CONTRATAPA
› Por Beatriz Actis
Uno
Barre. Cada vez hay más señales de tránsito entre sus pertenencias escasas, que parecen salidas de un curso de educación vial (¿adónde las consigue?): cascos, banderines, conos anaranjados. Una de estas noches lo vi sacando fotos de un modo compulsivo, como era esperable; apuntaba durante largo tiempo, fogonazo tras fogonazo, hacia el mismo lugar, la vereda de enfrente, desierta, y sólo el flash intermitente iluminaba su rincón desolado y oscuro. Otras veces escribe, sentado en la improvisada camamesa de la esquina de Sarmiento y Urquiza, en un cuaderno espiralado. Es joven. En el barrio -a alguna gente le asombra que para mí el centro sea "el barrio"- lo vemos todos los días: vive a la intemperie. No sé cómo se llama.
Dos
Fue una buena noche de verano y no una mala noche de verano como las anteriores. Esto quería decir que antes del amanecer o bien entrada ya la madrugada, una brisa fresca reconfortaba los cuartos y podíamos dormir con las ventanas abiertas de par en par sin que nos enloquecieran los mosquitos ni las conversaciones de los vecinos insomnes en los balcones linderos. Nos habíamos mudado hacía poco, y lo primero que vi del edificio cuando el empleado de la inmobiliaria me lo mostró fue una de sus paredes exteriores en la que se reproducía una pintura de Gambartes. Algunos edificios de departamentos, en esta ciudad, ostentan réplicas a escala de pinturas argentinas famosas, en lo que se publicita como un museo a cielo abierto en una urbe profundamente plástica. Ahora un insomnio calmo me encuentra sentada en la cama, la espalda contra la pared, mientras tal vez Gambartes, del otro lado, espera que amanezca.
Tres
Empezó el frío y salimos a buscar al Loco. Se había mudado de improviso de la esquina habitual pero, suponíamos, no se había alejado del barrio. Mi amiga teje mantas para los bebés de los hospitales y para los indigentes de la calle; fue ella quien lo encontró enseguida. Está atrincherado a unas cuadras del paraje anterior, como en un fuerte improvisado hecho con el carro de supermercado y las señales viales -cadenas, conos, carteles- que siempre lleva con él. Nos pareció que estaba demasiado expuesto esta vez, en una esquina sin reparos; pensamos que no tardará en mudarse de nuevo (la cara cada vez más tiznada, las manos arrugadas por el frío). Tras su Fortaleza Bastiani, apenas asoma: tiene un mapa extendido sobre las piernas y lo examina con una linterna. Afuera, la ciudad es su deserto dei Tartari.
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