Lunes, 5 de septiembre de 2011 | Hoy
Por Guillermo Paniaga
Hablaban en susurros, como si el mundo estuviese atento a unas palabras que nacían para morir privadas; a Clara le gustaba pegarse a su cara y jugar al cíclope, como en el capítulo 7 de Rayuela. Hablaban y reían así, abrazados, sintiendo las palabras, a la vez que oyéndolas, porque salían de sus bocas con las formas del aliento, con la humedad de los labios, con el regusto algo pastoso de amor y cigarrillos. Oían a los Beatles, Lennon cantaba Julia. Coincidían en que esa voz como de chiquillo desamparado rogando piedad a la vez que se mofaba de los incrédulos que se la profesaban, debía ser, necesariamente, la que usaba a Dios cuando cantaba. Y reían, reían tanto por esas tontas ocurrencias... reían para olvidar, o para no reconocer que en realidad deseaban llorar.
Sergio muerto, y quedaba lo de Pascualito... Siempre era mejor asirse de Clara, y Clara de él; y escuchar a los Beatles, y soñar con que el tiempo ya había pasado, o que directamente no existía, o que, sencillamente, habían muerto y se encontraban en el paraíso. Un paraíso repleto de pósters de Lennon, Cortázar y el Che; y una imagen de Jesús enmarcada detrás del árbol de la vida, como la foto de los presidentes detrás de cada escritorio de un despacho oficial; Dios era la Nación, el paraíso era el territorio y Jesús el rey.
--¿Y el Estado?
--No habría Estado; Jesús es el rey de un pueblo anarquista.
Y reían, reían tanto por esas tontas ocurrencias...
--Si Evita viviera, sería Montonera --decía Clara.
--Si Evita viviera, Isabel seguiría soltera.
Y cómo reían con esas tonterías.
Clara tenía sed. El le ofreció agua. No, mejor una coca, le respondió. ¿Coca Cola? ¿se burló él? ¿La bebida de los cipayos? Y sí, tenía ganas de una Coca, y de fumar, además; los cigarrillos se habían acabado. El salió de la cama bufando. Buscó el calzoncillo entre las sábanas y no lo encontró. Se puso los jeans sin ropa interior.
"Se me van a paspar", dijo riendo, mientras rebuscaba entre los discos el que deseaba escuchar. Lo acomodó en el plato, apoyó la púa, comenzó a sonar Taxman.
Ella rió:
--Mejor lavate la cara si no querés que el kiosquero se burle de vos.
--¿Qué tengo? dijo él, pasándose la mano por la boca.
--A mí, lindo.
El le respondió arrojándole la camisa. Ella hizo lo mismo con la almohada; él se arrojó a sí mismo sobre ella... se besaron despacio, ella le quitó los pantalones que recién terminaba de ponerse; se tocaron como buscándose, o tal vez reconociéndose; actuaban sin apuros, como en cámara lenta, y le concedían al instante la santidad que requería. Sudaban sin excesos, se enredaban en aromas, en el dulce sopor del encierro sensual; cada lugar de la casa olía a sexo. Y jugaban, jugaban a extender el juego en un tácito acuerdo que confirmaron cuando él la penetró en el instante en que Paul y las cuerdas de celos y violines arremetían con Eleanor Rigby (Ah, look at all the lonely people)... Y saber que esa sincronía fue como la gloria.
Y se amaron despacio, concediéndose en cada segundo la eternidad para sentir que sí, que Lennon estaba en lo cierto, que aquello era posible nada más que en un sueño y por lo tanto había que dormir (I'm only Sleeping), o llorar por la vigilia pero de amor, de absoluta felicidad, de explosión que llegaba necesaria, y sentir con la piel, sentir con los dientes, sentir con los ojos, sentir, sentir, sentir con el alma y llegar al cielo, y oír a Clara decirle que lo amaba. Y él en silencio, señalando el Winco, para dejar que fuesen ellos los que le respondieran Love you to. Sí, claro que la amaba; la amaba There and everywhere, la amaba en el cielo y en la tierra, en la luna y en el mar, en el cielo con diamantes o en un Submarino amarillo.
Te amo, te amo, she sai she said, y él también se lo decía, pero sin hablar, sino queriéndola en silencio, creyendo que así era la forma, y que después de todo habría tantos días para decirlo con palabras, tal como ella esperaba, aunque lo supiese superfluo, apenas un anuncio, el titular de una noticia sin novedad; él la amaba así, en silencio, amándola como se ama a un buen día de sol radiante...
Salió silbando Good day Sunshine, el tema que sonaba en el Winco al abrir la puerta. Era noche. Caminó hasta la esquina; se entretuvo un instante conversando con el kiosquero. Desde allí vio llegar dos Falcons con los focos apagados; antes los oyó. Oyó ese chirriar de ruedas que le arrebataba el alma desde hacía meses. Los vio detenerse delante del edificio; vio cuando bajaban los hombres vestidos de negro. Los vio correr hacia la entrada; luego los vio salir con un bulto que arrojaron en el baúl de uno de los autos, no supo precisar cuánto tiempo transcurrió: fue eterno y fugaz. Los vio partir con ese puto arar de asfalto. Corrió hasta el departamento; no respiraba, no pensaba, no nada.
La puerta estaba abierta; la púa del Winco raspaba en falso el penúltimo surco mudo; silencio mortal y una leve lluvia empastada otorgándole a él la sobrevida.
Clara no estaba.
El ya no estaba.
¿Y ahora? ¿Ahora qué? Clara no estaba, él ya no estaba; y Pascualito y Clara, y él, y Clara no estaba, no estaba, no estaba... ¿Y ahora qué? Miró la tapa del disco, palpó el arma que llevaba entre la ropa... Se oyó la introducción de cuerdas, címbalos y tambores chinos... ¿Y ahora qué?
John cantó:
Turn off your mind, relax and float down stream,
It is not dying, it is not dying.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.