CONTRATAPA
› Por Gary Vila Ortiz
Es por Concepción Bertone que me entero que César Tiempo cumpliría hoy sus ochenta y cinco años. Fuimos amigos y siempre me quedó presente su última imagen, es decir la última vez que estuve conversando con él. Ignoro si en ese momento estaba enfermo, no lo sé, pero de lo que sí estoy seguro es de que estaba particularmente triste, lo que me atrevería decir que era una rareza, pues nos veíamos con frecuencia y siempre estaba de un excelente humor. No sé si tengo todas las cartas que me envió, pero me gustaría encontrarlas. Lo que sé es que sus libros, algunos de ellos con algunas anotaciones extras, no los tengo más. Y me gustaría tenerlos.
Durante años estuve a cargo de las páginas de colaboraciones en La Capital, donde esas colaboraciones iban en lo que era la página de editoriales. Eso significaba, por lo menos en un diario del interior, tener un contacto continuo con los colaboradores de otras ciudades, por teléfono o por correspondencia, aunque en ocasiones muchos de ellos venían a Rosario y no con frecuencia, nosotros podíamos realizar un viaje para charlar con ellos. En el caso de Tiempo, él venía a Rosario porque en esta ciudad tenía parientes y unos cuantos amigos, muchas veces daba conferencias y siempre, o cada vez que las circunstancias eran propicias, nos veíamos en el Hotel Italia o en el diario, donde resultaba todo un placer recibirlo.
Fue así como conocimos a escritores y periodistas como Horacio Armani, María Esther Vázquez, Manfred Schönfeld, Bernardo Ezequiel Koremblit, Nicolás Olivari, Carlos Mastronardi, Joaquín Gómez Bas y tomamos contacto, pero no llegamos a conocerlos personalmente, con Adolfo de Obieta, José María Rosa y Iglesias Rouco, con quien hablamos por teléfono un par de veces y resultó ser una persona que era mejor no llegar a conocer. Era prepotente y maleducado. Era un contraste que se hacía notorio frente a los otros colaboradores, a quien hemos nombrado a unos pocos.
En cuanto a César Tiempo no debe olvidarse que uno de sus libros de poemas más conocido tiene una íntima relación con nuestra ciudad. El libro se llamaba Versos de una ..., y estaba firmado por Clara Beter, una prostituta judía que trabajaba en el célebre barrio de Pichincha. Tuvo un enorme éxito editorial y se hicieron ediciones en otros países americanos. Julio Vanzo, que era un gran amigo de César Tiempo, conocía bien Pichincha y lamento que nunca pude llegar a ver los dibujos y las acuarelas que Vanzo supo pintar sobre ese tema prostibulario, según tengo entendido obras realizadas con gran calidad y que César Tiempo conocía y admiraba. El humor y el erotismo con las cuales comentaba esas obras no puedo repetirlo, ya que no tengo la calidad de Tiempo, y en mi trabajo de periodista nunca usé un grabador, ignoro por qué pero creo que se trataba de algo relacionado con Ortega y Gasset, es decir un artículo donde este se refería a los comentarios periodísticos que se publicaban en los diarios al día siguiente.
Tiempo, además, había sido testigo de los amores de Vanzo con Rosa Wernique. Cuando se realizó la gran exposición de la obra integral de Vanzo, organizada estupendamente bien por Rubén de la Colina, en ese momento director del Museo Castagnino, hablé largamente con Vanzo de su amigo Tiempo, y de tantas cosas que habían vivido juntos. Cuando se hizo esa muestra creo que ya Tiempo se encontraba enfermo, pero a lo mejor estuvo en Rosario y no lo pude ver.
Conversar con César Tiempo era enriquecerse, experimentar ese placer de la literatura oral, aprender parte de lo que fue este país que en muchas ocasiones parece dejar de existir y esfumarse como un sueño. Un sueño que fuimos destruyendo nosotros mismos, siempre buscando un pretexto. Tiempo demostraba que existíamos a través de un hombre que había nacido en Ucrania, en 1906, y murió, creo, hacia 1980. Todo en el iba adquiriendo una nueva dimensión, como si muchas cosas se fueran poniendo en claro, que si había existido una larga polémica sobre los grupos de Boedo y Florida, sobre todo para insistir en su inexistencia, la sola presencia de Tiempo certificaba que algo parecido a lo que fueron Florida y Boedo, estuvieron girando por las calles de algunas ciudades del país con todas sus contradicciones, con todo el esplendor que se les quiere negar.
