CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
› Por Adrián Abonizio
* "La pena me causa gracia y la gracia me causa pena". Elige la frase para extraer el malhumor al aire, como una muela cariada. Por suerte, avanza ella entre la multitud de la peatonal y distinguiéndolo del resto, le asesta un beso en los labios, tan profundo y sincero que no tiene tiempo de entender lo que pasa. Mira, busca testigos, nadie parece haber visto nada. "Las hadas existen y eso que soy un viejo boludo", se comenta para sí, mientras abstraído y con ganas de ser decente y generoso piensa en devolver los dineros a sus acreedores más necesitados, a los que expolió. Va al cajero y comprende que ha empezado la reparación.
* En un bar a mediodía se franquea. Trabaja para un alto estamento y no quieren testigos de su honestidad. "Por eso ahora voy solo una hora al mediodía: mi sueldo y mi tranquilidad a cambio de no ver nada, no saber nada, no firmar nada". Le miro sus ojos achinados. "Mi oficina cuando yo no estoy se convierte en tráfico de influencias, papeles raros, adjudicaciones. Cuando llego parece un retiro espiritual". "Bueno, al menos te respetan... en otra época te hubiesen limpiado". Se levanta, toma el casco de su moto, paga su gaseosa. "Otra época también sigue siendo esta, mi amigo. Les gusta mucho la limpieza en algunas de sus formas".
* Al señor le atraen los muchachos y los busca bajo el hálito que exhuma el poder. Rodeado de gente joven, asiste a la parroquia, veranea en familia y tiene sus deudas saneadas. Sobra el dinero. Le gusta la otra vida. Todos lo saben, todos lo admiten. "Bichi --le dice ella, encogida una noche, tapada con una manta en el sillón mientras miran una película--. ¿Ya que estás en la cocina, me traerías un té?". Vuelve él, solícito con el brebaje. Ambos beben y ella pone pausa. "Sabés, Bichi, una cosita para que nos cuidemos, pero el Mauri, el nuevo, es menor, ¿lo sabías?". El se queda con la taza en los labios. La apoya con fuerza sobre la mesita. "¡Me engañó entonces el muy guachito: me dijo que tenía dieciocho!". Ella bosteza, agradece el té y mientras aprieta play suspira: "Y... hay que cuidarse... no se puede confiar en esos negritos, mi Bichi".
* Atiende una farmacia; es bonita, madura. Cuando sonríe es más bonita todavía. Cuando está seria se iguala a una más del montón. Por eso es que él se juró hasta lograrlo y confirmarlo: que una mujer grande, linda de por sí, se pone más bella en la sonrisa y durante el orgasmo. Lo confirmó anoche y hoy, al mediodía, pasó para verla de nuevo y al pagar por las aspirinas pudo tocarle los dedos, suavemente. Entonces sí, ella volvió a mostrar el mismo gesto de anoche, en la penumbra de los altos del negocio donde vive.
* Tenía una lagartija. Es un hombre maduro, divorciado, especialmente escéptico. Construyó un personaje tierno y cínico. Es perfecto en el maquillaje de actor. Sólo cuando hay mucha gente en la mesa, lo extrae de una bolsa invisible que lleva en el bolsillo interno. A solas, le dura poco. Y se confiesa: extraña a su lagartija que la boluda que invitó una noche a su cama aplastó con el zapato rojo, casi como una maldición, como una lucha entre especies. Y no se pudo acostar con ella, más bien la echó secamente mientras enterraba el cuerpito en una maceta del balcón con una cuchara sopera.
* "Estos intelectuales falsos quieren meterse al barro de donde yo vengo y además me quieren convencer para que vuelva", exclama, mientras lee una declaración de militantes. "No es tan así", lo amansan. "Algo hay que hacer", dice otro. "Precisan experiencia", tercia otro. "Es el trabajo de base", completa el cuarto. Lo provocan. Esperan su reacción. El tipo genera un silencio, señala con el dedo algún punto inconcluso: "Una vez a una mina le dije si había olido el kerosén quemándose alguna vez. Me dijo que no. Y por eso, por eso solo, los mandé a todos a la mierda". Hizo una pausa. "Eso sí, la rubiecita se quedó encantada, no tanto con mi perfomance de varón, sino por la curiosidad de aquel aroma que nunca iba a conocer. Le dije que era igual al jazmín del Paraguay mezclado con sudor de hombre", y larga una risotada.
* Es dirigente de un club de fútbol local. Recibe mensajes intimidatorios de uno que no tiene registrado. Lo llama preguntándole qué quiere, el porqué de su violencia. "Quiero que se vayan, fracasados". Cuando averigua quién era el que lo estaba haciendo, le envía un mensaje agraviante. Entonces el otro le contesta: "Soy el que cuida de vez en cuando a tus hijos, amigos del mío y sos incapaz de tenerme agendado. Ustedes, los que manejan la salud emocional al mando de instituciones que para nosotros son la vida misma se creen muy responsables, pero ignoran con quiénes están sus hijos. Y encima se hacen los guapos, cagón". Alguien se lo tenía que decir.
* Descienden por la Bajada de los Naranjos y el río está plateado a esta hora: ni un buque, ni un lanchón. Está allí, como si no existiera más que en su fulgor: puede ser el río o una serpiente de lata moviéndose con el viento. Ella es alemana. "El Rhin es una arroyito al lado de esto", murmura, chapuceramente pero haciéndose entender. Hace tres días que vienen fotografiando capiteles, monumentos, barrancas, mayólicas y ahora el río. El, cansado en su papel de guía enfila para el motel Las Brujas. Ella interroga qué es esa construcción tan fea. "Una cueva del amor --responde él--. Quien no la visita tendrá siete años de mala suerte". "Uh, entremos, entonces", responde la alemana quien piensa: "¡Uf, por fin se decidió!". "Mierda con esta alemana; qué dura resultó", elucubra él. Malos entendidos con final feliz se llama la película.
* Le cambiaron en el bar la mochila en un instante: le dejaron una azul de buena marca con una guía de teléfonos vencida para otorgarle peso. Se percató enseguida y como el banco quedaba cerca se cruzó a hacer la denuncia. Alcanzaron a gastarle 420 pesos de su tarjeta de débito. Cuando corroboró en qué comercio imaginó la pobre catadura del chorito: 15 cajitas felices de un McDonald. Y lo imaginó huyendo a su barrio, llegando como un rey con los paquetes para repartir entre las crías famélicas, como en Africa.
* Ruben, sin acento, el que tiene el Desarmadero, al que llama El Acopio y compra materiales robados donde entra de todo: cables de bronce, plomo, placas de homenaje, pomos de puertas, manija de ataúdes, está fumando en la puerta. Un día recibió un cajón completo -por el aluminio que llevan dentro- y uno de los empleados extrajo un esqueleto que Ruben colgó al fondo con un cartel que decía: "¡Por pedir aumento de sueldo!". La tarde que le avisaron de la estatua fue hacia el galpón y comprobó: allí estaba el San Martín, con más de 300 kilos en bronce; una golosina para ser fundida. Pero no. Llamó a la Municipalidad y la devolvió. Con un héroe así no se juega. Y él mismo mandó a emplazar el busto a su sitio original. Supersticiones patrióticas que también portan los tiranos.
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