CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
AMANTES
Es tenue la diferencia entre el pescador y la luna. Un esfuerzo insignificante bastaría. Decir basta con la palabra basta, habría bastado. Decir basta de pronto, o más bien poco a poco, o más bien súbitamente. No son estos cadáveres los que respiran de la llama. Aquí todos están muertos. Muertos y repetidos. Hagamos algo que pueda restaurar los límites del espejismo. Seamos amantes, volvamos a estar vivos. Seamos simplemente la amante y su poeta. O la poeta y su amante. O el pescador y la luna. Bastaría la palabra basta montada en el pez desnudo de sus heridas. Y que tomen del río lo que quieran. Que nos vacíen los bolsillos. Unas monedas no alcanzan a pagar el hastío. Basta es la palabra del comienzo. Basta se pronuncia con todos los ruidos humanos. Basta es la palabra que hace transparente al hombre. Basta de destruir las víctimas amadas. Basta de dar vuelta la cabeza hacia otras cosas. El pescador y la luna se hacen uno solo para el pez desnudo de sus heridas. La palabra se eleva como un objeto del silencio. Queda sobreentendida pero no realizada. ¿Cuándo somos nosotros para nosotros? Nos echamos llave para no decir la palabra basta. Es difícil pronunciarla. Sus cinco letras pesan como cinco ataúdes. Es más fácil enterrarse en la luna, tajearse el alma, morir de asfixia, morir sin muerte. Basta es la palabra más desnuda y sólo el pescador puede hundir sus dedos en ese fondo de luz absoluta.
AMPARO
Es tenue la diferencia entre una mujer y la noche. Son necesarias muchas casualidades para que una mujer encuentre los caminos que la guíen a todos sus amores inviables. Perdida en la ciudad, perdida en el mundo, perdida a pocos pasos de un trayecto. ¿Cuánto más lejos llegará mi flecha disparada? La noche es un centauro negro que sube las escaleras en cuatro patas. La mujer tiene pies y manos. Tiene rostro y vientre. Tiene un reguero de sombras. Soy la noche desgarrada por la flecha. Amor es una palabra que no se puede decir sin caer en desórdenes. Logro respirar junto a los monstruos más temibles porque sé que la noche y yo existimos. Porque la noche siempre viene a dormir conmigo. En sueños hemos visto un hombre. He movido mi infierno, he temblado y la noche me abrigó en su ombligo negro. Dentro de su vientre estoy despierta o hermosa. Despierta sobrevuelo con un ala. Hermosa sobrevuelo con la otra. La mujer es un cuerpo más que una voz. Yo misma soy un cuerpo más que una voz. Eso en cuanto al arte y al sigilo. Estoy diciéndome para que escuches mi cuerpo. También soy una contradicción. Siempre que pierdas algo yo también. Somos hijos de las mismas desolaciones. Y también soy un juguete único: absurdamente me disparo y alumbro anémonas, medusas, arañas. En un curioso movimiento, la gente se da vuelta para ver los relumbrones. En otro lugar sería triste ese movimiento, pero en este segundo umbral de la mujer y la noche, es imposible machacar toda forma de belleza.
ARMONíA
Es tenue la diferencia entre un lobo y un pájaro. Ambos están unidos a la noción de noche. El ritmo del lobo es el ritmo del pájaro y entre ambos lo que prevalece es el ritmo del vuelo. No todas las aves se dejan imitar el vuelo, ni todas las fieras pueden hacerlo. Incluso si lo hicieran, la copia de algo verdadero ya no es la verdad. Pero el lobo con alas y el pájaro que aúlla desdeñan toda devoción por el escepticismo. Uno y otro se compadecen de aquel pez en el estanque seco que sólo pude mojarse con su saliva y contentarse con la humedad de su aliento. A la hora del desconsuelo todo vuelo es inimitable. Ni perro, ni hombre, ni mujer, ni avispa. Lobo y pájaro se diferencian apenas. Hermanos de la sed, hermanos del salto, hermanos del vuelo. Los une el haber salvado a una mujer en el desierto, primero. Luego, el haberla salvado de ahogarse en la fuente. Los hermana el pozo. Los hermana la invención del mordisco. Detrás de la piel del lobo está la piel del pájaro. Los une el tenue contacto con la sonámbula de cráneo transparente. En torno a ellos nacen y desaparecen algunas ideas que giran en círculo. La soledad es su música. Los deseos ocultos son su música. Aquello que castiga desde todas la vidas es su música. Donde las aves y las bestias tienen frío, ellos arden. Ni aves ni bestias comprenden la voluptuosidad del ala, la fruición del aullido, el goce de la sonámbula salva. Es tenue la diferencia entre los gestos del pájaro y las pasiones del lobo. Es tenue la diferencia entre la sed y el desierto. Tenue la diferencia entre la mujer sedienta y la mujer saciada.
ALQUIMIA
Es tenue la diferencia entre una mujer y la llama. No es aquí el relámpago. No es la ráfaga húmeda trayendo la lluvia. No es el fiero atrevimiento de la entrega, la imprudencia de no fingir que no existe lo que siempre ha existido. No es la búsqueda de un nombre en los obituarios, ni la del sexo en el cuarto vacío. En el puente de la nuca despejada, en la suave llanura de la espalda, en la colina final de la cadera, en el largo trayecto de las piernas, se disuelve la oscuridad. Durante la noche, mujer y llama van en busca de la fauna y la flora. Del reino mineral. De los reinos secretos. Mujer y llama no hablan, miran. No saben, tiemblan. No se reparten el botín, se despojan. La mujer y la llama no han nacido para el robo sino para la ofrenda. No socavan, no apresan lo mirado, no oprimen lo bebido, no someten lo temblado. Es de pocos abrazar su transparencia palpable. Esa luz que no enceguece, ese brillo de sombra, ese país silencioso. Es tenue la diferencia entra la mujer y la llama. Tanto que puede pasar dos veces por el ojo de la cerradura. Tanto que los perseguidores de apariciones no logran verla. Tan química y tan tenue la diferencia que se agita en esas dos luces acostumbradas a perderlo todo, tan enloquecida la levedad de esa apetencia. Mujer y llama en voz muy baja se confiesan criaturas inventadas por la memoria de los hombres.
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