CONTRATAPA
› Por Aimé Peira
"Mentía, ella, sus ojos y su boca, mentían. En el psicólogo mentía, en su muro mentía, en su perfil, en su currículum vitae, en la iglesia. Estudiaba antropología, y mentía en los exámenes, mentía en los resúmenes, en los apuntes. `La definición de hombre según Levi Strauss es la de ser bípedo pensante`, le sopló a una amiga durante un examen.
Mentía en las elecciones, en el banco, en la policía, en la municipalidad, en el registro civil, en todas las instituciones mentía. `Vengo a hacer el cambio de domicilio`. `Vengo a registrar mi cambio de sexo`. `Vengo a denunciar un robo`
Le mentía a la democracia, le mentía a la autoridad. Le mentía a sus propios padres: `Este año rindo un par de materias y me recibo`. `Obvio que soy peronista`.
Y si bien mentía, algunas veces decía la verdad. Yo la escuchaba, y la comprendía. Una vez quise ayudarla, y me di cuenta que su destino era ser una mentirosa, así que la dejé ser. Sólo me importaba complacerla, satisfacerla. Prefería hacerlo cuando no mentía. En una ocasión se sinceró respecto a su infancia, y le regalé una bicicleta. Se fue a dar un paseo, volvió y me dijo `Mirá la bici que me encontré tirada`. Me negaba que yo se la había regalado una hora atrás, y terminó llorando, diciendo que no confiaba en ella. Pero yo siempre confié en ella, porque la conocía en verdad.
No puedo negar que lo que me atraía era su hermosura y su nombre, Michele. Cada hombre debería enamorarse de una Michele. Y confieso que hasta el día de hoy busco en la calle alguna belleza parecida, pero no la encuentro. Sólo ella era así, y nos perdimos. Su risa, cuando mentía, era la más linda de todas sus risas. Por eso no me importaba nada. Yo sólo quería verla y escuchar sus historias como cuentos.
Una vez me dijo que me iba a revelar la verdad sobre ese miércoles en el que me había cortado el rostro por tres días. Nos juntamos en un bar para charlar (estábamos distanciados) y me contó que tenía un vuelo a Tokio que le había regalado un vecino, y había decidido usarlo sobre la hora. Estuvo allá sólo una noche y se volvió, porque había muchas luces y le costaba dormir. Eso es lo que dijo.
Michele no tenía medidas en sus mentiras, casi nada la limitaba. No la preocupaba el absurdo ni la imposibilidad de un hecho que contaba, pero siempre inventaba historias casi verosímiles. Ella sabía que yo le había regalado aquella bicicleta, y que no le iba a creer su historia, pero me mintió igual. Así las cosas, nunca hubiera dicho que la bicicleta se había aparecido sola en su casa, ni que se la había regalado algún marciano. De hecho, odiaba las historias de extraterrestres. En el cálculo al que sometía toda la realidad del mundo, su trillada ecuación respecto al tema le daba como resultado, simplemente, no creer. Porque ella tenía las opiniones formadas por una razón distinta a la normal, guiada por algo que no era la razón precisamente. Yo creía que tenía una extensísima lista con casi todos los temas del mundo, en donde anotaba al lado cuál era su opinión frente al mismo (Extraterrestres: odiar). Una vez me dijo `Damián, esta madrugada incendié un museo paranormal que está sobre la ruta`. Y era cierto que el museo había sido incendiado, al día siguiente salió en los diarios.
Era así, imposible no amarla".
Cuando terminó de escribir la nota, Michele olvidó su nombre. Se puso una camisa, una corbata, y dijo por el resto de su vida que se llamaba Damián.
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