A fin de cuentas, ¿qué?

Los pocos transeúntes se detenían en las esquinas para que pasasen los autos.

Es así, autos habrá siempre. O bicicletas.

Un perro cruzó en ese momento por la vereda de enfrente. Rengueaba, era un perro rengo yendo atrás de una pena.

Desde el campanario de una torre sin iglesia llegaban las tres de la tarde.

De a ratos se nublaba y de a ratos salía el sol.

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A un mar del sitio menos remoto, a tres patios de mi infancia, a seis diamantes de Neptuno, fui aserrín de roble recién hachado.

Un hoyo sangrante con dolor perforado.

Un maniquí de de Chirico a veinte metros de haberse iniciado la marcha de quien estaba yéndose.

Un punto azul inerme.

Un contraste sin contorno esperando que cayese olvido del cielo.

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Los pies han quedado en otros zapatos.

En otro cedro el tronco con su correspondiente cintura.

Así transcurro ahora, mero busto, cabeza sola.

Ojos sin párpado, no imagino peor condena.

Puedo contar con lujo de detalles cómo se me desintegra el cráneo.

Mi cráneo de hilo.

Hilo débil débil hilo.

En la fisura de los recuerdos ahora es un mamífero que ataca desde adentro hacia afuera

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crustáceos sin cráneo

cráneo afelpado, cráneo peludo, cráneo de plumas, cráneo a lunares, cráneo de cal, cráneo tullido, cráneo de mono, cráneo de cobre, cráneo de espuma de mar.

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Frente al espejo, y sin que lo noten, brillan sus trajes confeccionados con finas hebras de falta.

Asperas fibras con las que tú, falta, tejes los vestidos, zurciendo tus costuras a las pieles de las personas.

...¡Ah! te vi entre las luces con tu cara toda azul, toda azul...

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Falta como azote inherente a la especie

Falta esto. Falta y sobra. Falta nada.

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¿Sabe? Usted es el primero que me pregunta por el parque de diversiones. Pasó hace tantos años y así quedó todo, sin que nadie toque nada desde la última noche en la que abrió. Apenas el tiempo, moviéndose rápido, le ha roído al tobogán su inclinación.

Oxido, silencio y una vuelta al mundo cuadrada.