CONTRATAPA
› Por Jorge Isaías
En ese tiempo traslúcido yo me iba silbando con mi perro y mis tramperas, mis boleadoras de plomo y mi honda matadora de pájaros. Cuando escribo "en ese tiempo", es como si no hubiese existido o estuviera allí, esperándome, como una película detenida que espera el accionar de la manivela para que todo vuelva a andar. Si bien los medios de locomoción eran más primitivos con respecto al presente, y la vida más sacrificada, y tal vez gracias a eso había más movimiento y más gente en los negocios y en las calles, que, si no fabulo con el paso de los años, la población era más numerosa. Pero no, no fabulo porque están los censos para atestiguar el lento desgranamiento de numerosas familias que comenzaron a migrar hace setenta años y hoy lo hacen con mayor premura, aunque no se van las enteras familias sino la parte más joven y dinámicamente expectante del pueblo. No obstante, a veces, se me van cruzando algunos nombres, fechas, situaciones que hoy son el olvido y que resultaron interesantes en su momento.
Sé que no conmuevo a nadie si escribo algunos nombres, pero alguien debe hacerse cargo de ejercer una justicia melancólica, o un gesto reparador, pese a los vientos de olvido y desolvido.
¿Quién se acuerda de Adrián Oscare, a quien apodaban "El Juez", siendo que no era sino un oscuro hombreador de bolsas de la Casa Arregui? ¿Y los hermanos Aróstegui?, Vicente y Ricardo, eran "el Vasco grande" y "el Vasco chico", respectivamente. ¿Y Faustino Brochero, apodado "Pancita"? ¿Y Cipriano Carmen Herrera, el popular "Chocolate"? ¿Y Rosalino Mansilla, Raúl Cornelio Arias, apodado "El Manco", y su hermano Albino, negro como la noche, no hacía honor a su nombre?. ¿Y Juan Amalio Herrera a quien todos llamaban "El Chino", y don Horacio Vega, y el "turco" Abraham Salí, a quien llamaban "El turco sucio", o a Francisco Alí, a quien decían "El turco Francisco"? ¿Y don Esteban Echeverría casado con doña Dolores Fino que vendía chocolatines y helados en la puerta de la cancha?
Toda esta gente vivía en el pueblo antiguo y sus gestos estaban nimbados como por una luz tan clara que casi siempre enceguecía, como el sol si se mira muy de frente.
Los primeros diecisiete años de mi vida estuvieron absolutamente tiranizados por una sola pasión excluyente: el fútbol.
En el primer equipo que yo vi, el primer equipo al que mi viejo me llevó a mirar como jugaban estaban aquellos ídolos que hoy permanecen intactos en la memoria de los veteranos: Tin Morón, arquerito heroico: en defensa Quique Moreno, Anselmo Vera, a que llamábamos "Verita", Juicho Becerro, "Tit" Gardella, Capobianco, "Tuto" Vega. Y adelante: Morenito, Carbonin, Parabatti: Remigio Gramajo, el "Loco" Moreno que se vendió en un clásico y como era ferroviario llamó ese domingo a la 11 de la mañana al club diciendo que había atropellado una vaca y estaba detenido.
¡Las pasiones que producían en ese entonces los clásicos! Empezaban las ansiedades y los pronósticos quince días antes y se comentaba una semana después el terror de la circunstancia de una derrota o las mieles de un triunfo. Todo el barrio "El Jazmín" participaba de los preparativos aunque la emoción ese día tenía que ser agasajada. Doña Emilia Latini de Peralta era nuestra vecina y consultaba a sus amistades, nobles señoras que se fanatizaban por la camiseta roja y entre ellas hacían una cadena de oraciones y en esos días el "Ramos Generales" del Cholo Belluschi incrementaba la venta de velas y se concurría más a la Iglesia para reforzar "in situ" las oraciones.
El reducido, el cuasi recoleto, pero visto a la distancia, el inmenso tiempo de entonces era amplio como el mismo universo, en esas primeras emociones en que todo se daba por amor a una camiseta, no importa si del barrio, o del Club, a esas protoremeras a la cual le colgábamos unas chapas de gaseosas de entonces a modo de distintivo o esas blancas, muy usadas que osábamos pintarle una inscripción o un distintivo porque entre los agujeros que ostentaba su uso auguraba un pronto pase al indecoroso destino del trapo de piso o siquiera repasador que limpiaba la plancha de las cocinas económicas ahítas de marlo o de leña seca esa que no hacía llorar los ojos de las señoras de entonces. Sus lagrimales se preparaban para ser usados oyendo las radionovelas ingenuas: "El paisano mala suerte" con Federico Fábrega y su compañía que recorría los polvorientos caminos de entonces, donde los pueblitos se colgaban en ese bordado asequible y lloroso en el hilo sentimental y cuasi ingenuo a prueba de corazones sensibles.
Nosotros, en ese tiempo, habíamos armado un equipito aguerrido con el cual competíamos en partidos de hacha y tiza con otros barrios de entonces. Sin embargo, por más que recorro mi memoria quienes eran esos otros pibes que con entusiasmo armaban sus propios cuadros para jugarnos un desafío, han sido olvidados.
Sólo recuerdo como entusiasta "armador" de otros cuadros rivales al buenazo de "Nenucho" Faravelli, a quien todavía suelo ver por las calles de esta ciudad donde transcurrimos nuestro exilio de años. Sin embargo, hace poco le hice esta misma pregunta: ¿Quienes jugaba con vos contra la barrita dura del barrio "El Jazmín"? Yo sólo recuerdo a Edgardo Tossini, le digo. Y él siempre amable me dio alguna respuesta que no me satisfizo porque los que me nombró eran muy chicos con respecto a nosotros. Hubo, lo digo amablemente, un desacuerdo o un desacople entre su recuerdo y el mío, que al ser dos subjetividades persiguiendo el retazo percudido de la memoria, es factible que se pierdan en los vericuetos insomnes de la nada.
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