Miércoles, 9 de febrero de 2011 | Hoy
Por Javier Chiabrando
Allá por 2007, que en estas épocas de tanto vértigo informativo suena a prehistoria, estuvimos juntos con Osvaldo Bayer en la Feria del Libro de La Habana. Nos cruzamos por primera vez en una combi que nos llevaba de la feria a la casa donde nos alojábamos. Me presenté, como correspondía a la ocasión, diciendo que era tal y tal, nacido en la provincia de Santa Fe, y que ahora vivía en Balcarce. La respuesta de Osvaldo, las primeras palabras que oí de su boca, fueron: "En Balcarce hay una estatua de Uriburu".
En ese momento pensé: "Este hombre, además de ser lo que es, es un hombre político". Quiero decir: un hombre político que entiende la política como el terreno donde se discuten las ideas que terminan por modificar la vida de los hombres, para mal y para bien; sobran ejemplos. Para los que no tienen por qué saberlo, Osvaldo se había tomado un buen tiempo, traducido en varias contratapas de Página/12, en remarcar la necesidad de cambiar ciertos símbolos por otros más saludables, entre ellos dejar de llamar Uriburu a una de las avenidas más importantes de Balcarce, y además sacar la estatua que lo glorifica. Fueron varias contratapas, no sé cuántas.
Tozudo, el hombre, insistente, casi un fanático, podría decir alguien que no tiene miedo de ser antipático. La última, creo, fue la del 20 de noviembre de 2010; ahí escribió: "Balcarce, esa ciudad en la provincia de Buenos Aires que todavía hoy conserva una estatua del dictador general Uriburu, el primer golpista argentino, quien derrocó a Hipólito Yrigoyen en 1930. Un monumento inaugurado durante la Década Infame y que ningún gobierno democrático se atrevió a tirar abajo (...) choca (un posible cambio) con los intereses de acaudaladas familias que protegen el bronce del militar fusilador". Por muy fogueado que uno esté (uno o una ciudad entera), en enfrentar la adversidad, ya sea económica, histórica, meteorológica, o la adversidad vista como el desdén del progreso, (y no creo que sea el caso de Balcarce, porque es una comunidad rica y próspera) no es fácil de tragar verse humillado en la contratapa de un diario como Página/12, y menos por una nota firmada por Osvaldo Bayer, el hombre que permitió que la causa llamada Patagonia Rebelde se volviera una causa nacional y un símbolo de la lucha por los derechos civiles.
Pero por muy humillante que fuera la contratapa, la clase política de la ciudad no se decidía a dar el paso de cambiar el nombre de una calle, algo que por otro lado, se hace bastante a menudo por motivos más triviales que miedo a ser recordada como la ciudad que homenajea a un asesino. La historia no termina en La Habana.
La última vez que nos vimos con Osvaldo fue en el teatro Auditorium de Mar del Plata, adonde me acerqué a saludarlo. Allí le dije, más bien como broma, que le había sugerido al ahora ex intendente de Balcarce que si estaban dispuestos a voltear la estatua de Uriburu yo me comprometía a invitar a Osvaldo Bayer a tirar de una de las sogas. Osvaldo ni preguntó si la invitación era formal o no. Simplemente respondió con un "por supuesto". Me pareció que se moría de ganas. Volviendo a esa última contratapa, me parece que vale la pena una reflexión. No estoy muy seguro de que en este caso sean las acaudaladas familias patricias de la ciudad las que defienden el derecho de un asesino a tener su estatua. Esas familias parecen estar más bien atentas a la inflación positiva, que redunda en que no se detenga el aumento del precio de la soja o el trigo, y por la inflación negativa, o sea el frustrante aumento del precio de las 4 x 4. ¿Por qué esas familias se preocuparían por defender a un dictador que ya les había brindado lo que un dictador podía darles: la muerte de sus enemigos? Esa gente, esa clase, lo primero que se saca de encima es a esos molestos y tan poco fotogénicos personajes. Ahí lo tenés a Videla de tribunal en tribunal, defendido apenas por algún trasnochado o por gente que se siente de derecha ya sea por odio, por desconocimiento, por nostalgia o porque va prendido en el negocio. Porque a Videla ahora, como a Uriburu antes, sus antiguos patrones y sponsors ya los reemplazaron por otros instrumentos más a la altura de la época, llámese Menem, Macri o De Narváez. Y no lo deben haber hecho de humanitarios, sino porque hoy, donde todo se conoce al instante, ya no se puede andar matando al enemigo al bulto, no sea cosa que te lo publiquen en Facebook y que Wikileaks diga media hora después de la desaparición del problema lo que todos sabíamos desde una hora antes.
En este caso, en Balcarce, la defensa del nombre de la calle y de la estatua de Uriburu parecía darse más bien en nombre del hábito, de la costumbre, del miedo a cambiar; incluso de la indiferencia. Cosas también peligrosas, pero motivos de otra nota. Y esa defensa muchas veces la protagonizaban personas comunes, a las que el nombre de Uriburu poco decía, y que el cambio de nombre de una calle de apenas 15 cuadras podía significar como mucho la pérdida de una carta o de algún pariente distraído. Y por más que me esfuerce en explicarlo, la verdad es que es un análisis que me excede y no es el objetivo de esta nota; esta nota pretende homenajear al tozudo de Osvaldo Bayer. El resto, lo que no puedo explicar, es trabajo para los psicólogos.
Todo este palabrerío para decir que hace apenas unos días, el Concejo Deliberante de la ciudad de Balcarce, quizá, por qué no, impulsado por la presión de Osvaldo, ha decidido cambiar el nombre de la Avenida Uriburu por el de René Favaloro. Un símbolo del odio menos. Queda la estatua por derribar. No se olviden de invitar a Bayer a tirar de una de las sogas. El ya me aseguró que estaba dispuesto.
* Escritor y músico rosarino, desde Balcarce.
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