CONTRATAPA
› Por Ada Naranjo
Envueltos en sudor los encontró la lluvia.
Los azules pasteles del cielo, los fucsias, naranjas y amarillos se fundían como envolventes olas en el horizonte.
Todo era movimiento y agua.
Sus pechos sobresalían aún calientes y sus pezones parecían no querer ceder al privilegio de ser amados y escuchados.
Embriagados en la fuerza de la pasión no les importaba nada. Sus cuerpos entrelazados parecían estar en lucha y absoluta armonía.
El tiempo parecía correr a una velocidad distinta a lo conocido. Todo era o parecía diferente.
¿Sus cuerpos se mezclaban?
El, rama de árbol convertida en hombre, se contorsionaba anunciando que no lo era. Su piel, engrosada, rugosa y agrietada daba cuenta de que en los pliegues de su tronco guardaba misteriosos secretos, sin tiempo.
Ella, era de agua. Una especie de lago sobre la tierra. Su figura, desdibujada en el oleaje, se estiraba y se ensanchaba en cada embestida y parecía desbordar de sus propios límites hacia el infinito guardando también sus secretos.
¿Quiénes eran, de dónde vendrían?
Las gotas de sudor en sus rostros se deslizaban... desapareciendo bajo el agua, deseando que arrastren cada herida.
Heridas de vida que dolían, pero que clamaban ser lamidas y curadas o arrancadas por el agua.
Las manos de él, como finas ramas acariciaban cada centímetro del cuellos de su amada mientras sus dedos apretaban y se deslizaban entre sus cabellos mojados como queriendo arrebatarle su silencio.
Todo parecía predecible. Pero era tan bello ser parte.
¿Adónde irían?
En absoluta soledad seguían amándose, arrancándose los pedazos de sus miedos que intrépidamente aparecían. Se alejaban, se separaban, nadaban y casi como no queriendo se reencontraban.
Sol, arena, lluvia, agua, sentimientos de los dioses que en bendición clamaban.
Un relámpago cortó el cielo en mil pedazos y ellos, convertidos en fuego, se fueron montados en un atisbo de magia.
Yo me quedé mirando o acercándome a ellos que ya eran de agua y de fuego. No estaban, no dejaron ni el calor de sus miradas. Corrí queriendo alcanzarlos pero no veía nada. Una luz me enceguecía el alma.
Cuando llegó el alba, un niño preguntó ¿por qué el cielo estalla? Un vacío de muerte se apoderó en mi garganta y le respondí. Por amor, por miedo, tal vez por magia, y por nada.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux