CONTRATAPA
› Por Ada Naranjo
El hombre corrió queriendo alcanzarla en el último intento quizás de evitar lo impensable, lo imposible de imaginar.
Ella era veloz y las lágrimas corrían por su rostro, el viento le pegaba de frente y el agua salada que brotaba y brotaba corría hacia atrás mezclándose en su cabellera. La tristeza le quemaba por dentro y una furia infernal la envolvía entera. Su rostro no era el suyo, el dolor lo había transformado...
¿Cómo volver a ser quien fue? ¿Dónde había quedado esa mujer que hoy había desaparecido por completo?
Ya nada sería igual, cada vez se alejaba más... El viento le seguía pegando duro, no sentía nada. Sólo corría desesperadamente tratando de llegar.
Un deseo arrollador la llevaba a arrojarse al vacío.
Perderse en la caída, fundirse en el abismo, cortarse en el aire.
Quedarse petrificadamente convertida en nada, eso la haría feliz.
¿La vida la había defraudado? ¿Nada de lo que había pensado le significaba lo suficiente hoy como para cambiar su decisión? ¿Tenía algún sentido continuar? ¿A quién le importaría?
Casi toda su vida había amado, equivocadamente. Su piel era una sola grieta profunda que llegaba al centro de su corazón.
Pensarse hacia atrás, recorrer esa distancia entre lo que imaginó y lo que sucedió, le resultaba insoportable de resistir. Cómo poder equivocarse tanto, tantas veces, por qué no poder anticiparse a lo que inevitablemente sucedería en forma abrupta y definitiva.
Anduvo entre los prados, los pastos frescos recién nacidos la habían acariciado, dulcemente, mezclada en esa naturaleza; fundida entre el sol y girasoles habían transcurrido sus primeros años. Marcas que llevaba en la piel, que traspasaban los límites del cuerpo, del tiempo y de ella misma.
¿Quién era en verdad? ¿Quién era? ¿Quién la conocía como para suponer que sería capaz de hacerlo?
El viento helado parecía anestesiarla aún más. El frío que sentía era proporcional al vacío que la cobijaba.
El hombre cansado de correr sentía que se le escapaba y su desesperación crecía como las ganas de ella en desaparecer. De pronto, al sentir que era casi inevitable ese final tomó todo el aire que pudo, agilizó su carrera y la alcanzó. Tomándola de la espalda la dio vuelta y ella mirando con ojos de ya sin ver, se desmayó o quizás murió, en sus brazos. Una parte de ella había muerto.
¿A quién habría matado en realidad? ¿A la niña que había sido? ¿O a esa mujer en la que se había convertido? ¿Cómo sería nacer o morir? ¿Cómo volver?
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