CONTRATAPA
› Por Guillermo Paniaga
Creo en los ángeles. Hay un coro ahora, detrás de mí; esperan que por fin pose mis manos sobre el teclado y empiece a escribir. Es imposible no creer en ellos, están aquí, ahora mismo, mirando por encima de mis hombros las palabras preliminares, las que me dejan a mí. Esperan ansiosos, conocen el sistema, de hecho ellos son los portadores de la regla: apenas habrán pasado unos minutos y serán ellos los que hablarán por mí.
Eso quisieras, me dice Nora.
Claro, sería tan fácil sentarse a escribir y que fueran los ángeles los que hablaran por mí.
Sin embargo estás atado a tus propias palabras, a las que nacen en tu mente y giran en redondo sin querer, en realidad, salir.
El mundo desespera; nadie, salvo los ángeles, sabe lo que hay en mí.
El mundo es esa enorme pelota de lodo que los hombres cubren de cemento, como si éste fuese a sanarlo como la costra de una herida; no hay cambio de piel, el mundo no tiene piel. Es una forma incompleta, una marea de palabras, una encrucijada de ideas y de frases que explican lo que han inventado; el mundo es eso, un invento y nadie, salvo los ángeles, sabe lo que hay dentro de mí.
Porque yo, Nora, soy el mundo; y mis manos son tu piel.
Escribo una prosa que es como escribir una canción; canto las palabras, la música es inaudible para vos, para cualquiera que no sepa que hay ángeles, que hay un coro dentro de mí.
No son ángeles buenos, tampoco son tan malos; son ángeles, nada más que eso y ahora mismo dejaron de verme para hablar ellos por mí.
¿Beberás la nada en un vaso de tibio hastío?, ¿eso pensabas escribir?
Claro, Nora, me sorprende que lo sepas, ¿es que también hay ángeles dentro de ti?
La risa de Nora me abre en dos, se burla por la frase y porque he escrito ti. Sos argentino, me dice, y es espantosa la prosa que roza la fosa de las cosas sosas.
Lo sé, lo sé, tanto que lo sé.
Entonces por qué insistís.
¿Por qué insistes?
Por qué insistís.
Porque hay ángeles dentro de mí, y sólo uno de ellos es de por aquí.
No sabía que los ángeles podían ser de algún lugar, no sabía que los ángeles se sometieran al rigor de las fronteras.
Siempre se aprende algo nuevo, ya ves, hermosa dama; mis ángeles son universales, pero a cada cual su propia ciudad. Los tengo de mi Rosario, los hay de Buenos Aires y hasta acá los del país, los demás son mexicanos, brasileños, y alguno que otro de París.
De Francia.
De París.
Hablarán francés.
Y muy bien, podés jurarlo. Sin embargo han aprendido el español, se lo ha enseñado la mexicana; era él el que hablaba y por eso salió aquél "ti".
¿Dijiste mexicana?
Fue lo que dije, sí.
Yo creía que los ángeles eran hombres, siempre se los nombra así.
Creías mal, porque hay mujeres, y son ellas más que los hombres; le he preguntado por qué a los ángeles los llaman los, o él si es uno solo; me ha respondido que por una simple estética gramatical: queda tan feo decir la ángel, las ángeles. Han optado por dejarse él y los, como el azúcar, como el agua.
Ahora creo que hay ángeles dentro de ti.
Por qué me crees ahora, qué te han dicho, qué te han mostrado, qué te han cantado.
Las mismas palabras que te atormentan a vos.
¿A ti?
A vos, ya se han ido, se han callado, no estuvieron demasiado tiempo conmigo y comienzo a creer que fue una alucinación. Son tus palabras las que confunden, son tus ritmos los que me llevaron a ese lugar del que jamás hubiese deseado salir. Ahora ya estoy afuera, ya no lo creo, no estoy tan segura, nada segura de que haya ángeles adentro tuyo.
Es verdad, Nora, se han ido, y no han esperado a que empezara a escribir, ¿es que no tienen nada bueno que decir?
Te lo dejan vos, Manuel. Te lo dejan a vos.
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