Mar 24.01.2012
rosario

CONTRATAPA

Ojo de poeta

› Por Beatriz Vignoli

No es en la vasta tierra en la que vive donde aprendió su arte,

sino en un estrecho jardín, del que lo sabe todo: su jardín.

Rainer Maria Rilke,

Heinrich Vogeler

Las ramas tienen su actitud cada una.

Hugo Padeletti.

"Misión"

Las abuelas de mis amigos son mis abuelas. Mi sed de abuela no tiene límites. El trabajo de alpinismo de trepar escalón por escalón hasta el tercer piso, detenerme solamente en el palier ante el misterio prehistórico del filodendro que desenvuelve sus hojas horadadas al infinito, de un verde más oscuro las hojas más viejas, más claras las hojas tiernas; golpear la puerta, gritar "¡abuelita, abuelita!", y oír el arrastrarse de las pantuflas por el parquet, swissh, swissh, hasta que ella abría y nos besaba y nos abrazaba y nos convidaba galletitas de agua con Sprite; eso era el sentido de mi vida y cuando la perdí (cuando se cerraron sus ojos azules) el mundo no tuvo perdón.

Tu abuela es mi abuela. Eso nos convierte automáticamente en primos. En realidad no soy tu prima pero me encantaría serlo: ser la nieta que llega con un plantín nuevo para el jardín de la abuela, la nieta adulta que no llegué a ser para mi abuelita; yo la amaba, la amaba y mi capacidad de odio asesino para todo aquello que me la haya arrebatado no conoce límites. Trenes, vacaciones, escuela, madre, padre, la muerte de su hermano favorito en 1970, la bomba de estruendo que puso en nuestro edificio la barra brava de Central en 1971 cuando estábamos todos paranoicos con las bombas, cada cosa que ella acusó de acortarle la vida o yo de obligarme a pasar un minuto sin ella, las maldigo.

No puedo (ya le expliqué a su fantasma que no puedo) andar por la vida matando todo lo que la mató porque sería una venganza interminable. Pero sí puedo dejar que se me piante un lagrimón cuando tu abuela pronuncia su nombre y escucho el de la mía.

No, no estoy delirando: se llaman igual. Además tienen el mismo color de ojos. Los de la tuya están un poco enrojecidos de tanto llorar a su hermano favorito: ella también tenía un hermano favorito y lo perdió, y lo lloró años pero sobrevivió y te tiene a vos.

Tu tío abuelo era constructor, como tu padre, como el mío. Podríamos armar con los pedazos rotos de cada árbol uno, una sola familia de constructores luchadores, algunos vencedores y otros vencidos. Hombres de familia que cifraron el orgullo en la piedra. Mujeres de su hogar que lo esperan todo de la piedra erigida por sus hombres. Pero los hombres caen, caen de los edificios que construyen y se rompen los huesos; o suben al escenario y son aplaudidos, o se encierran a escribir para la gloria de todo el apellido.

Te envidio porque ella está en la sala de estar y trata de oírte cuando te encerrás en tu pieza a escribir (yo también escribo para mi abuela, yo empecé a escribir por ella, para ella, porque ella me había dicho que yo tenía linda letra y les mostraba con orgullo mis cuadernos a sus amigas: miren qué lindo que escribe mi nieta, decía y después cuando ya no tuve sus ojos mis letras se volvieron diminutos arácnidos azules arrastrándose, tristes artrópodos artríticos indescifrables) pero no oye nada, no sólo está sorda sino que sos absolutamente silencioso y es como si estuvieras muerto en tu cripta; a lo mejor ella tiene miedo, o no, a lo mejor está acostumbrada al silencio de sus plantas y no teme.

Breton dijo que él podría pasarse la vida escuchando a los locos y yo digo que podría pasarme la vida escuchando a tu abuela. Si no tuviera otra cosa que hacer, haría que ese fuera mi trabajo. Sólo la interrumpiría para pedirle nombres, precisiones. Que me cuente todo lo que recuerda. Le encanta hablar. Yo viví solamente mi primer año de vida con mi abuelita que tocaba la guitarra para mí y me cantaba. Nunca me dieron su guitarra, la guardaron para su bisnieto. No sé quién sería si todos estos años al menos hubiera podido abrazar esa guitarra, que todos estos años estuvo tan sola. Un día no la vi más. Estaba escondida. Igual puedo cantar pero a capella o en los karaokes, en la noche.

Quiero regalarles a ustedes algo vivo, algo verde. Quiero ser la prima Bea que llega desde el vivero con una planta. Había pensado una tortuga de agua pero no, mejor una planta. Quiero un vestido floreado que me quede bien y combine con mis zapatos. Caminar a la exigua sombra de los lapachos en flor hasta el rumor del lavadero de al lado de tu casa. Pienso que si soportan el ruido del lavadero podrán soportar mi amor.

Quiero llegar como la primavera, todavía como la primavera, como llega una mujer. Llegar y que ella diga: tu prima es una mujer, ya es una mujer, todavía es una mujer.

Y vos vas a estar escondido en tu pieza escribiendo y ella te va a llamar para mostrarte las flores anaranjadas y te va a decir el nombre de la planta: ojo de poeta se llama, es selvática, el sol la mortifica, sólo florece a la sombra y necesita mucha, mucho agua. Como los poetas, salvajes y sedientos. Flores anaranjadas como las que ella le envidió a tu madre, como las que vi en esa película de Kitano, como las que puse en mis fotos.

Y ser una familia. Pero una familia que sea como una música sonando en medio del desierto, como las cuerdas de una guitarra acústica resonando en la nada, como los gángsters perdidos de aquella película de Kitano, perdidos en el mundo pero juntos.

Quiero comprarme una moto y tocar la bocina en tu puerta y lograr que me deje sacarte a pasear en moto, que te dejes sacar a pasear en moto como una buena novia moderna del tiempo de James Dean. Flores de la selva, peces luchadores, yo y mi campera negra. Que todo mi odio sanguinario vengador se transforme en amor por ustedes, ser como los soldados que dicen que pelean por las mujeres y los niños, por las abuelas y los nietos.

Flores salvajes quiero llevarle, salvajes y anaranjadas como un sueño; quiero que te deje dormir al sol, explicarle que el calor no mata a los jóvenes, que no necesitás tener las persianas bajas. Que puede entrar la luz del mundo, la luz de afuera sobre tus libros.

Quiero llevarle la vida que viví y mis álbumes de fotos y que me muestre los suyos.

Quiero contarle de mis campamentos, de mis caminatas y de lo que cantaba al andar.

Plantar flores anaranjadas y salvajes en el centro de su cantero redondo donde crecen sus lacitos de amor, "todos juntitos, los lacitos de amor", dice y hace un gesto con los brazos como de abrazarlos a todos ustedes, papá, mamá y nietitos, ella que puso en el fondo del jardín un gajo de la enredadera que plantó en el campo su abuelo, tu tatarabuelo. Pero la luz solar directa mataría al ojo de poeta, tan salvaje como frágil.

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