CONTRATAPA
› Por Javier Chiabrando
Hay palabras que se ponen de moda y si uno no las sabe usar, fuiste Carlitos, perdiste respeto, novias y becas. Antes fueron posmodernidad, curaduría, mainstream. La que quiero desnudar ahora, con el estilo doctoral de siempre, es "relato". No, no voy a hablar de Caperucita Roja, aunque quién sabe. Me refiero a los que opinan (con estilo más doctoral que el mío) que el kirchnerismo es un "relato", nada más que un cuento, palabrerío vacío, sanata. La idea pegó fuerte, obvio. La usaron periodistas de La Nación y Clarín, Prat Gay, Sarlo (cómo se lo iba a perder), Abraham, y Perfil sugirió crear el ministerio del relato kirchnerista. Chupate esa mandarina. Y se hicieron mesas redondas para hablar del tema. No me diga que Argentina no es un país interesante, alguien tira una idea y todos se ponen a polemizar. Igualito que en Francia.
Degradar un proyecto político a relato significa que todo (números, ideas, planes, proyecto, ideología, modelo), es cáscara, una fábula sin animales para entretener a los giles. Pero la historia demuestra que no hay proyecto (político, religioso, económico, cultural) sin relato. Puede existir relato de un proyecto sin proyecto, pero nunca un proyecto sin relato. Si no hay relato no se puede contar, no se puede seducir al que lo va a comprar o a integrar, no se puede ver por History Channel. Cada vez que aparece un proyecto nuevo, habrá alguien que se sentará a escribir su relato.
Un relato sólo podrá ser combatido por otro relato, inevitablemente. No se vence un relato, por débil o imperfecto que sea, con lloriqueos. No se vence un relato alertando a sus oyentes de que lo que le están vendiendo no es una ideología sino un buzón. Hay que escribir otro relato, con proyecto o sin él; o si prefiere, hay que fabricar otro buzón. Resulta muy extraño que los gurúes del "kirchnerismo como relato" nunca digan que la única posibilidad de enfrentarlo es crear otro, y no me refiero a una ristra de quejas repetidas hasta el fastidio o de penitentes que moquean por televisión. Me refiero a un relato, a Bambi, a Blancanieves, a algo con pies y cabeza, principio, desarrollo y final. Y preferentemente que apele a la idea de futuro (que siempre funciona), como Blancanieves sugiere una vida feliz junto al príncipe. Eso sí, ese relato debe respetar ciertos contenidos; épica, emoción, practicidad. Veamos.
El catolicismo es un relato en tanto un cura lo puede recitar en misa acompañado de agua bendita y de un vasito de vino. No es un relato vacío; la iglesia contribuyó a masacrar a tanta gente y bancó a tantos dictadores y violadores que hace rato el relato pasó a ser pura realidad, mentira y muerte. Como los buenos relatos, el del catolicismo incluye el aspecto épico (subir la montaña por las tablas de los diez mandamientos, cruzar el mar Rojo); el aspecto emocional (la relación hijo/padre, ¿padre, por qué me has abandonado?); y el aspecto práctico (si cumplís te vas nada menos que al cielo). Lutero, harto de que el Papa y sus secuaces se dedicaran a la joda santa, inventó el protestantismo, o sea otro relato tanto o más imaginativo que el anterior. Por eso funcionó, y muy bien. Ese relato no adolece de épica (Lutero clava en la puerta de la iglesia de Wittenberg las 95 tesis y enfrenta al poder religioso y al emperador); tiene también su lado emocional (la biblia traducida a idiomas vernáculos permitía que cada hombre dialogara directamente con Dios); y su lado práctico (si cumplís te vas nada menos que al cielo, al cielo de los protestantes, eso sí, que es más austero).
