Dom 18.12.2011
rosario

CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA

El juego de las lágrimas

› Por Adrián Abonizio

* El arquero sabe que él sabe que ambos saben donde lo patea siempre. Por eso el delantero, cambia de paso y de pierna y le sale un tiro sesgado que penetra justo en el ángulo imposible. En el festejo, el árbitro, lo anula por invasión de zona. Mentira. El tipo, un ex pateador de penales malogrados, rezuma envidia y en vez de maravillarse, mueve el dedo diciendo no, no podés, no podrás, no te lo merecés. Sos un negrito de mierda.

* Grita mucho el Chaqueño Palavecino, asegurando una oración que no se comprende, mal construída, exenta de poética. El amigo izquierdista, al ver la multitud rugiente, exige que gusten de él, porque mucha gente lo eligió. El otro lo mira como quien se saca un bicho de la cara asegurando: -Ustedes, los de izquierda son todos unos cagones. Y sordos.

* Compañeros de trabajo. Uno recto y serio. El otro, endemoniado con una sonrisa gris, macaneador y ladronzuelo. Al primero le desaparecieron los lentes de sol. Una tarde de sábado encuentra a su colega del brazo de una dama que porta sobre su bella nariz el par de Ray Ban robado. Caminaron a la par unas cuadras. Cuando le ofreció un cigarrillo no fue más que tocarlo en la cadera suavemente para que el vivo caiga pleno en el Laguito. En el revuelo, obtuvo, en el aire, mientras giraban envolventes sus anteojos. Limpio y serio fue el asunto. Solo la dama se quejó de que no lo ayudaba a sacarlo del verdín chorreante. -Es que no veo bien con estos lentes, contestó.

* Hubo una época en que enmudeció. No era pena, era descargarse de algo vital. No sentía tristeza, más bien se conmovía de alguna plenitud y la desaguaba. Tenía el pecho duro y los ojos flojos. -Tengo los ojos flojos, se quejó al oftalmólogo al que lo habían mandado. Le diagnosticó alergia y lo despachó. -Me duelen los ojos de tanto que lloro, le dijo a un amigo más grande. -¿No te estarás acordando de alguna novia? La Karina, la que murió, ¿no te estará mandando mensajes? -Puede ser, contestó para terminar la cuestión. La línea fina del alma no se puede hablar y menos contar.

* Una tarde, bajo el naranjo de la casa de la tía Inés, mientras ella hacía dulce y lo volcaba en un tazón le dijo: -Haría cualquier cosa con tal de no verte afligido. La lágrima desapareció ni bien dejó esa tarde de ser un chico virgen.

* Cuando era chica se preguntaba si los pájaros llorarían. Y como serían sus lágrimas. Su tío, encarnizado y solemne cazador de pajaritos, le dejó tener un día entre sus dedos una reina del bosque, venida de las sierras, hermosa y potente. Latía como un motorcito entre sus dedos. -Le tengo que curar la patita, no la sueltes. Entonces, en la órbita aterrada del pajarito ella entendió como es llorar para dentro.

* -Doctora, míreme como víctima, entiéndame. Si uno le dice a una mujer que ya no la ama y ella dice: 'ya te va a pasar'. ¿Qué debe hacer uno?. Luego uno se divorcia, ella llora, patalea, se interna, sufre a mares. Pero uno visita a sus hijos, se ocupa de todo y tiene otro amor y ella grita. ﷓!Me engañaste!. Y el hace acuerdos de convivencia que ella confunde con volver a la pareja. Pero no. Y lo vuelve a abofetear, le rompe la ropa, y sangra para que uno se vaya y ella lo persiga en la calle y lo traiga tironeando ﷓por pudor uno no hace nada﷓ y el pibe que ha salido descalzo a la vereda a ver la escena. Entonces uno regresa para oir insultos delante del niño. Entonces uno explota y agarra a patadas en el culo a esa mujer, mas ella se hace estrellar contra el marco de una ventana con la conclusión de dos costillas rotas, el niño desde la otra habitación ha oído todo. Y el tipo sabe que ella se dejó caer. Y luego la denuncia y cinco meses sin poder ver a su hijo. Y la depresión. Y la angustia. Y la culpa. Y el infarto posterior del tipo y el consuelo y el perdón de ella cuidándole el suero. ¿Qué debe hacer uno?, pregunta en un escrito. Ella, la jueza, lo repasa, piensa en la ley que no está escrita. -Por suerte no soy usted, suspira. Pero no se lo dice. Una lagrimita judicial le asoma sorprendida.

* -No voy a llorar por vos, no te lo merecés. Demasiado me has hecho sufrir y encima, ahora que te necesito, me dejás solo. No sé a quien pedir ayuda, debería llamar por teléfono. Confiaba en vos, me dejé llevar por tu belleza, me hacías favores, me hacías bien y me volviste a dejar a pie. Yo te cuidaba, te trataba bien, te alimentaba. ¿Ahora qué voy a hacer? Voy a buscarme a otra y vos te voy a abandonar, que te lleve algún amigo o desconocido, me da igual. Y da un portazo a su camioneta, mientras espera el auxilio en plena ruta bajo un mediodía de fuego. -Son todas iguales, dice con rencor.

* El viejo es apicultor. Amorosamente cuida a las abejas. Su nieto lo mira tras el alambrado: Sabe que no debe acercarse. El abuelo viene y sorpresivamente lo levanta por el aire y lo sienta en su falda. -No tengas piedad de los viejos -boludos, porque antes de ser viejos han sido jóvenes boludos. No se ponen así por la edad. Le sale completa la oración, mientras una abeja diminuta y olvidada le clava su aguijón en el dedo. Se entristece porque habrá de morir. Le salta una lágrima de dolor pero disimula. -Ya entenderás todo esto, le dice al nieto mientras libera a la abeja de su atadura final.

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