CONTRATAPA
› Por Víctor Maini
Con su rostro pintado con corcho quemado, un palo de escoba cruzado en sus hombros con dos baldes de plástico en sus extremos se lo podía ver en los actos escolares alusivos al 25 de Mayo cruzar el escenario de la escuela República de Chile, voceando un "¡Aguaterooo..!", con el que llenaba todo el salón de actos. No participaba en ninguna otra representación, ni siquiera en el pericón nacional, del cual no se salvaba nadie. Su padre lo justificaba diciendo que era un pata dura para el baile, pero para apretar tres pedales iba a servir seguro. Osvaldo Ruggiero era el único varón de una familia con cuatro hijos y parecía que había nacido con un camión bajo el brazo. Cuando su papá Vicente estacionaba su Dodge Fargo modelo 57 sobre el pasaje Cordero para nosotros era una fiesta, ya que siempre traía algún animal desde tierras lejanas. Monos, loros, osos hormigueros, pájaros, hasta un cachorro de puma trajo en una ocasión. Tuvimos que donarlo al zoológico después de bautizarlo Nerón. Cuando el pintor Boglione, vecino del barrio, abría sus ventanales para dejar entrar el sol a su estudio, era como una exposición de cuadros para todo aquel que quisiera apreciarla. Nos convocaban los cuerpos de mujeres desnudas en distintas posiciones, pero si había alguien que se quedaba más de la cuenta mirando hasta el anochecer era Osvaldito. Ese olor a pintura, esos colores, esos rostros que lo miraban desde el fondo de la habitación marcaron un antes y un después en su vida. Sus manos no dejaban de transpirar deseando tomar los pinceles y pintar una tela. Entendiendo que era una locura plantearlo en su casa, donde ya estaba todo decidido con respecto a su futuro, y paralizado por el miedo de ser tratado de raro por su elección, lo ocultó y volcó su pasión en las hojas de dibujo. Todos teníamos en el cuaderno algún camión dibujado por él, o cualquier animal que uno le pidiera, pero la que más "obras" de Ruggiero tenía era Marta González, primera en la fila de la derecha, sentada en el banco que daba a la ventana.
En una oportunidad en que nos dieron por consigna "Argentina año 2000", todos nos basamos en Los Supersónicos, o en Viaje a las estrellas para motivarnos, todos menos él. Presentó un trabajo que fue el hazme reír del curso, un camión que no se sabía bien qué transportaba, una señora gorda con un vestido a rayas en primer plano con un chico en brazos y varios más grandes alrededor, un carro con un caballo, más gente atrás, un basural y humo en el fondo. Marta se acercó y le preguntó "¿Qué quisiste decir". Se quedó callado, se ruborizó y sólo levantó los hombros. "Triste pero muy bello", le dijo antes de darle un beso y salir corriendo. Esa vivencia la llevó grabada siempre, hasta el día de hoy, mientras maneja su camión, todavía la busca por la ciudad. Sabe que no es bueno, que como dice Dolina, el amor de la primera novia se debe buscar en otras mujeres, pero siente que es más fuerte que él, que no lo puede manejar, que lucha contra un fantasma que lleva adentro y que aparece cada tanto para calmarle algún dolor, para saber quién fue, quién es. Por eso desea encontrarla, para agradecérselo, para decirle que en caso de surgir una desgracia, alguna inundación o incendio que le ocasione la pérdida de todas las fotos de su infancia, no se aflija, que él guarda un negativo pegado en la pared de su inconciente, con su cara de niña. Aunque en su casa crean que está cansado de la ruta, éste es uno de los motivos que hace tiempo lo convirtió en un camionero urbano, el otro sin duda son los cuadros que observa mientras maneja, y más de una vez le hicieron detener su marcha.
Es capaz de quedarse mirando largo rato como bajan desde un camión las bolsas de harina los empleados de una panadería, como si fueran mimos enharinados y antes de irse piensa "¡Qué cuadro se perdió Quinquela!", o de quedarse parado en un semáforo de la zona oeste, sin importarle los insultos y bocinazos provenientes de los autos que forman una fila detrás de su Iveco, tan sólo por mirar una escena de una mamá muy joven con un bebé en brazos junto a su pareja, quien con un trapo rejilla en la mano descansa tomando mate al lado de un auto recién lavado. Pero hay algo que lo detiene, algo que hace de esa imagen un cuadro perfecto. Feliz se pone cuando descubre que el chupete de la beba lo tiene puesto la madre en su boca, haciéndola más niña aún. Pone primera, y dice "¡Qué pintura se perdió Berni!". En los veranos es un buen trabajo cargar agua en su camión y suministrarle a los barrios más pobres y alejados del centro, que paradójicamente están muy cerca de uno de los ríos más caudalosos del mundo. Conoció la angustia y desesperación que produce la falta de agua en el verano, trabajó horas de más y sin cobrar extras. En un viaje a Nuevo Alberdi en mitad del reparto se quedó sin el líquido elemento y fue emboscado por gente que no lo dejaba ir. Le cruzaron un carro con un caballo en mitad de la calle, y mientras por la ventanilla izquierda discutía con algunos hombres tratando de explicar que no le quedaba agua ni para un bidón, por la otra ventana escuchó una voz de mujer que le gritaba "¿Qué quisiste decir?". Uno está lleno de voces, pero nadie sueña con audio ni debe leer para soñar, sólo sueña con imágenes, pero cuando uno escucha el registro de una voz amada sabe que es lo último que un hombre olvida de una mujer. Antes de darse vuelta para perderse en el laberinto de su mirada, ya sabía que era ella. "¿Que quisiste decir flaco, que nos vas a dejar sin agua hasta mañana?", siguió preguntando esta señora gorda con un vestido a rayas y rodeada de pibes. "No señora, voy a cargar y vuelvo", fue la promesa que hizo para que lo dejaran seguir. Mientras movía su camión, miró por el espejo retrovisor y sintió la rara sensación de sentirse parte de un cuadro que él mismo había pintado hacía ya una pila de años y que de repente había cobrado vida.
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