Viernes, 30 de septiembre de 2005 | Hoy
Por Beatriz G. Suárez
Octubre viene a raudales entre los juncos sucedidos de la rivera. Pasto lanceolado se menea en cola infinita, el Paraná está alerta y algunos corazones varados con el infarto del amor.
Un mes que viste a Rosario con semanas de cultura, se separa el invierno de sus devotos, la primavera comienza a divisarse en los mástiles de un velero, iglesias vegetales, oraciones al calor y todo lo que ha contradicho al río merma. Un Himalaya bravo se retira y es triste ver matrices marinas llenas de óxido en las playas porque el agua está baja y multiplica la muerte en embarcaciones que fueron.
Octubre viene y los maestros del mes sacan cuentas, que sí, que no, en expresión escalofriante.
Las calles se han puesto funcionales a una alegría particular, alguien sonríe porque sí aún teniendo el portafolios con el dedo más índice que existe, el torrente de la vida fluye aunque el Agente 86 nos mire ahora desde arriba.
Octubre redondito y de ricota, el mes previo, el posterior, nada descansa en él, constituye la salida del hielo, la entrada al sol, una galería. Octubre. Tres.
Ya la ciudad baja su plan de lucha, acata la conciliación obligatoria de las flores, yuyos inmateriales saludando al Monumento en el espíritu turista que supimos conseguir.
Paciencia, agua de lluvia para el pelo, teorías, campañas, serie de palabras que no alcanzan a describir la estación, y, entre la luz repentina, un sistema de respuestas baña a la isla que poco a poco se transforma en mosquito.
Un tener simple sobreviene en octubre, las marimonias salen del tintero para darle prestancia a la belleza y entre nubes indecisas los rosarinos se amontonan por metro cuadrado para regarse en hilos y absorber la savia calurosa.
Se mira el río desde La Fluvial que es un altar, mujeres hermosas y hombres deseando romper argumentos encaran el enamoramiento definitivo acompañados de luz y cerveza.
Pasean los solteros y las novias, caen mentiras desde diciembre o los últimos sonetos que mataron a junio en una esquina, el año emite una propuesta y octubre es el vestido de cola de días como monedas caídas en el chancho.
Esquinas enclenques por la pobreza y el hastío, se muestra un sufrimiento de Antártida argentina, un chico limpia el vidrio pero no se congelan sus mocos en minutos y al reclamar dinero para su soledad dan ganas de bajar la ventanilla y resolver. Dolor en chicharras ínfimas. Palito de lavar monedas de la infancia.
Transmisión meteorológica en frases disímiles que contrastan con el trino del mes, de la raza, de la ceguera en boletas sábana que nada dicen, que elevan al cuadrado lo que ya era bastante. "Vamos a levantar la nación" se oye a lo lejos y en una villa perpetua todo sucede al ritmo del caos.
Octubre trae labios que no dicen, anonadados por un canibalismo político que come votantes con salsa de ideología a la marchanta.
Octubre, Libra se sube a la tarima, empiezan caminatas y regímenes, trabajo para que el cuerpo largue lo que tanto almorzó.
El traje de baño amenaza con dejar a la gente común muy mal parada, las pasiones lijadas.
Imágenes redondas, adoquín de rosario que canta y desafina.
Octubre se hace oír por todas partes en una 4 x 4 de lata o en la intimidad de la manzana.
El décimo mes en que existimos o caemos en mimesis cotidianas.
Octubre levísimo. Ahí. Para beberlo.
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