CONTRATAPA
› Por Natalia Massei
Pisa el freno de golpe. El de atrás desvía un poco el rumbo y le lanza un bocinazo que se superpone al chirrido de la frenada. Me apuro a subir mientras cada auto que pasa le toca bocina. Le había hecho seña pero usted no me vio. Te pido mil disculpas, corazón: No te vi. Mientras digito un mensaje de texto, empieza a conversar. No levanto la vista ni dejo de escribir pero sigue hablando. Justo venía conversando con otro pasajero que se separó hace poco, igual que yo. No sé a qué viene lo de "justo", como sugiriendo una coincidencia entre el pasajero anterior y yo. Decíamos que durante el verano no pasa nada, el problema es en invierno. Comer a la noche, acostarse solo. (Estoy demorada. En camino). Estiro el cuello y le miro el perfil. Canoso, sesentón, barba áspera de un par de días, piel fláccida. Borro lo que escribí y empiezo de nuevo.
Sigue contando: Seis meses atrás, sufrió un accidente cerebro vascular severo. Siete días en coma. Al octavo día me trajeron un cura y me desperté. Medio zombie todavía, pero abrí los ojos. Al día siguiente, el padre volvió y empecé a comer. El tercer día recuperé el habla. (Tráfico infernal: Llego en 15. Agenda: Pablo. Enviar). Lo miro por el retrovisor. Me siento obligada a responderle algo: ¡Impresionante cómo se recuperó! Un milagro, nena.
Habría que llamarla a Beti, debe estar preocupada. Me cuenta que Beatriz se borró con el primer mal pronóstico: Daño cerebral importante; sin garantías de que el coma revierta; las secuelas podrían ser irreversibles. Mi segunda mujer. Cinco años de pareja y tres de convivencia. No nos casamos, pero era mi mujer. (Mensaje recibido: siempre lo mismo! está todo listo. metéle). Ella no sabe que me recuperé. Ni siquiera sabe que estoy vivo. Lo dice mientras el taxi atraviesa el centro a paso de hombre. Debe andar por ahí pensando en un muerto o en un tullido. Para ella soy un fantasma.
Dice que ya la perdonó y que es cristiano. Suena mi celular. Pero se nota que miente. Me parece que es el tuyo: ¿No atendés? Es Pablo. No atiendo. Ni rencor le tengo, en la vida todo vuelve. Tiene dos hijos ella, el más grande es diabético. Hace poco se enteró que los dos son faloperos. ¿Y usted cómo sabe de eso? Todavía no me había dado el ataque, fue antes: ¿Entendés, piba? (Otro mensaje: si no apuras empezamos. El asado se pasa). Imaginate: ¡Diabético y falopero! Un amor de pibe, él no tiene la culpa. En la vida, todo vuelve: Yo creo que dios ya se la empezó a cobrar.
Estamos por llegar a la esquina que le indiqué. No hay indicios de que prevea detenerse. Acá nomás, señor. (Y otro más: Siempre me hacés quedar mal). Me esperan al menos dos horas poniendo cara de situación. Esperando en silencio. Ni siquiera me gusta el asado. De chica me entretenía con la forma de las nubes: Panza de elefante, sombrero... Frena de golpe. Ahora ya no puedo poner la mente en blanco con esa facilidad. Reemplacé las nubes por los libros. Se me aparecen figuras menos asimilables. Un dibujo de Sartre, por ejemplo: El infierno son los otros. Detiene el taxímetro y se vuelve hacia mí. Incorpora la mirada al habla. Yo siempre ando mirando, por si la veo, ¿viste? ¿A usted le gustaría? Silencio de iglesia. Tome, cobresé.
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