Sáb 19.05.2012
rosario

CONTRATAPA

Llueve

› Por Miriam Cairo

Recuerdo la mitad de él. La mitad que sube, primero, luego, la mitad que baja. Esa parte suave, y esa parte dura. Esos desmoronamientos repentinos que se daban en una mitad de mí a la vez que un tifón se me desencadenaba en la otra mitad dormida. Recuerdo esas noches creadas en un tiempo saciado, donde yo le hablaba con la mitad de la voz y él alzaba la cabeza desde la China, en un atardecer de verano, que iba cayendo tibiamente sobre mis labios con el sabor de un té de canela.

*

Abro el lado equivocado del espejo, donde una mujer ahuyenta los dragones desnudos, los empuja al suelo, y barre las cenizas que dejaron luego de hacer el amor. Las enormes manchas violetas de esperma fabuloso cubren la almohada desplumada. La mujer parpadea sobre los rastros de esa pornografía azul y le sobrevienen temblores de parto. No puede detener la mano.

Para verla, dos veces por día, abro el lado equivocado del espejo.

*

Camino con pasos ligeros, hacia atrás, progreso, progreso y cuando retrocedo hacia delante, los que me han conocido atrás presienten que sería inapropiado el presagio. Se ha cambiado la ley de los peces. Si hay un pliegue, una arruga en la pecera, los peces saldrán a los atardeceres como quien no quiere la cosa, por un pasillo que los lleve al día siguiente. Quiero decir que es tenue la diferencia entre los peces y nosotros. Que de la magia del río a la magia de la luna hay una diferencia tenue. Que no se puede detener el río y no se puede apagar la luna. Quiero decir que llueve.

*

Deshago el mapa del país y caen las dunas, el mar, las gaviotas. Se derraman los ríos barridos por los ojos. Bajan por las montañas las piedras atónitas. Del lomo de los libros resbalan tramos enteros de historia y se desprende algo solitario. Caen los huesos del país. Caen los anillos y las coronas. Amaso el mapa del país con el barro de la noche. Aprieto unos con otros los ombligos. No tiene nada de extraño que después de deshacer el mapa del país, el país vuelva a sentirse él mismo, tras esa excursión y ese desahogo.

*

Alcanzo al poeta muerto con una sutil maniobra de acercamiento. Enciendo un cigarrillo. Pasa el humo por una fisura del tiempo y el poeta muerto se cubre el rostro con los dedos separados para atisbar cualquier fumadora que se le acerque. La boca del poeta se abre como una gruta cargada de un silencio ritual que anula todos los otros silencios. Es la semiluz de los oscuros. Es la deuda de los diques contra el océano. Cualquiera que se dignara mirar vería que el rostro del poeta muerto está en el lugar en el que deberían estar los sueños.

*

Muestro la columna vertebral del humo que nos ha sofocado. No termino nunca de mostrar los labios que silbaron apenas. Después de haber jurado no mostrarlo más, sigo exhibiendo las dulces incrustaciones trenzadas. No sé. No sé por qué muestro esto que hace la lluvia conmigo.

*

Miro la begonia roja que se abre peligrosamente en el medio de la noche. Entra la mariposa que vuelve del infinito con la lengua azul y el ala titilante. Allá abajo, el aire trae cosas nunca oídas.

*

Permanezco ante el rostro del espejo que me mira fijo, como si yo fuera aquella mujer que corría por un pasaje angosto, entre casas bajas, semejante a las intransitables callejas de las antiguas pinturas italianas; como si yo fuera la ramificación de un sueño que sueña otro.

*

Atravieso la noche cabalgando un caballo negro que avanza por las orillas, con un pequeño rayo de luz clavado en la espalda. Parezco la devoradora de sombras pero apenas soy el animal anfibio que anda con un pie aquí y otro en las tormentas.

*

Engendro hormigas titubeantes, muros, cigarras laboriosas, mínimas canciones que hablan de una sedienta que no bebe y de una rosa que se abre. Lo malo de esto que engendro, de esto que digo, es que pienso que la palabra hombre crea sus propios ojos, pero lo bueno de esto que engendro de esto que digo es que la palabra hombre tiene tus ojos.

*

Llego hasta el manso ensimismamiento de las cosas cubiertas por una nube opalina de humo. Tiemblo de tanto dar recuerdos amorosos al lector de un solo cuento que, lejos de soñarme, me realiza como autora del cuento solo que nos ha unido.

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