Lun 12.09.2011
rosario

CONTRATAPA

Las repeticiones como el mismo olvido

› Por Gary Vila Ortiz

A mi edad las repeticiones son inevitables. Como el olvido. Porque la memoria juega su ajedrez con las piezas adjetivadas por Borges entre el olvido y los recuerdos. El terreno sin ocupar antes que empiece el juego, comenzará en el mismo momento en que se mueva la primera pieza, a llenarse con las pocas células que quedan en el cerebro. Como le ocurre a Hercules Poirot. Pero sin tener en algún salón los personajes de cada historia personal, primero porque no dispongo de un salón tan grande, segundo porque no se trata de investigar ningún asesinato sino de lo que nosotros hemos hecho para bien y para mal. Todos los hombres encierran aquello que se puede conocer y eso otro que desparecerá con su muerte. Sin hechos secretos no voluntariamente sino porque la naturaleza lo ha dispuesto así, siempre quedan lugares que nadie nunca podrá saber, por formidables que suelen ser las biografías de aquellos más conocidos. Por ejemplo, de Camus debo tener tres o cuatro biografías, otras tantas de Proust, algunas más de Borges. Y sin embargo hay cosas que nunca sabremos y debe ser mejor de esa manera. Pero aquellos que son seres humanos desconocidos, el vagabundo que suele andar por Provincias Unidas y Córdoba, los que ofrecen lavar los vidrios de los autos en tantas y tantas esquinas, esa mujer que veo casi todos los días dejando alimentos para gatos, perros y los gorriones, las palomas y las calandrias que frecuentan el lugar, esos seres guardan memorias de las que no tenemos la menor idea.

El hecho que se hayan movido las dos primeras piezas, el caballo negro y el peón blanco, altera el camino de la memoria, nos habla de algunas imágenes que tienen que empezar a crecer o desaparecer del todo sin que nada en nosotros pueda evitarlo. Por ahora es la llovizna sobre la piel, el borrador de un beso de amor lento buscando el mañana, la cara de un muerto que estaba en la morgue de la facultad de medicina con ojos celestes abiertos.

Hay un nuevo movimiento, que debemos tener en cuenta que la hace alguien que no sabe jugar al ajedrez y que por consejo de Edgar Allan Poe juega tan sólo a las damas. Ese nuevo mover las piezas son la de una torre blanca y de un peón negro que se ubica al costado de su caballo.

Por cierto que eso lleva al "Gambito de caballo" de Faulkner, jugada que los entendidos dicen que no existe y otros muchos menos entendidos, por cierto, dicen que sí pero que es muy difícil lograrla. A mi memoria le interesa solamente el título del libro de Faulkner y la inteligencia y la humanidad de Gavin Stevens, moviéndose por las páginas de los relatos que se encuentran en el libro. Son seis narraciones, la más extensa es justamente la que lleva el nombre de la recopilación, "Knight's Gambit", cuya primera escena es la de dos hombres que dejan de jugar al ajedrez por los fuertes golpes en la puerta. Todo eso ocurre en el distrito de Yoknapatawpha, inventado por Faulkner que si logró esa invención bien podría haber inventado el gambito de caballo jugada que al parecer de algunos no existe. Nosotros, Por cierto, creemos tanto en ese distrito, sus personajes y la misteriosa jugada que hay que dejar en el misterio. Es probable que Faulkner se llevase todos esos secretos cuando partió.

Hay un nuevo movimiento. Las negras insisten en los caballos y mueven el otro: las blancas mueven el alfil. Forman un paisaje esas cuatro piezas los dos caballos, el peón y el alfil. La memoria mira esa jugada como si fuera un cuadro. ¿De quién? Primero piensa en Dalí, para desecharlo, pues necesariamente tiene que incorporar esos relojes doblados tan fáciles de manejar, a diferencia del tiempo que no puede manejarse de ninguna manera. ¿Por qué algo tan frágil como un reloj nos sirve para medir algo como el tiempo que no hace caso de reloj alguno? Desechado Dalí piensa en Max Ernest, pero lo deja de lado por qué sí, sin dar razón alguna para hacerlo. Entonces el paisaje es un cuadro de Paul Klee, el único que podía hacerlo.

De esa manera la memoria puede repetir las cosas que ama, aquellas que la sostienen, sabiendo que sea como sea el olvido difícilmente exista, y recordando el poema de Borges, "Everness": "Sólo una cosa no hay. Es el olvido / Dios, que salva el metal, salva la escoria / y cifra en su Profética memoria / las lunas que serán y las que han sidoà".

Eso, claro está, nos aflige, porque si no sabemos los últimos pensamientos de un hombre próximo a la muerte, tampoco sabemos los nuestros. Hay cosas que preferiríamos no recordar y otras que darían cierta felicidad a la triste agonía. Es posible que nos repitamos en esos instante finales, pero siempre la memoria se verá vulnerada por aquello que sería mejor no recordarlo, que desearíamos no vivirlo otra vez. Un poeta desconocido lo decía: "Al morir toda la vida del que muere se vive nuevamente y para la Divinidad no hay secreto alguno. Otra vez reiremos, seremos otra vez felices y otra vez nos avergonzará aquello que hemos hecho. Nada se borra y no sabemos si en la balanza pesan algunas cosas más que otras, sin remedio alguno. Nada podremos justificar, no podremos eludir eso que nos llegaà"

Pero ahora, las repeticiones suceden y en ocasiones buscamos que las haya para comprender, un poco al menos, los juegos del incierto destino. Los jugadores siguen jugando ese extraño ajedrez con movimientos que parecen querer imitar algo más que el mismo juego. Es raro ver el movimiento de esas piezas como si tuvieran una absoluta libertad para hacer lo que quieran, aún cuando eso en el juego de la realidad son jugadas prohibidas.

Entonces viendo que la torre aspira tener el movimiento del caballo y el alfil ser invulnerable, y el rey y la reina trastocados en el espacio y el tiempo, las piezas no pueden ser apresadas por otras piezas. Es cuando ese ajedrez multiplica todos sus componentes aún cuando no llegamos a saberlo con certidumbre alguna.

No es voluntario que eso ocurra. Es la memoria que desea aferrarse a un punto que desconocemos pero que debe existir ya sea para bien o para mal. Sabemos de aquellos que inventaron sus propios juegos de ajedrez, Duchamp y Xul Solar entre otros que no conocemos. Pero nuestra incapacidad hace imposible esa invención por lo cual solamente somos meros observadores de lo que va pasando.

Acaso sabemos que podemos escribir de esta manera en la medida de nuestra ignorancia del juego. Entonces encontramos eso que de otra manera no podríamos encontrar. Faulkner podía lograr el "Gambito de caballo", Borges podía calificar a cada pieza con su genialidad poética, Duchamp llevar el tablero hasta los límites de aquello que en realidad no tiene límite alguno.

¿Se trata en realidad de querer evitar las lentas y despiadadas disminuciones que nos van llevan hacia la muerte? Puede ser, no lo sabemos, pero sí que al escribir vamos tratando de alejar ese debilitamiento del ser, sacar energías donde ésta ya no existe para nada. Pero cada palabra va peleando en el camino contra los infortunios del azar y si el azar no existe, contra todo aquello que la Divinidad o la Naturaleza nos pone en el camino, como si tal cosa, como si no fuésemos más que una temblorosa forma de un sueño más tembloroso aún.

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