CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
› Por Adrián Abonizio
* Los dos amigos viajaban de noche en la madrugada con algunas copas encima. Era la dictadura y fueron interceptados por un operativo. El milico los encadiló con la linterna. -!Apellidos!-increpó. -Yo soy Cristof. -Y yo Satanás, cerró el otro. Los golpearon por "graciosos". Fueron derivados al calabozo más cercano, donde tras una requisa obvia les devolvieron los documentos donde figuraban esos apellidos y nombres propios como reales. Pero los borrachos no pueden defenderse. Inexcrutablemente, dicen siempre la verdad.
* La crueldad no tiene límites. La abuela tiene Alzheimer y su nieto hace chistes. Quita el espejo del baño para que ella se encuentre con la nada reflejada. Pero el pibe, atemorizado descubre una mañana en el cartón que la abuela le ha pegado una foto suya, de él cuando niño y llorando. Siente el escozor de entender que las cosas no son lo que parecen y que no se debe subestimar a los vencidos porque pueden vengarse si así lo quieren y de mil maneras.
* Llueve sobre la ruta y sobre ella un auto encapotado. El parabrisas no barre las gotas y queda en el vidrio una pátina gomosa. Como el bracito de plástico está mal graduado permite un espacio, de ahí la mala barrida. Pero el tipo simplemente le echa la culpa a los trapitos de la esquinas. -Estos negros de mierda te ensucian el vidrio en vez de limpiártelos. Y su esposa asiente refunfuñando.
* El iba todas las mañana a coordinar una obra y levantaba al borde de la ciudad a dos albañiles. Una mañana mientras atravesaban una zona de campo con apenas uno que otro ranchito, el mayor, alto, morocho imperturbable señalando la inmensidad y con una inocencia infinita: -Mire qué soledad, jefe. Acá sí que dan ganas de hacerse poeta.
* "Tripalium" era el conjunto de tres estacas donde se ataban a los esclavos en Roma, de allí proviene la palabra trabajo. Cuando recuerda su empleo tras el mostrador entiende todo. Ahora, son las once de la mañana y puede empezar a la hora que quiera: Es rebeldía, lo ha apartado todo, tiene más hambre pero se siente feliz vendiendo algún que otro cuadrito. Algunos lo miran con pena, mientras se enferman y se les raja la coraza. Pero llegan hasta su puesto de la calle en Audis, con miedo que se los roben, con miedo a no gustar, con miedo al miedo. Y les pelean el precio. Pero el sonríe y acepta la rebaja distraído.
* La "achilata" es hielo picado, con azúcar y colorante. Lo ofrecen desde tiempos inmemoriales en las siestas de Tucumán en un conito. Son baratos y el vendedor anda en una bicicleta rijoza. Son la felicidad, piensa él a la vez que se le eclipsa el recuerdo por la última vez que la vió a ella, comprándole una, antes de partir para siempre a Alemania. Hace poco, por internet él le recordó la tarde aquella y la golosina y ella lloró, compasiva y amorosa ante el teclado, extrañando su tierra, a él mismo y a la achilata.
* Su autestima estaba muy baja por esos días así que decidió autoenviarse una foto en donde, por fin, se veía bella y protagonista. Pero declinó más su ánimo hasta deprimirse hondamente cuando le apareció el mensaje en "Correo no deseado". Y además, le llegó vacío.
* Hace sombra, boxea en las mañanas de su galería de madera, mirando sin ver la ruta de acero que lejos aparece como una ensoñación. Se lava la cara, se echa agua en las manos y oficia de su sacerdocio y misa principal: Cebarse unos mates. Ultimamente, el precio de la yerba lo ha enfurecido al punto tal de golpear con desprecio la bolsa pensando en los aumentadores de precios. Siente furia que se le hayan metido en sus cosas íntimas, en su casa, en su sangre. Por eso castiga y castiga hasta asesinarlos.
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