CONTRATAPA
› Por Eugenio Previgliano
Toco, me gusta, siento y escucho lo que toco y el tocar me lleva otra vez a seguir tocando: toco, pulso las teclas blancas, negras, pulso la cuerda, piso el traste, toco, soplo y siento en el labio, en la encía, juego a que las llaves abran y cierren cambiando la frecuencia, el tono, la duración se guía con la boca, con la barriga, con el cuerpo.
Me siento a tocar y toco un sol, un mi, un si bemol. Pronto viene a mí la melodía y descanso en el esfuerzo de sostenerla. Cuando empiezo es una melodía que conozco, que quiero, que escuché, que me gustó: un recuerdo pálido y fuerte grabado en una parte del cuerpo que a veces duele. Y la recreo, la saco a pasear, la entretengo, la entretengo con algunos errores, pero como veo que le gusta, la entretengo con variaciones y salto de una llave a la otra y mis dedos que saben porque recuerdan que desde los cinco años toco, toco canciones de navidad de niño, toco trivialidades de jardín de infantes, melodías tristes sensuales fúnebres. Cuando ya llevo un rato tocando no sé muy bien de donde vienen, es como si me hubieran contado durante muchos años una historia suave y deslucida de a párrafos recortados y cada una de estas narraciones sin sentido hubiera quedado herrumbrada en un rincón de la memoria. Así me pasa, son cosas las que toco que escuché siempre, pero sólo cuando toco entiendo que son la misma melodía, son parte de una larga melodía que vengo escuchando siempre. Y llevo el ritmo, en ocasiones con la punta del pie golpeo el piso, otras veces levanto la rodilla para golpear suavemente sin hacer ruido y con la caja divido y multiplico el tiempo, que suena según mi corazón, y esto me alegra. El que escucha -pienso entonces- no debe saber que además está escuchando mi propio corazón.
Toco con los dedos, con las yemas de los dedos, piso, el traste con una parte dura que hay en mis dedos a causa de tocar y así marco cada nota según su propio lugar, su duración, su misterio. Las notas sin embargo se juntan en un orden azaroso y yo veo como mi mano desliza por todo el teclado y aún el hombro que en esfuerzos más suaves no responde o duele, también se agita armónicamente al ritmo de mi corazón.
A veces toco con otras personas, trato de acompañar a quien canta, o me toca tocar encima de lo que otros tocan, poniendo unas frases cortas en un largo relato que escucho por primera vez pero ya intuyo porque siempre me han contado frases como estas. Me sorprende y me gusta, entro y salgo, escucho y siento cuando tocamos una frase que resulta disonante, armónica, destemplada o a tiempo. De cuando en cuando una idea me viene a la mente pero para cuando vibra la caña los que ya estaban tocando la han olvidado pero las mejores veces son cuando mis ocurrencias calzan, suben, llevan a los otros músicos por una senda que más me gusta y más me llama, y más me lleva. Una ocurrencia oportuna y por encima de lo que yo puedo imaginar me alza el corazón y tengo que dividir el tiempo por dos por tres o por cuatro para poder seguir en la arrobadora búsqueda y si encaja, si aparece, si ensambla, si por uno u otro camino se puede escuchar también con el corazón es un estallido, un derramarse, un momento irrepetible del que uno puede apropiarse para toda la vida. Toco, con los pies, las manos, los dedos, la boca, la barriga, la cintura, con todo lo que tengo, desde siempre, toco el tonete, la flauta dulce y siempre que toco soy un niño que busca, y si de a ratos me interrumpo es porque quiero tomar un trago de un alcohol fuerte, apenas un trago para sentir cuando abra el estuche del instrumento ese particular sabor de una noche de improvisaciones, toco canciones patrias, himnos revolucionarios y sé que si la ocasión lo dice también tocaré cosas suaves, tristes y melodiosas para que con su fina alegría mi corazón alegre a los presentes y los haga bailar esas melodías alambicosas que yo siempre, de toda la vida, he ido escuchando y que solo en el instante justo, cuando las musas son propicias y mi corazón está bueno, puedo tocar.
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