CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
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Crear un mundo. En lo posible, esférico, de tal modo que navegando siempre en dirección inversa, pueda llegarse al punto de partida. Evitar los mundos planos para que todo aquel que se adentre en el Océano no llegue hasta el límite final y caiga en el abismo habitado por Leviatán con sus monstruos marinos.
Colocar en el cielo del mundo una luna sujeta a sus propias vicisitudes.
Adorar al hombre y a la mujer por sobre todas las cosas.
No tomar su erótica en vano.
Santificar esa fiesta.
No matar el amorío.
Evitar la insatisfacción del prójimo y de la prójima.
Comulgar la luna en rebanadas sopadas con ron y cantarse: "Dame, solamente, lo que más te guste, y nada más", hasta que se haga carne.
(Fuente: Deuteronomio 5: 621 remixado y "Sencillamente", Bersuit Vergarabat, textual).
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Colocar en el mundo una flor. Siempre la misma flor con variaciones en la forma, en el color, en el aroma. Una flor de cuatro pétalos si contamos los mayores, larguísimos, y los menores, frutales, dramáticos, hechos para morir a gritos en cada cuchillada seminal.
Que para cada flor haya un tallo, serpollo, pitón, sierpe, estolón o junco desplegable.
Que el tamaño no importe.
Que la flor no sea jaula.
Que el tallo, serpollo, estolón o junco no caiga siempre en el mismo lugar a hacer siempre las mismas cosas.
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Incitar la rebeldía y el brío. Engendrar un relato padre y una poesía madre que engendren hijos breves, de todo compás y catadura. Hijos de tamaños mínimos e imaginería máxima. De apariencia exigua y resonancia perdurable. Que madre y padre se seduzcan, se embelesen, se arrebaten, se apareen hasta dar a luz pequeñas ficciones sin raza, miniaturas estéticas sin linaje, monedas de aleación trashumante. Que sean padrinos de esta progenie el arreolado Zabala, el brevólogo Brasca, la clepsidra Pollastri y la sensualera Tomassini. Que en la ceremonia de bautizo la Diosa Madre Literatura bendiga su acrisolado nombre: microficción.
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Con una pluma de organdí, borrar la línea imaginaria que divide el centro de la periferia.
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Buscar magia antes que imposibles. Creer en el demonio de los ensueños.
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Quitar el envoltorio de las grandes estupideces y dejar que se consuman en el fuego de su propia estulticia.
Arremangarse.
Aplaudir.
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Crear también los mundos abolidos y los firmamentos extintos. Los mundos y los cielos que no existen todavía.
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Abrir las puertas tapiadas del corazón y soltar al monstruo que teníamos como rehén perdido en el laberinto.
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Despejar la idea del tiempo como algo que se va. Reparar en que el 2011 no deja de chorrear sobre nosotros cuando se le saca el tapón al 2012. Ya es hora de eximirnos de la línea pedagógica del tiempo: ningún poeta se acuesta renacentista y se despierta barroco, como bien lo sabe decir en sus clases de literatura, la hechicera Graci Sosa. Es hora de brindar por el fin del año cero, por el fin del año uno, por el fin de los años como un acontecer numérico.
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Llenar una y otra vez la copa con líquidos de toda especie, color y catadura y brindar hasta desatar los nudos, hasta soltar la legión de sombras, hasta mudar de piel, hasta nacer de la profunda garganta de los sueños.
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