Muchas fueron las ocasiones en que hablamos no tanto de esos grupos sino de los escritores que lo formaban. Creo que la mayoría de ellos han sido olvidados pero sin relación con esos Florida y Boedo, y creo que es un error porque ahora, pasada la primera década del siglo XXI, este siglo ni fu ni fa, harían falta todo esos escritores con las contradicciones que podían tener. Tiempo hablaba con mucho humor de todo eso, con enorme simpatía, sin la menor agresividad.
Hacia 1974 César Tiempo publicó Clara Beter y otras fatamorganas, en donde reproducía los poemas de la inocente prostituta de Pichincha y contaba la historia. Pero no sé en qué año, Elías Castelnuovo mandó a Rosario a dos integrante de Boedo para que fueran a Pichincha y descubrieran a la hermana escritora que al no ganar nada con sus versos había elegido es oficio que creo que apenas existe, y si todavía andan prostitutas por la calle parece que es otro el oficio que ejercen.
Entre esos que vinieron en su momento a buscar a Clara Beter en Pichincha, estaba Abel Rodríguez, uno de los más talentosos narradores del grupo de Boedo y posiblemente uno de los más injustamente olvidados. Por cierto que no encontraron a Clara Beter, pero pensaron que una muchacha que andaba por la calle y con una tiza pintaba cosas en las paredes, pensaron que ella era la poeta, a su vez, ella pensó que se trataba de dos locos y se escapó corriendo. Esa historia contada a la madrugada en el hotel Italia, era una narración inolvidable.
En realidad todo lo que contaba César Tiempo eran, algunas, cosas que sus libros recuperaron, otras se perdieron con él... Se van perdiendo en mi memoria. No es Tiempo uno de los poetas más recordados en la Argentina de hoy, de la misma manera que escritores como Nicolás Olivari, Roberto Mariani, Raúl González Tuñón y muchos otros son objeto de reediciones de los "raros", calificativo que parece tener un sentido despectivo que de ninguna manera lo merecen.
Con la excepción de la antología en tres tomos de Raúl Gustavo Aguirre, una de las expresiones de mayor generosidad que hemos tenido oportunidad de leer, no conocemos esa intención de hacer conocer aquello que incluso puede no gustarnos. Daremos un ejemplo de un autor, a quien tuvimos la oportunidad de conocer, por suerte brevemente: Juan Gustavo Cobo Borda. Realizó para el FCM una antología de la poesía hispanoamericana, creo que publicada a mediados de los ochenta. Si él era un ejemplo, junto a un amigo suyo que trabajaba para La Prensa, de un tono particularmente burlón, soberbio y de una inmensa vanidad, el libro reflejaba esas características. Yo no pude darle ninguno de mis libros porque generalmente no los tengo, lo que me alegró profundamente.
Al poco tiempo me llegó el libro con sus notables ausencias. La más curiosa era la de Aldo Pellegrini, a quien se refería elogiosamente en una nota a pie de página, pero de quien sin razón alguna no incluía ningún poema. Sobre todo porque el mismo hablaba lo que había significado Pellegrini con su introducción al surrealismo en la América hispana. César Tiempo no estaba, como es de suponer, pues se trata de un poeta que no figura en muchas antologías.
Eso me hace recordar a una larga charla sobre la poesía argentina. Evocaba figuras y obras y eludía con sabiduría las censuras, que era evidente le molestaban particularmente.
Dos cosas no quiero dejar de recordar. Una, su trabajo como periodista, ignoro si esos trabajos será recopilados o no. Valdría la pena, sin duda. Así como su fueron publicando las obras de Mastronardi, de González Tuñón, de Nalé Roxlo, de Elías Castelnuovo, de Manuel Gálvez entre otras, bien vendría que las memorias, sus artículos y sus poemas fueran reeditados. Con frecuencia colaboraba en La Capital. Cuando lo hacía en el suplemento cultural, compartía esa sección con otras cosas, como las modas, las recetas de cocina, consejos para la atención de los niños, y no había más remedio que aceptarlo. Una vez (se trabajaba en ese entonces el taller gráfico con todas sus particularidades y encantos), por error, las recetas de cocina que hacía una encantadora señora, Elvira Rigner, salieron como si fueran parte de un artículo de César Tiempo. Su carta al respecto, que por cierto no mostraba el mínimo enojo, era digna de figurar en una antología del humor, de Ucrania o de la Argentina.
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