima.

El autor de "Paradiso" que en nuestro país muchos conocieron gracias a Julio Cortázar, hizo de la fijeza uno de los centros de su vida, y por cierto también de su obra en "donde todo, absolutamente todo, se toma como un escarabajo encerrado en un pisapapeles de cristal. La fijeza que se apodera de cada personaje o de cada objeto es un recubrimiento proliferante de imágenes y sonidos, que su vez, los protege y los borra". Pero Lezama, que padecía mucho de asma, "permanecía mucho en su sillón" pero esa fijeza física era el reverso de una extrema movilidad mental. Quiero decir, a través de Sarduy y de Lezama, que nada se les debía escapar de sus observaciones. Los argentinos, con las excepciones del caso, que siempre parecen ser las mismas, tienen una fijeza de corta duración, para no decir que en realidad se les pasa por alto lo sustancial de lo que está pasando.

Se pueden inventar nuevas versiones de lo nocivo, pero en realidad son lo mismo, es decir el propósito es el mismo. Hay un propósito latente y se trata sobre todo de hacer que la democracia aparezca como un rompecabezas cuyas piezas no sólo están dispersas sino que hay muchas que se han perdido para siempre. Y no son muchos los que desean que el rompecabezas termine de armarse.

Hubo algunos momentos en que en el país surgieron ideas que parecieron exigir la movilidad de las llamadas células grises. Pero eso cuesta mucho más que levantarse del sillón o de un banquito. Pensar tiene un precio muy alto, tan alto como puede tenerlo la acción.

Nunca fue fácil conseguir las obras de Rafael Barret. Pero en este país de las cosas curiosas, hoy en día las obras de Barret se están reeditando. Una bastante reciente es "A partir de ahora el combate será libre", libro de ensayos periodísticos que tiene un estupendo prólogo de Santiago Alba Rico, que justamente al ser tan excelente puede levantar unas cuantas polémicas.

Esos artículos pueden aplicarse a este hoy confuso que vivimos. Barret trae claridad en muchos aspectos. Y para quienes no lo recuerden o ni tan siquiera hayan oído hablar de él, había nacido en Santander, en 1876 y murió en el exilio, en Francia en 1910. Repitamos aquello dicho por César Aira: "Sobrellevó con el vigor y la pureza de un santo, la pobreza, la enfermedad y las persecuciones. Vivió en nuestro país, en Uruguay y en Paraguay, pero fue de este último país que hizo su patria". Si traemos su nombre a este texto, como lo hacemos con el de Lezama Lima, es porque desde hace unos días, y algunos más, el asma me visita con su habitual gentileza. Me alejo todo lo que puedo de la calle, pero por cierto que me resulta imposible alejarme de la realidad. Y frente a ella he tomado a dos seres ejemplares, que aún enfermos escribieron cosas que todavía son válidas para nosotros. Cuando Barret afirma que su anarquismo parte del valor la obra del libre examen, dice una gran verdad que aún no hemos tenido en cuenta y si en alguna sociedad se intentó perfeccionar, entonces se la destruyó cruelmente. Para los ignorantes y los indiferentes sólo es posible vivir en una sociedad ajustada a leyes impuestas de la manera que sea. En el anarquismo, comprendemos que la prosperidad social exige iguales condiciones. Y entonces, de la misma manera, todo debe reducirse al libre examen político.

Por cierto que si lo ocurrido en el país hubiese sido sometido a un examen político verdaderamente libre y las mismas condiciones para los que pensaban de una manera o de otra, las cosas hubieran pasado distinto y pasarán distinto en el futuro.

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