Viernes, 5 de agosto de 2011 | Hoy
Por Bea Suárez
El sauce, qué árbol! Mira hacia abajo, es verdad lo de llorón.
Pasan pescadores por la orilla santa, sus ramas los acarician, las canoas van despacio despacio, los hombres se dejan, el verde se rompe en sus sombreros. Algo vegetal se hilvana entre lo humano.
Viven a la orilla del río, pueblan las hermosas playas en línea las cuales quedan (entonces) nerviosas y vibrantes por la suavidad felina de estos sauces hispanoparlantes.
Traban los remos finos, parecen aristócratas que hicieran temblar a la sociedad del pasto, con éxtasis e ínfulas.
Bajan cielo, lo conectan con el agua, se meten (para sorpresa del Paraná) y quedan llevados por la corriente y a su vez estáticos, quietos, en el mismísimo lugar donde nacieron, de donde son oriundos los sauces atrevidos.
El río crece, los tapa por temporadas, los tronquitos colgantes devienen algas por un tiempo, el tiempo de las no copas, de la isla muerta.
Son los muchachos íntimos. Criaturas en vaivén, fachadas que dialogan en forma permanente con quien pasa, el remero, el kayakista, el hombre que les silba como llamando amigos.
Existen entre el milagro de no ser arrastrados y la lucha por quedarse, constituyen la familia herida, donde a cada rato se van miembros a otra parte.
Subrayados por un folclore especialísimo se mueven sin patagonia ni norte, casi diría hasta una angustia increíblemente elástica, llamados por nadie hacia un arrabal de pesca.
No caen al río porque sí. Bajan por sed, como pájaros, a beber. Bajan por hambre, por bagres, por bogas. Bajan a llorar su melancólica botánica.
Gestos mojados que acompañan al rosarino, y no lo sabe.
Rosario no está al tanto de todos sus hocicos, incluidos los más salvajes, el sonido profundo de sus savias secretas, esperanza impalpable en la terrible vida del hormigón armado.
Van sauces como lámparas, o como hermanos; las lianas son estatuas flácidas que vienen de tierra negra, todo es deshojamiento y a la vez oro. Pureza que duerme en pastos aledaños.
Un sauce es un lujo.
Es la materia prima de un poema, el animal sacrificado para alimento crudo contra el alma.
Gente inclinada: el sauce, está derecho.
En ruidoso escarmiento de agua, lo vemos cerca, desde los ranchos o el parque España, saludando al amanecer.
Una vez la creciente arrastrará todo, hasta el coraje. Llegará la enfermedad aguda del ahogo. Va a quedar el sauzal a la vera de nuestra poca valentía.
Y en la paz absoluta su chillido al viento.
La subfluvial desprolijidad de su sombra.
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