CONTRATAPA
› Por Gary Vila Ortiz
En 1951, Hill Hampton, del Departamento de Literatura Inglesa de la Universidad de Michigan, realizó una adaptación cinematográfica de La metamorfosis. A Enrique Anderson Imbert, que por ese entonces ya estaba en Ann Arbor, escribía que el film no había gustado. No hemos visto esta adaptación; nos hubiera gustado verla. Debo suponer que en algunos pequeños círculos, como en Amigos del Cine o el Cine Club, pueden haber tenido acceso a ella. Tal vez, algunos críticos como Emilio Bellon o Fernando Chao pueden haberla visto o tener noticias de ella. Mario Lancelloti hace un comentario, pero aclara que se trata de una "precrítica" pues en el momento de escribirla no la había visto.
Nos interesa saber, por esas notas, que el director, no mostrando el insecto en que se transforma Gregorio Samsa, hace del mismo la cámara, mientras una voz se encarga del relato. Como en el caso del Philip Marlowe, transformado en cámara por Robert Montgomery, en La dama del lago, la novela de Raymond Chandler. El film de Montgomery fue hecho en 1947. Los resultados fueron, en general, poco gratificante. La mayoría se sintió defraudada y lo que es mas grave (el comentario lo hace Eduardo Russo en su excelente Diccionario de cine) es que el espectador apenas si se sentía identificado con el protagonista. Russo también nos recuerda que Orson Welles iba a tratar de hacer una película con la cámara subjetiva. La obra elegida era El corazón de las tinieblas, nada menos que esa tremenda obra de Conrad; el que haría de cámara era Marlon (sin la "e" del detective) y habría también una voz en off.
Es difícil encontrar algún comentario de alabanza de ese film. Pero algún que otro diccionario destaca el esfuerzo de Montgomery y nos recuerda, de paso, que en ese mismo año realizó Ride the pink horse, que muchos consideran un thriller pleno de poesía. En algunos libros sobre el cine negro se nos dice que el film tiene sus admiradores sin reservas, pero en líneas generales se lo considera algo parecido a un fracaso. En resumen, la utilización durante todo el largo de la película de la cámara subjetiva produce aburrimiento y no logra la identificación con el protagonista.
¿Por qué la adaptación cinematográfica de La metamorfosis no gusto? Acaso por las mismas razones aquí mencionadas. Ya expresamos que no hemos llegado a ver esa adaptación, obra imprescindible de Kafka en el cine. Pero sí vimos la realizada por Robert Montgomery, y si la memoria no nos falla en el viejo cine El Cairo. Pero la memoria puede fallar, se equivoca, claro está y es bueno que sea así. Para quienes, como quien escribe estas líneas, es de los nuevos tipos de analfabeto, es decir los que no saben nada del email, del Internet o del DVD o cosas con siglas que no recuerdo, que pueden hacernos escuchar de un tirón todas las sinfonías de Mahler o toda la discografía de Ellington. Lo cual, dicho sea de paso, qué tendrá que ver esto con la cámara subjetiva. Nada, solo lo que trataré de explicar. Amo particularmente, me conmueven de manera singular, las obras de Mahler o de Ellington, pero escucharlas seguidas, como ahora podría hacerse, me harían sentir que me torturan de una manera novedosa. Buscar los libros que he buscado para encontrar más datos sobre la cámara subjetiva, el film de Robert Montgomery o el que cero poco conocido sobre La metamorfosis, me han hecho deambular por el departamento, miniaturesco, y por lo mismo con la dificultad de encontrar libros en el desordenado orden que mantengo.
En esa búsqueda siento, a pesar del cansancio o el preámbulo a un ataque de asma, un enorme placer, soy Montaigne en su torre de Perigord (pero el buscaba otras cosas y tenía menos libros) o Maquiavelo, cuando en su biblioteca reposaba con sus amigos, los libros, después de haber enseñado (pero en rigor no fue lo que enseñó) de qué manera se podían dominar los hombres. No cambio todo esto, ni el teclear de mi vieja máquina de escribir, por el solo apretar un botoncito y tenerlo todo a mano. Es como subir a la cumbre del Aconcagua con un perfeccionado helicóptero.
Entonces ¿dónde queda la otra aventura de la que hablaba Bioy Casares? Además, la puntualidad, la exactitud, el universo pluscuamperfecto de Internet, no permite estas discreciones que hago saliendo del tema, ya que no encontré lugar alguno en papeles y libros en los cuales se hable de la adaptación de Michigan, por 1951, del relato kafkiano. ¿Debo confesar que me alegro? ¿O qué de alguna manera siento que me vengo por anticipado del hecho que esto que escribo a máquina debo hacerlo pasar en un disquette? Si agrego que aún extraño la mezcla de olores del taller gráfico, las pruebas húmedas y el aroma de los Particulares negros que fumaban algunos amigos, el gran tacho con leche helada que había que tomar para evitar ese mal que, creo, provocaba el plomo, se dirá que son cosas dictadas por la edad.
Seguramente, no lo niego, pero cada día postergo la visita al psicoanalista, la sensación de vivir en el ayer cuando necesariamente se me exige vivir el hoy. Lo vivo, anacrónicamente, es cierto, pero con la felicidad que me van dejando los oscuros agujeros negros de algunas circunstancias.
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