CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
› Por Adrián Abonizio
* Andrea odia, odia mucho y tiene motivos. Múltiples guerras, ajusticiamientos de su alma y nunca un perdón hacia ella la llevaron a estarse en esa playa flaca donde medita con elegancia y una frialdad temible. Escribe en su celular: -Me gustaría tener una casa mortuoria donde una pueda elegir a su clientela exclusiva.
* El morocho toca la trompeta con una técnica impecable. Podría ser distinto si alguien le hubiese dado a escuchar a Miles Davis. "Preso de su libertad", apunta el título que le pondría a la escena. Se lo ve suelto y feliz en su vestimenta de charro en aquel casamiento de frontera. Cada cosa parece estar en su lugar: Los novios rientes, los músicos afinados y aquel trompetista con un sonido único y desperdiciado. Pero no, se retracta. Hay algo intangible y severo que ordena como han de ser las cosas. Interferir sería profano.
* Descubre que ciertos comentaristas deportivos usan unos trajes espantosos y lucen todos gorditos. Muestran dentaduras incipientes como la de los niños. Hablan enfáticamente pero no saben nada: Es una lección estudiada para agradar a la maestra y repasada con la complicidad de sus papis. -Pobres, se escucha decir. Sí, pobres pero acaban de crucificar injustamente a su equipo con comentarios adversos. -Pobres, repite para convencerse que no le hace mella la derrota y la crítica de los infantes.
* Hay en el aire un aroma a estofado de riñoncitos, un vapor que se puede tocar. El perfume a orín humano es inadmisible pero verdadero. ¿Casualidad aromática o ciencia?. Si los órganos que se están cociendo serían de personas entonces habría de olfatear una fragancia a meada de zorro o de gato, por ejemplo, deduce en la misma línea argumental aleatoria.
* Ve en Tribunales por vez primera una cámara Gesell. No tiene nada raro y sus muebles son azul petróleo. Espía libremente la acción y le parece insólito que lo dejen hacerlo. Pero no anda el enchufe por lo que llaman a un electricista. Entra. Después el portero. Dos empleados que vineron a ver. Una chica de limpieza. Y allá en un sillita, sentadita, mirando a la nada, descubre a la declarante, ya saqueada en su intimidad por segunda vez.
* La señora que lava los platos sin éxito recibe la visita inesperada de un musculoso anaranjado que viene a solucionarle la vida con unas gotas de su líquido mágico. Es un dibujito animado pero ella lo imagina con el sexo pronto. -Ojalá una pudiera soplar y que apareciera alguien así a solucionarle todo, absolutamente todo, piensa. Tocan a la puerta y se sobresalta. Es el muchacho del correo todo de azul. -Por algo hay que empezar se dice mientras intenta desvestirlo como en la películas o en las series animadas. El pibe, asustado se va y da un portazo como si huyera de un diablo.
* Era sábado y ella cantaba. El destapaba una lata de pintura con que darle una mano al marco. Ella cantaba fuerte y alto. El corre hacia la calle y se queda mirándola desde la vereda, pincel en mano. Ella se acerca, deja de cantar y lo inquiere: -¿Por qué saliste así corriendo a la calle? -Para que los vecinos no piensen que te estoy pegando al oirte cantar. Lo dice con prolija convicción pero ella se enoja. No le gustan las bromas, ha perdido su sentido del humor por eso aúlla Aída, desesperada y trágica.
* Ella decide dejarlo. Prolijamente lo estuvo planeando y lo hizo. Desaparece. El tipo cumple los designios que le impone la costumbre o el dolor: La busca, la añora, la odia, se arrepiente, la llora, se emborracha y busca a otra. Ella, al tiempo se entera, que decidió llevarse a vivir una dama, muy parecida a ella, repitiendo la secuencia. -No te das cuenta de nada: Te lo advertí yéndome. Seguís siendo un tarado, se enoja ella por correo. El, absorbido por lo que considera pomposamente su nueva vida, cree que su ex está celosa. Y saborea lo que considera el triunfo ahorrándose el suicidio.
* Ve al costado de una avenida perdida un cartel de madera enmohecido que reza: Escuela canina para perros -una contradicción graciosa- pero el lugar parece abandonado. -No prosperó por falta de clientes o por alguna denuncia de los vecinos, elucubra. O bien que los animales, alertados y cansados del mal trato, se hayan ido devorando a sus entrenadores hasta que no quedó ninguno vivo.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux