CONTRATAPA
› Por Beatriz G. Suárez *
Rosario. Sus pronombres despliegan el invierno. Poco a poco la temperatura tiende a cero. Un fin, en fin.
Veintiuno del seis, época en que el año da vuelta la moneda y este sutil teatro de los viernes empieza a congelarse, cómplice de malas noticias, robos, decisiones políticas, dólar, dolor.
La contratapa intenta ser estaca, palabra poste, palabra de alambrar, de hacer el mapa. Y ese planisferio (en el último día laboral de la semana) viene bien.
En los cafés llenos de cifras nieva la vida atolondrada por humo de cigarrillo y comedias vigilantes que en algunas caras son más bien pesadillas diurnas.
El deber en carros recorre las cabezas, el invierno es productivo en nuestra zona, la soja, la facultad, el despertar de lo obligado. Tan lejos está enero y con él las posibilidades de cesar.
Rosario, la baja devenida alta, de cuarenta pisos, las calles en urdimbre protectora, sus ojos, su iris celeste en el cielo de junio. Quiero tener un río para mí. Caminar la orilla y que sea mía.
La deriva del frío, laberinto, alguien camina como un muerto que ha vivido una última sorpresa. Vivir bajo bufanda, en calles con nombre y árboles pelados a partir de lo cual se levanta la gran ciudad, la espléndida Rosario con una inexplicable cercanía y ecos fosforescentes. El invierno ahogó su música de Teatro Griego.
Poesía íntima del frío. La ciudad tiene forma de Cairo y en las ventanas se lee un renglón de Virginia Wolf sin edad ni tiempo. Ni estaciones
hidráulicas para sus veredas. La ciudad se desparrama en este diario como si supiera lo que hay que decir. El diario a su vez la dibuja y escribe
volviéndola real o posible, la hace palabra amada. La permite.
Forzada por el invierno se rapa la urbe, tira pelos, hojas y racimos de sí por la borda de su modernismo. Disimula plagios con Europa, se muestra impecable ante los extranjeros que han comenzado a seguirla con amor imaginario de fin de semana largo.
El tiempo del pulóver, la vida en su cemento.
Si hablo de eso es porque a la mañana sufro la diferencia entre la temperatura del cuarto y la de los sueños, siempre más alta y de vacaciones.
Literatura única la del almanaque y sus promesas. Poema compatriota que aporta camaradería para poder decir.
Rosario familiar como Madrid, rara como Rumania, fría a veces por falta de memoria, infinita para helarte.
El arte pacifista de un invierno que enseña. Meses docentes.
Entre relámpagos de hojas amarillas y gorros que acribillan las ideas transcurrimos lineales con estas letras negras poniendo títulos a las cosas.
Rosario trae al invierno. Pero como si fuera a repetirse una fiesta.
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