Miércoles, 18 de julio de 2012 | Hoy
Por Verónica Laurino
El género epistolar tradicional: papel, sobre, estampilla y correo ya casi había muerto y estaba sepultado. El email lo resucitó en su esencia: el deseo de comunicarse con alguien que vive en otra ciudad. Y además el email fue más lejos porque comunica gente que vive cerca.
Muchas cosas importantes que me pasaron me llegaron a través de un email. El rectangulito con su asunto es un adelanto de felicidad, un resumen de lo que vendrá y poca gente se anima a dar malas noticias por email. Para eso tiene la exclusiva el teléfono.
No es fácil escribir un email, requiere su tiempo, hay que pensar, no tiene la inmediatez del chat (nunca pude con eso) ni la velocidad del mensajito. El email es relajado, íntimo y como todo lo que involucra palabras y personas es delicado, hay que andar con cuidado porque también puede generar confusión y hasta enojo ¿quién no se ha ofendido con ciertos mensajes y cuántas veces, quizás sin querer, hemos ofendido a alguien en un email?
Adoro los adjuntos. Las primeras fotos de mis sobrinos franceses llegaron en archivo, adjuntando esas caras minúsculas. Provocaron una felicidad más cercana. Mis libros, en colaboración, nacieron del rebote de un documento que crecía a medida que se adjuntaba y reemplazaba al anterior.
También conozco historias de grandes amores que se alimentaron a través del email. Las cadenas y el odioso power point no impidieron que a veces llegara algo que me hiciera reír mucho, de todos modos como todas las modas ya pasarán.
Tengo actualmente, en mi casilla, guardados 9517 mensajes que no he podido eliminar, los atesoro pensando que alguna vez podrán servirme, aunque sea como registro de amistad.
No sé mucho de las posibilidades del Facebook y mucho menos de twitter ni de otras redes (palabra bastante odiosa por cierto) pero para mí no es lo mismo que la casilla de correo, no tiene la emoción de ver que en la bandeja de entrada tenemos mensajes nuevos de personas a las que conocemos y queremos, amigos de verdad y no solo contactos.
Además, es el paraíso de los tímidos, muchas cosas que no puedo decir personalmente, las digo y las diré a través del email.
No es igual arrancar con un querido o un hola que clickear un perezoso me gusta. Y sí, soy vieja y no me adapto a las nuevas tecnologías fácilmente y aunque quizás estas mismas palabras se difundan por las redes siempre me pregunto ¿Quién las lee? ¿Cuántos las leen de verdad? Yo sigo prefiriendo leer en papel y estallar en contradicciones. Igual, el día que se corta la luz no hay email, ni red posible y además no encuentro los anteojos.
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