El capitalismo es otro relato. (Qué curioso, en retirada el capitalismo inventa un relato menor que advierte sobre el fin de los grandes relatos; un relato que niega la existencia de lo que lo crea; notable). Veamos su épica: Estados Unidos da la vida de sus hijos para salvar el mundo; su lado emocional: alemanes saltando el muro para correr hacia sus familiares y hacia la libertad; el lado práctico: vivir una vida opulenta que se puede pagar en cuotas. Para enfrentar al capitalismo como relato apareció otro. Lo escribió Marx. Es un relato cautivante, embrujador, y muchos dieron su vida por él. La épica serían esas vidas que se perdieron por amor al relato (el Che); el lado emotivo podría ser cómo se transformó en sueño de juventud; y el lado práctico rondaría combatir la opulencia de algunos para procurar un mundo para todos. Nuestra dictadura también tenía su relato. Nos liberaba del peligro marxista, a veces maoísta, castrista, o guevarista, según el relator de turno. De paso promovía ¡orden! Por motivos obvios, a ese relato no se le podía oponer otro. Walsh lo hizo; escribió una carta, o sea un relato, y lo mataron.
Si los que sostienen que el kirchnerismo es solo un relato tuvieran razón, lo que los opositores tienen que hacer es inventar otro que lo enfrente. Así de simple. Cristina ganó las elecciones porque a un relato que tiene lo necesario (épica: recuperación de un país movilizado; emotividad: la muerte del líder; lado práctico: los números que le dan la razón), la oposición lo enfrentó con un relato que sonaba más o menos así (no sé si me va a salir bien porque estoy resfriado): la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la la. Chin pum. El lado épico brillaba por su ausencia (a menos que consideremos épico tratar de someternos a una corrida maratónica cambiaria), también el lado emocional (a menos que sea recordar la figura de don Raúl a falta de figuras de carne y hueso); y el lado práctico se remitía a una cosa: sálvese quien pueda.
No es difícil construir un relato alternativo. Es difícil dotarlo de ideología, de funcionamiento, de verosimilitud, de gente, pero un relato no deja de ser un relato, o sea palabras o, si lo prefiere, cháchara. Muchos lo pueden hacer de taquito. Yo mismo podría, y a buen precio (abajo está mi correo, escucho ofertas). El mío sonaría algo así: "Venía un hombre por un camino, se llamaba Ricardo pero le gustaba que lo llamaran Raúl. Encontróse con alguien cuyo nombre cayó en el olvido; era colorado. Desfallecientes, pero apoyándose uno en el otro, llegaron a la civilización (épica). En el camino se unieron otros que recuperaban sus fuerzas a medida que aprendían a confiar en el nuevo amigo; compartían el pan, el agua y el miedo, que de a poco se transformaba en fortaleza (emoción). Había brujos de tribus con grandes poderes; uno sabía garantizar la seguridad de su gente, otro sabía administrar sus granos aún en época de sequía, y había una bruja que leía el futuro. Encontraron a la civilización hecha un asco. 'Oh, esto es como el planeta de los simios, pero en lugar de simios asquerosos y sanguinarios los que mandan son pingüinos asquerosos y sanguinarios', acertó uno. Y para colmo gobernaba una raza nueva de pingüinos negros que se estaban vengando de los blancos por macanas del pasado, más exactamente de los '70. Ricardo y sus amigos pegaron cuatro gritos y pusieron a todo el mundo en su lugar (practicidad). La civilización volvió a sus dueños naturales: los Capangas" (que lo primero que hicieron fue sacarse encima a los liberadores, pero esa es otra historia).
Como relato no es nada de otro mundo, pero no se olvide que es una muestra gratis. Igual reconozco que Sarlo, Kovadloff, Abraham, Caparrós, Lanata podrían hacerlo mucho mejor. ¿Por qué no lo hacen? Andá a saber. Por ahí el negocio de ellos es que ese relato no exista para que sean ellos los únicos portavoces del caos, del "me opongo", del miedo. O por ahí están trabajando en eso ahora mismo. El país lo necesita. ¿A quién no le gusta un buen cuento? Vaya una contribución de mi parte a la pacificación de la patria; señoras y señores, si se sientan a escribir ese relato, recuerden: épica, emotividad, practicidad. Y colorín, colorado, esta contratapa se ha acabado.
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