Sáb 09.04.2011
rosario

CONTRATAPA

Susurros en El Cairo (micro teatro mirífico)

› Por Miriam Cairo

A Roberto y Grisel

Escena 1: (El hombre aguarda en la mesa que está al lado de la tercera columna del bar. La mujer abre la enorme puerta y entra con ella un séquito de fantasmas que no se ven porque son fantasmas)

- El Hombre: Hola.

- La Mujer: Hola.

(Se saludan con cierta familiaridad, pero sin excesiva confianza).

- La Mujer (mientras se sienta): El malentendido de los correos electrónicos vino bien para que pudiéramos programar este café, ¿no?

- El Hombre: Sí, es cierto...

- La Mujer: Pensé en lo complicado que podía ser encontrar lugar aquí a determinado horario, pero no había tenido en cuenta lo difícil que es conseguir taxi.

- El Hombre (con amabilidad): No te preocupes... (Los labios del hombre se siguen moviendo porque de ellos salen palabras que llegan a los oídos de la mujer que, en su momento, también mueve los labios para decir palabras que llegan cómodamente a los oídos del hombre). Pero primero elijamos algo para tomar, ¿tomás alcohol? Y en ese caso, ¿qué preferís?

- La Mujer: Vino. (Leve agitación de un fantasma especiado, que no se ve porque es fantasma).

Escena 2: (La mesera se retira luego de servir el vino).

- El Hombre: Mi padre, que era un antiguo militante anarquista, amaba el teatro. Era actor en un grupo del barrio... (Los fantasmas del hombre se mueven en la conversación armoniosamente y agitan a los viejos fantasmas de la mujer que escucha desde el presente y desde el pasado, sin hablar, hasta que el hombre pregunta). ¿Cairo es tu apellido real o un nombre de fantasía?

- La Mujer (sonriendo al comprobar que podía ser muy curioso su apellido): Nombre real. Me dijeron que David Viñas a sus primeros escritos los firmaba con el seudónimo de Antonio J. Cairo. (Un fantasma muy amado sonríe ante ese comentario).

- El Hombre: Sí, justamente por eso te preguntaba.

- La Mujer (con la copa en la mano y el fantasma especiado en la nuca): En mi caso es real. Bueno, tan real como se puede, dadas las circunstancias.

- El Hombre: ¿Viniste sola?

- La Mujer: Intenté, pero no pude.

- El Hombre: Entiendo, no te preocupes. ¿Ella está aquí?

- La Mujer: En la mesa de atrás, a tus espaldas.

- El Hombre: Bueno, voy hacer de cuenta que no está.

- La Mujer: Sí, es lo mejor...

- El Hombre: ¿Qué hace?

- La Mujer: Escribe, por supuesto.

- El Hombre (intranquilo): Ah... (Bebe un sorbo de vino y se traga un fantasma morado).

- La Mujer: Tiene unos altísimos zapatos rojos con plataforma. Está desquiciada.

- El Hombre: ¿Por qué?

- La Mujer: No está dando bien con el personaje: una escritora con zapatos de prostituta es inverosímil.

Escena 3: (El fantasma muy amado se retira discretamente. La escritora con zapatos de prostituta escribe mientras come un helado blanco con algunos hilos rojos de sangre o de frambuesa)

- El Hombre: Yo te hacía por completo distinta. (El fantasma que el hombre había tragado con el vino sale rodando por los ojos). Los textos hacen que uno se haga otra imagen de vos.

- La Mujer: Sí, lo sé. Lo mismo me dijo Grisel, una hermosa actriz que conocí hace poco. Pero lo que pasa es que estoy a merced de ella. (La Mujer señala con la cabeza a la narradora de zapatos rojos que se mete con fruición profusas cucharadas de crema en la boca).

- El Hombre: Sí, claro. Uno sabe bien que el narrador no es el ser de carne y hueso, pero aún así, esos textos resultan tan convincentes, que...

- La Mujer (interrumpe con cierta picardía): Esperabas a Moria Casán...

- El Hombre (sorprendido): No, no, por favor. Además, me alegro de que no seas Moria Casán porque... (Todo cuanto el hombre dice es sumamente tranquilizador para la mujer que escucha pero las palabras no quedan en sus oídos sino que pasan a través de ellos y son arrebatadas por la narradora de zapatos rojos).

Escena 4: (El fantasma muy amado vuelve, sigilosamente, pero no se ve porque...).

- El Hombre: Ahora entiendo por qué bebemos vino en lugar de ron. (La mujer se sorprende por ese comentario al tiempo que observa a la narradora escribiendo a la velocidad del rayo).

- La Mujer (acercándose al hijo del antiguo militante anarquista, susurra): Hablemos más bajo porque ella (señala con la cabeza a la narradora) nos está escribiendo.

- El Hombre (inquieto otra vez, acerca una mano a la boca, como una barrera, para que lo dicho no se vaya más allá de la mesa): ¿Cómo? No es posible. Yo estoy diciendo lo que pienso, no lo que me escriben.

- La Mujer (con gesto de duda): ¿Estás seguro? ¿A vos se te ocurrió lo del ron?

- El Hombre (desconcertado): Bueno, no estoy seguro de dónde me vino eso...

- La Mujer (resignada): De Rosario/12 o de "Culonas".

- El Hombre (nervioso y con los fantasmas alborotados): ¿Por qué no la dejaste en tu casa?

- La Mujer (impotente): ¿Te creés que para mí es fácil dejarla salir con esos zapatos? Si hubiese podido la habría atado a la cama, y aun así no estoy segura de que me hubiera librado de ella.

- El Hombre: Vámonos de acá. ¿Anda en auto?

- La Mujer: No, no sabe manejar.

- El Hombre: Qué suerte. No va a poder seguirnos.

- La Mujer: Sí, vamos. Además, a esta hora le va a ser imposible conseguir un taxi.

(El hombre paga apresuradamente y los dos huyen seguidos por algunos fantasmas. La narradora pide un café y sigue escribiendo. A su lado se embriaga un fantasma muy amado que no se ve porque...)

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