CONTRATAPA
› Por Miguel Roig
Escribo después de despedirme de Osky, quien luego de vivir una temporada en París vuelve a compartir conmigo largas tardes en las terrazas madrileñas en las que se cruzan la reflexión y la intimidad, la bronca y la risa, herramientas útiles para explicarnos el trabajo, los sentimientos, las frustraciones, las pequeñas victorias. Y como no, el peronismo.
Osky es peronista. Como lo es mi amiga Marilyn y el Bigote. Isaías y el Negro Previgliano. Walter Méndez y Ricardo Zelarayán. Ana Basualdo, no; Ana lo era. Cada uno lo es o lo fue a su manera.
Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas lo son cada una a su manera. Así comienza Anna Karénina.
El Dodge 1500 de mi papá lo estrenamos el día que Perón regresó del exilio. Ese día no se trabajaba ni había colegio porque volvía Perón y papá quería aprovecharlo para salir con el coche nuevo que le habían entregado la tarde anterior. Amaneció con lluvia, por lo cual mi hermano y yo nos deprimimos ante la posibilidad de suspender el paseo por culpa del tiempo, pero cerca del mediodía y al rato de que aterrizara el avión que traía a Perón desde Europa, el cielo se abrió y el sol iluminó el día. Mi tío Antonio, cuando hacía un día radiante, solía decir: "hoy es un día peronista". Nunca había comprendido muy bien a que se refería. Esa tarde, cuando papá puso en marcha el coche, empecé a darle un sentido.
El tío Antonio era de Boca, peronista y gardeliano. Cuando venía a casa, si el sol brillaba, su saludo era invariable: "hoy es un día peronista". Mi madre le servía café y una copa de cognac, y yo le ponía un vinilo de Carlos Gardel. Desde mi mirada, la de un niño, él era un hombre feliz, divertido. Cuando en casa compramos el televisor, el tío Antonio venía a ver todos los partidos de fútbol. La tarde que el Chango Cárdenas le hizo el gol al Celtic de Escocia en el estadio Nacional de Montevideo y Racing consiguió la Copa Intercontinental, mi tío me alzó, me hizo volar por el aire y soltó la frase. Esa vez no fue por el sol, fue por un gol. Perón era de Racing.
Tiempo después la escuché por primera vez fuera de casa. Fue en la farmacia de Garmendia. No recuerdo por qué razón, un problema vitamínico quizás, la cuestión es que sobre mi pesaba el terrible castigo de una inyección diaria. Mi madre me arrastraba a la farmacia y yo temblaba con sólo verle la cara a Garmendia, un entrerriano con un humor de perros que ponía el grito en el cielo cuando yo apoyaba el pie en la balanza. Garmendia era peronista y militó, cuando acabó la dictadura, en una unidad básica cuyo nombre era coherente con su carácter: Leña y Leña. En la trastienda, donde ponía las inyecciones, tenía colgado un retrato de Perón. Recuerdo mirar resignado la sonrisa del general mientras esperaba el pinchazo en el culo. No se te ocurra hacer ningún comentario, me decía mamá. No se me ocurría.
Fue en la mañana de un sábado. Llovía con ganas y yo esperaba que el mal tiempo me salvara de Garmendia. Pero no. Allá fuimos, bajo la lluvia, mi mamá y yo rumbo a la farmacia. El aire estaba encendido y no era por el mal tiempo. Nos despertamos con la noticia de que había sido hallado en una fosa de cal el cuerpo del general Aramburu, secuestrado y asesinado por los Montoneros. Entramos a la farmacia y esperamos nuestro turno. Entonces, un vecino se asomó por la puerta y gritó: Che, Garmendia, hoy es un día peronista, ¿no? Garmendia sonrío y siguió atendiendo en silencio, silencio que enfermó la espera; mi madre me apretó fuerte la mano y no era para evitar que me fuera a jugar con la balanza. Yo me quedé quieto, mirando a través del cristal la lluvia que no paraba de caer y pensando en mi tío Antonio.
Ni el Negro Torres ni yo estábamos empadronados en Capital. El Negro lo estaba en Cañada de Gómez; yo, en Rosario. ¿Por qué vas a dar pistas a la policía?, me decía cuando yo argumentaba las incomodidades de nuestra conducta. Cada elección, entonces, nos exigía subir a votar. Aquella vez habíamos ido en un coche nuevo, ostentoso, que una novia con recursos había prestado al Negro. De regreso, con el crepúsculo envolviéndonos por la ruta 9, a la altura de San Pedro, la radio confirmó el triunfo de Menem. El Negro, sin decir palabra ni yo provocándola, desminuyó la velocidad y finalmente detuvo el coche a un costado de la ruta. Salimos al campo. Mirábamos hacia el este, hacia el río que no veíamos, y el cielo púrpura que nos disolvía era una bóveda hacia donde ascendía el humo de los cigarrillos. Poco tiempo después yo me iría del país. El Negro se quedaría sin novia y sin coche. Pero eso sería después. En ese momento veíamos terminar otro día peronista mientras caía la noche.
En el Museo Histórico Nacional de la calle Defensa, detrás del parque Lezama, hay una sala dedicada a las presidencias de Perón. En una vitrina en la que se pueden ver distintos efectos personales hay una libretita muy pequeña, de hojas cuadriculadas unidas por un espiral. Está abierta en una página en la que se lee "Navalmanzano" escrito en lápiz. Es la calle donde estaba ubicada la quinta 17 de Octubre en el barrio Puerta de Hierro de Madrid. Este apunte hecho por un hombre en el exilio, ese dato que, imagino, anotó cuando alguien le dio la dirección de la que luego sería su casa y de donde él saldría vaya uno a saber si con agrado hacia el regreso definitivo, es lo único que me hace ver a Perón como a un semejante. El que vivió en la ciudad donde yo ahora vivo y que he hecho mía. El que buscaba una casa cuya calle estaba escrita en una libreta que llevaba en el bolsillo del abrigo. Ese Perón que se acostumbró, anónimamente, a tomar café en la barra del Manila de Callao, donde ahora está la tienda de Benetton, y a mirar el mismo cielo limpio que yo miro cada mañana. Un cielo que sólo puede ser azul.
Muchos de mis amigos, decía, son peronistas. El peronismo, a su manera, es una gran familia. Y al final, puede que lo sea el país. ¿Se acuerdan de aquel personaje de Soriano al que acusan de marxista y asombrado exclama que eso es mentira, que él nunca se metió en política porque siempre fue peronista? A veces tengo la sensación de que a mí me pasa exactamente lo contrario: al no ser peronista, puede que nunca me haya metido en política.
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