Martes, 7 de junio de 2011 | Hoy
Por Javier Chiabrando
"Lector vidente, raro es el hombre que, escondido en la intimidad segura de su alma, no haya inventado para sí destinos locos, aventuras imposibles, gestos desmesurados y personificaciones absurdas que, forjadas en el inviolable taller del ensueño, no se atrevería él a confesar ni bajo tortura."
Leopoldo Marechal en Adán Buenosayres
Nada como ir a las fuentes. En el séptimo libro de Adán Buenosayres, don Adán se manda una gira por la oscura ciudad de Cacodelphia, un submundo organizado en nueve círculos infernales a la manera de otro exuberante, don Alighieri. Cacodelphia alberga a una verdadera fauna. (Vale la pena leerlo para ver si uno, o el fantasma de uno, también anda por allí). Parte de esa fauna son los Potenciales, seres desdibujados, casi hombres, casi figuras, transparentes, que se agitan por el viento pero sin caer ni volar, a la manera de los muñecos que uno puede boxear sin derribar nunca.
Los Potenciales son hombres que hubieran sido grandes si el mundo los hubiera dejado o la humanidad los hubiera comprendido; hombres que reclaman un destino que los supera, olvidando que es una "aventura imposible", un "gesto desmesurado", una "personificación absurda". Quizá haya Potenciales en su ámbito doméstico, pero seguro que los hay en la Gran Comedia Nacional. Son los que aparecen a menudo por televisión hablando de lo que serán y tendrán. No les importa que usted y yo tengamos la certeza de que no serán ni tendrán lo que aventuran.
A diferencia de lo que plantea el epígrafe de esta nota, me parece que muchos de nuestros Potenciales elucubraron destinos de celebridad y grandeza porque alguien se los hizo creer en un juego más digno del gallito ciego que de la alta política. Ese alguien es un personaje que no habita Cacodelphia, pero podría: se llama Don Bwana (un tipo tan poderoso que estoy tentado a firmar esto con seudónimo). Don Bwana habría soplado al oído de estos Potenciales que estaban para grandes cosas (presidente, ideólogos, conductores de masas, formadores de opinión, referentes, ídolos; elija), y los tipos ahora andan por ahí como casi hombres, o casi figuras, que se tambalean como si se fueran a caer y lo más probable es que se caigan. Esa es otra cosa que usted sabe y ellos no.
Habría tres maneras de aceptar lo que te dice otra persona, por muy poderosa que sea y por muy grande que sea la gansada que te dice: 1) porque no te queda más remedio; 2) porque preferís creerle; 3) porque le creés de verdad. De los primeros, poco vamos a decir. ¿Quién no fue alguna vez esclavo de su empleador? ¿Quién no dijo sí Bwana alguna vez en la vida? Felices los que pueden tirar la primera piedra y no esconder la mano. A estos los dejaremos de lado porque las estadísticas indican que les conviene creer a rebelarse.
Los segundos, los que prefieren creer, vendrían a ser los que yo llamo irónicamente librepensadores. Les nombro algunos: Lanata, Sarlo, Abraham, Caparrós. Son personajes relevantes de la cultura nacional (yo los leo), y han decidido usar ese poder (mediático, real, simbólico, qué se yo), para repetir las palabras de Don Bwana donde los dejan. Sin duda hacen su negocio, que es "estar en contra" de mucho, de casi todo o de todo (interesante de analizar en una época donde se habla tanto de la ausencia de ideologías). Es que estar en contra vendría a ser un buen negocio y los dividendos serían en dinero, prestigio, chicas, stripers u odio (a algunos los excita ser odiado).
Hay otros que no sé muy bien si ubicarlos en la primera categoría o en la segunda. Si bien son empleados de Don Bwana, tienen suficiente espalda como para negarse a obedecer como ciego que es llevado al baño. Serían los casos de Nik, Sendra, Tenembaum y otros notables. ¿Ese ímpetu que ponen en seguirle la pista a Don Bwana, es miedo o entusiasmo, miedo de empleados o entusiasmo de librepensadores? ¿Por qué tan queribles humoristas y periodistas reflejan el pensamiento del patrón con más entusiasmo del que patrón les exige? Un psicólogo a mi derecha, por favor.
Y quedan los últimos, los verdaderos comediantes de la Gran Comedia Nacional, los capocómicos, que han elegido la más triste de las opciones: creer como la costurerita que da el mal paso. Se habría dado así: Don Bwana los habría reunido y les habría ofrecido ayuda. O quizá les habría dado una orden. Uno de los capocómicos, estimulado o asustado, habría dejado caer una idea como si fuera la receta de la Coca Cola: "Habría que crear rumores de que el kirchnerismo está kaput". Don Bwana habría aprobado como diciendo: "Estos son mis muchachos".
El rumor nunca dejó de propagarse, porque los Potenciales son legión. El resultado no fue el que todos esperaban. Está a la vista. Lo que realmente sucedió es que los muchachos de Don Bwana comenzaron a creerse el rumor que ellos habían ayudado a inventar. Es algo así como cuando, molestos por las actitudes estrechas de la linda del barrio, los pibes hacen correr la voz de que es ligera. A la semana, los mismos pibes se la quieren levantar, olvidando que ella nunca les dedicó una mirada. Por qué no lo iban a intentar "si todo el mundo está diciendo que es fácil". Sino, ¿de qué otra manera podría uno explicar que gente que entiende de política como Das Neves y Solá, hayan saltado del barco que podría haberse hundido pero no se hundió, directamente al fuego? ¿Por qué, si no, Duhalde habría abandonado su exilio de prestigio para rifarlo en un suspiro? ¿De qué otra manera se entiende el lugar que ocupa en el imaginario político e ideológico un tipo interesante como Pino? Una bola de cristal a mi derecha, por favor.
Volvamos a las fuentes. Ya sobre el final, en Adán Buenosayres aparece un ventrílocuo. Su muñeco se llama Homo Sapiens, un personaje con arrestos de rebelión que van desde querer levantarse una mina de la platea o invitar a pelear a un espectador. Cada rebelión termina con el muñeco volviéndose a sentar en la falda del ventrílocuo. O sea: sí, Bwana. Según las leyes marechalianas, las últimas palabras del muñeco podrían llegar a ser: "Yo pude haber sido hombre, pero terminé chirolita". Chau.
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